Letras doradas, en caligrafía flamígera, sobre fondo rojo. La leyenda "vive y vacila" se me imponía desde lo alto de la trasera de un microbús que, atascado como yo, en el tráfico, bajo la lluvia, llevaba 45 minutos delante de mi carrito compacto de modelo atrasado, marca gringa y motor surcoreano.
Un poco más abajo, justo al lado del tubo de escape adosado a la carrocería, alguien había garrapateado un sarcasmo a costa del eslogan de campaña de Capriles Radonski: "Hay un camino y es Chávez forever".
Medité largo rato en esa máxima "nuyorrican". Es, en su origen, el estribillo de un guaguancó original del gran Ray Barretto y popularizado por la Fania All Stars allá por los años setenta. "Vivir y vacilar", me dije, mirando la lluvia caer y, sin notarlo casi, comencé a entonar el montuno "vive y vacila" como si fuera el mantra que habría de iluminar mi existencia después del 7 de octubre.
El artículo que usted está leyendo iba a llamarse "¿Por qué la gente buena toma malas decisiones?", en desembozada usurpación de un título ajeno. Me disponía a glosar un interesantísimo trabajo, del mismo título, escrito por Gary Klein.
En rigor, se trata de un capítulo del libro Las fuentes del poder: cómo tomamos decisiones, quizá el volumen más representativo de la revolucionaria obra del laureado psicólogo e investigador estadounidense, pionero del campo de su especialización: la llamada "toma de decisiones naturalista".
Siempre me ha parecido que una de mis propensiones intelectuales menos peligrosas es, precisamente, saber glosar sin envidia y con intención divulgativa aquellas ideas ajenas que juzgo valioso difundir en nuestro medio. Así, pues, al llegar a casa cuando el aguacero, las lagunas, los trancones y los desvíos me lo permitiesen, iba a sentarme a trabajar en ese muy especial capítulo de un libro singular.
Solo que ante mis ojos bailaba, hipnotizante, la máxima salsera: "Vive y vacila". Recordé, tamborileando con los dedos sobre el volante, que parte de la letra dice: "Lo que tú te llevas, pana, es lo que has gozado; ponte en algo: vive y vacila".
Lo que sigue son algunas meditaciones mal hilvanadas que esa frase me sugirió mientras trataba de vencer la claustrofobia de una cola interminable.
Para comenzar, detengámonos en el verbo "vacilar". Es de vieja prosapia en la América Hispana y, sin ser filólogo, cualquiera adivina que es voz problemática debido a sus múltiples significados.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española brinda varias acepciones. Dicho de una cosa: "Moverse indeterminadamente, estar poco firme en su estado"; dicho de una persona: "Titubear, estar indecisa". Interesan los americanismos que recoge el Drae. Una de ellas es: "Engañar, tomar el pelo, burlarse o reírse de alguien".
En Cuba, Colombia, Costa Rica y Guatemala comparten con nosotros los venezolanos las acepciones "gozar, divertirse, holgar". Estas últimas son las que invoca el mantra de Ray Barretto.
Si se piensa en ello un poco es forzoso convenir en que "Vive y vacila" recoge breve y elegantemente todo un programa de vida digno de una cruza de Séneca con Héctor Lavoe; una fórmula que concilia caribeñamente lo estoico y lo epicúreo.
Creo que hasta el ceñudo Marco Aurelio, con todo lo amarguete que parece que fue en vida, no hubiese discrepado de lo que encierra el lema que nos ocupa.
Hace poco me dio por señalar, sin demasiada originalidad, y en este mismo matutino, que hoy parecen vivir en discordia inextinguible dos Venezuelas: la de los súbditos del petroestado populista, colectivista, caudillesco y clientelar, y la de los ciudadanos más ganados por las complejidades de la democracia liberal, la pluralidad política, la separación de poderes, los pesos y contrapesos y otras anglofilias.
En el pasado, esa distinción obraba en mi prosa periodística según sugiere la dupla de opuestos tierrúos versus sifrinos, pero admitamos que ella sobresimplifica demasiado la cuestión porque, según indican los resultados electorales, ha emergido últimamente un segmento de súbditos que piensan como ciudadanos o que aspiran a ser tratados como tales.
"Vive y vacila" podría, pues, tomarse como una fórmula, un apotegma existencial propio del súbdito rojo-rojito, ese que vive del Estado clientelar, está pegado en alguna misión o ministerio, pero no tiene mucho apego a lo ideológico y es tan vacilador que el día de las elecciones hubo que ir a buscarlo cerro arriba, con una lista del PSUV en una mano y un megáfono en la otra, para que cumpliese con su compromiso "contractual electoral" con el Socialismo del Siglo XXI.
Pero si nos adherimos a las acepciones primigenias del Drae ("Vacilar: moverse indeterminadamente, estar poco firme en su estado, titubear, estar indeciso, tener riesgo de caer o arruinarse") vive y vacila puede ser el lema de todo venezolano, súbdito o ciudadano, chavista o "progresista", en el proceloso tiempo inmediatamente por venir.
*Esta columna fue publicada originalmente en El Mundo.com.ve.