Hoy, frente a la grave crisis sanitaria, económica y social a nivel planetario, el agua se torna, ahora más que nunca, imprescindible para combatir la pandemia y sus variantes. Por esta razón, en medio de esta catástrofe, debemos no solo garantizar agua para la vida de los seres humanos y las especies en la tierra, sino también, asegurar que este recurso primordial sea asequible, libre de contaminación y gestionado de forma eficiente y sostenible. Sin duda, son los desafíos más relevantes que plantea la Agenda 2030 de Naciones Unidas, para el ODS6, uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La escasez de agua afecta a más del 40% de la población mundial y se prevé que este porcentaje aumente. Chile se encuentra en el 18º lugar del ranking mundial de riesgo hídrico según el World Resources Institute, lo que significa que estamos frente a un estrés hídrico de proporciones. Por ello, debemos cuidar hasta la última gota de agua en el uso doméstico, industrial y de riego. Este crítico escenario implica diseñar nuevos mecanismos en materia de gobernanza, regulación y gestión del agua.
Diversos estudios confirman la frágil situación del recurso hídrico en Chile, ya que el 76% de la superficie del país está afectada por sequía, desertificación y suelo degradado (SudAustral Consulting) y la totalidad de los glaciares estudiados, están en retroceso por el aumento de temperatura, según la Dirección General de Aguas. De acuerdo al último balance hídrico realizado precisamente por la DGA, en los últimos 30 años, los caudales de agua superficial en cuencas de la zona central del país, han disminuido entre 13% y 37% y de acuerdo a las proyecciones de los expertos, a más largo plazo, se prevé una baja de precipitaciones que indica una reducción que podría llegar al 50% para los años 2030 al 2060, en algunas zonas del país.
Debemos con urgencia y en conjunto, desarrollar técnicas sostenibles que conlleven a preservar, proteger, reducir, mantener y ahorrar el agua para las futuras generaciones. El enorme desafío consiste en dar prioridad a la búsqueda de soluciones alternativas reales y al alcance de todos, para que haya suficiente agua para nuestras necesidades, mejorando la planificación y la eficiente gestión, de la ya reducida fuente natural. Es fundamental crear sinergias entre el mundo público y privado, más aún cuando el objetivo sobre cómo garantizar y gestionar el agua, que antes dábamos por hecho, cuando el recurso no era escaso, aparece ahora, como un tema prioritario, para ser establecido en la nueva Constitución.
El llamado en Chile es urgente y un deber moral, donde todos debemos hacernos responsables. Este estrés hídrico, no solo impide la sostenibilidad de los recursos naturales, sino que obstaculiza el desarrollo económico y social, y tiende a afectar desproporcionadamente a las personas más vulnerables. De aquí a 2030, debemos impulsar y ampliar la cooperación para el fortalecimiento de capacidades en actividades y programas relativos al agua y el saneamiento, como los de captación de agua, desalinización, uso eficiente de los recursos hídricos, tratamiento de aguas residuales, reciclado y tecnologías de reutilización. Si no lo hacemos hoy, mañana será demasiado tarde.