En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, como en ningún otro momento en lo que va de este siglo XXI, el protagonismo de la mujer es incuestionable. Más aún en el contexto de la actual crisis sanitaria mundial. En América Latina, más de 14 millones de mujeres en edad de trabajar dejaron sus empleos por efectos del COVID-19. Esto representa más de dos tercios de la población de Chile y a nivel de la región, esta cifra pasa a ser parte de los 231 millones de pobres, donde 118 millones son mujeres. El resultado es que hemos retrocedido una década en políticas públicas destinadas a lograr la igualdad de género, sobre todo en el ámbito laboral.
El éxodo de la fuerza laboral femenina debido a la pandemia es una emergencia mundial y por ende requiere de una respuesta a ese nivel. En este día, las mujeres requieren de apoyos concretos, políticas y subsidios públicos que promuevan y refuercen, prioritariamente, su reincorporación a un trabajo remunerado en forma paritaria y la creación de nuevas fuentes laborales.
Hace ya 150 años, el 15 de mayo de 1871, el poeta francés, Arthur Rimbaud escribía a su homólogo, Paul Demeny, una carta, más tarde llamada del “vidente”…donde decía: “Cuando se rompa la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva por ella y para ella, cuando el hombre, −hasta ahora abominable− le haya dado la remisión, ¡también ella será poeta! ¡La mujer hará sus hallazgos en lo desconocido! ¿serán sus mundos de ideas distintos de los nuestros?...”
En el transcurso de estos dos siglos se ha avanzado en equidad de género, pero no lo suficiente como para haber alcanzado a tener una sociedad paritaria. La pandemia que estamos enfrentando ha marcado un fuerte retroceso en estos espacios, sobre todo para la mujer trabajadora. Este año, de vacunación masiva contra la pandemia, rebeló y relevó, una vez más, las odiosas inequidades entre hombres y mujeres desde el esqueleto de la estructura económica y social del mundo. Según la oficina de ONU Mujeres, se estima que 47 millones de mujeres y niñas alrededor del mundo caerán por debajo del umbral de la pobreza como resultado de la pandemia, lo que ampliará aún más la brecha entre hombres y mujeres.
Es por eso que resulta imperioso que los líderes mundiales y las organizaciones internacionales inciten y comprometan a sus países miembros a revertir los sesgos de género de larga data y a otorgar finalmente el rol central de empoderamiento y autonomía a la mujer. Ello es un requisito básico para lograr la ansiada recuperación y reconstrucción global post COVID-19.
En este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, debemos reconocer no solo a la mujer que tiene un trabajo remunerado, sino aquella que trabaja en casa y subvenciona la economía nacional, sin cotizar y, por ende, sin la opción de tener una pensión digna para su vejez.
Reconstruir mejor, implica colocar en el centro del esfuerzo económico a la mujer para que ellas regresen al trabajo. Estos tiempos extraordinarios requieren de una solidaridad extraordinaria, políticas públicas concretas de apoyo a la mujer; subsidios para el cuidado de hijos y adultos mayores, aumento de beneficios sociales, especialmente en sus pensiones. ¿La razón? Ellas realizan el 58% del trabajo informal a nivel mundial (98 % en África Subsahariana; 92% en Asia meridional y 54% de las mujeres en América Latina y el Caribe). El llamado urgente a las autoridades públicas y privadas es a frenar el éxodo laboral de las mujeres y a romper la persistencia de la brecha salarial de género.
Existe un consenso social mundial, avalado por las principales instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial y las distintas ramas de la Organización de Naciones Unidas, sobre los beneficios de reconstruir la economía, colocando en el centro la participación laboral femenina. Y es que hoy, imperativamente, el lugar de la mujer en nuestra sociedad es central y prioritario y no desde un subordinado segundo plano.