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¿Alcanzó China su punto álgido?
Lun, 11/12/2023 - 08:00

Gayle Allard

Gayle Allard
Gayle Allard

Economista y profesora de IE University

Mientras arrecian las dudas sobre una recesión europea, las próximas elecciones en EE. UU., las tensiones en el mundo financiero y las victorias populistas en varias regiones, el mayor interrogante sobre la economía mundial sigue siendo el futuro económico de China. ¿Se ha alcanzado ya el "punto álgido de China", o está aún por llegar?  ¿Llegará China a superar en tamaño a la economía estadounidense? Y si no es así, ¿qué consecuencias tendrá para el resto del mundo? 

China fue la estrella del crecimiento mundial durante décadas gracias a un espectacular "milagro" económico que comenzó con las reformas radicales de Deng Xiaoping en 1978.  El crecimiento medio del PIB en términos reales pasó de alrededor del 6% anual antes de 1980 a más del 9% antes de la crisis financiera mundial, con algunos años con tasas de crecimiento que llegaron hasta el 15%. A principios del siglo XXI, Goldman Sachs fue la primera institución que predijo que China se convertiría pronto en la mayor economía del mundo: esperaba que el PIB de China igualara al de Estados Unidos en 2026, y que fuera más de un 50% mayor en 2050. 

En 2012, y especialmente después de la pandemia del COVID, este optimismo empezó a evaporarse.  La crisis financiera mundial atestó un duro golpe a la enorme maquinaria exportadora china, que dependía en gran medida de la demanda exterior, y el crecimiento empezó a caer por debajo del 8% anual.  El COVID y sus secuelas lo situaron por debajo del 5%. Varios expertos proyectan que el crecimiento medio chino para el periodo 2020-2024 será inferior al 5%, y algunos incluso lo sitúan por debajo del 3%. Goldman Sachs ha pospuesto la fecha en que China superaría a Estados Unidos a 2035 o más tarde; y algunas instituciones como Capital Economics predicen que ese momento nunca llegará.  

El menor crecimiento de los últimos años se debe a poderosas fuerzas que son difíciles de cambiar.  La primera es la productividad.  Las reformas pro-mercado de Deng Xiaoping desencadenaron un espectacular crecimiento de la productividad que alcanzó una media del 10% anual durante cuatro décadas.  Aunque los datos son siempre confusos en el caso de China, parece que ese crecimiento se ha agotado y que la productividad puede incluso estar disminuyendo.  Dado que el crecimiento del PIB potencial es aproximadamente una suma del crecimiento de la productividad y el crecimiento de la población activa, esto elimina la mitad del ímpetu de la expansión china en el futuro. 

A esto se une el papel de la inversión en China.  En la década de 1990, la inversión se disparó hasta alcanzar un casi impensable 45% del PIB (los países desarrollados rondan el 20%), impulsando el crecimiento.  Gran parte de esta inversión se realizó en el sector inmobiliario, y en gran parte produjo bajos rendimientos.  Los crecientes niveles de deuda y el colapso del sector inmobiliario apuntan al final del papel de la inversión como motor de crecimiento en China. Si la inversión acaba disminuyendo -como ocurrió en Japón tras el estallido de su burbuja inmobiliaria-, algún otro componente de la demanda deberá tomar el relevo para impulsar el crecimiento chino.  ¿Cuál será?  El crecimiento de las exportaciones ya no alcanza a los niveles anteriores, y la confrontación geopolítica puede seguir limitando las ventas en el exterior. El gasto público está lastrado por la deuda. Y el consumo de los hogares, que impulsa el PIB en todos los países desarrollados, es crónicamente débil, sobre todo a raíz de la debacle de la política de cero-Covid.  Si estas fuerzas no pueden sustituir a la inversión como motor del crecimiento, el PIB no sólo crecerá lentamente, sino que podría incluso disminuir en el futuro. 

Sin embargo, estas deficiencias sólo afectan a la mitad de la ecuación del crecimiento potencial del PIB en China.  La otra mitad es el crecimiento de la población activa. Aquí las tendencias a futuro son aún más sombrías.  La población china dejó de crecer en 2022.  Aunque la política equivocada del hijo único se levantó en 2016, la fertilidad ha seguido disminuyendo y la inmigración neta es negativa. La pirámide de edad resultante de esta revolución demográfica convierte a China en el país en desarrollo que envejece más rápidamente y uno de los primeros en envejecer antes de haber alcanzado una renta elevada.  Esto implica una reducción de la población activa (que ya está disminuyendo desde 2015) y una creciente carga del cuidado de los ancianos, dos factores que reducen el crecimiento. 

Además de estos problemas, quedan muchos otros interrogantes en el horizonte.  ¿Hasta qué punto será profunda y de gran alcance la crisis inmobiliaria y financiera actual?  ¿Hasta qué punto limitarán las restricciones occidentales impuestas a China sus exportaciones y la entrada de inversión directa extranjera?  ¿Seguirá financiándose la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, el gigantesco proyecto chino de infraestructuras mundiales, con fondos públicos chinos (y de terceros países) y dando trabajo a las constructoras chinas, o se debilitará esta iniciativa?  Y, sobre todo, ¿permitirá el gobierno autoritario de Xi Jinping un mayor peso de la iniciativa privada, que en una nación emprendedora como China podría estimular el crecimiento y la inversión productiva, o mantendrá su control férreo sobre la economía? 

Si el lento crecimiento chino se convierte en una realidad permanente, ¿qué significará esto para el resto del planeta?  Naturalmente, el crecimiento mundial se ralentizará, en parte debido sólo al peso de China, y en parte porque se reducirá el estímulo de la demanda china sobre crecimiento de países como Alemania o Rusia.  Las pautas del comercio cambiarán, dando a países con costes más bajos (como India) la oportunidad de convertirse en grandes exportadores, y la inflación mundial podría aumentar de manera estructural.  El lado positivo es que el deterioro medioambiental causado por el vertiginoso crecimiento de China sería menor.   

Dejando aparte de la economía, una gran incógnita es cómo reaccionaría la enorme población china ante unas tendencias de crecimiento a la baja a largo plazo. ¿Está vinculado el apoyo de la población al régimen comunista a su capacidad para garantizar un crecimiento rápido continuado?  ¿Le retirarán su apoyo cuando su prosperidad deje de aumentar? ¿Qué tendría que hacer el gobierno para recuperar ese apoyo?  La estabilidad china y mundial podrían pender de un hilo. 

Pase lo que pase, el consenso en este momento parece ser que China nunca será más grande que Estados Unidos. Las proyecciones lineales a menudo resultan ser erróneas: Japón iba a superar a la economía estadounidense en 2010, e incluso hubo un momento a principios del siglo XX en que se preveía que Argentina superaría a Estados Unidos. Pero es importante recordar, como decía recientemente The Economist, que incluso el futuro de una China de crecimiento lento "no es ni un triunfo ni un desastre".  Incluso si se ha alcanzado el "punto álgido de China", este país seguirá siendo muy grande en esta década y dentro de 100 años, y una fuerza a tener en cuenta en todo el mundo. 

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