Coherencia ideológica o pragmatismo político: el dilema eterno de las alianzas. Estas duran mientras sus integrantes encuentran mayores beneficios de participar y permanecer en ellas que en denunciarlas y romperlas. Desde los teóricos marxistas hasta los operadores políticos más avezados, las alianzas son el corazón de la política. En Holanda no ha habido un solo gobierno de mayoría en 70 años: las coaliciones son factor permanente yelemento clave de la civilidad de sus políticos porque nadie sabe con quién se asociará en el futuro. En este año que comienza, la alianza forjada para la elección intermedia de 2021 estará a prueba para el gran evento de 2024.
Las motivaciones para aliarse son muchas y muy diversas, pero la principal es siempre la necesidad. Un partido que cuenta con amplia mayoría carece de incentivo para aliarse; cuando necesita socios para lograr el poder, busca potenciales aliados con quienes asociarse. Esto que es común y corriente en los sistemas parlamentarios, ha sido toda una peripecia en nuestro país, pero no por eso deja de entrañar una impecable lógica.
Los partidos políticos se fraguan con un contenido ideológico, pero su función central es la de procurar el poder político, de ahí su flexibilidad a la hora de armar coaliciones o alianzas legislativas o electorales. Un partido puede ser puro en sus objetivos y pulcro en su proceder, pero si no está en el poder, su circunstancia le impide ser más que un testigo del acontecer de una nación. Una alianza entre fuerzas tan diversas como el PAN, PRI y PRD (y, potencialmente, Movimiento Ciudadano) le da urticaria a mucha gente (comenzando por este último), pero es la respuesta racional a la búsqueda del poder.
Sin duda, una alianza entraña costos porque al aliarse un partido cede libertades, comenzando por la de nominar a sus propios candidatos. Cuando se trata, como el año pasado, de una alianza para el poder legislativo, los sacrificios son relativamente menores, porque hay muchas curules que llenar; sin embargo, este año vendrán seis gubernaturas donde sólo puede haber un candidato de la alianza por estado, lo que producirá al menos tres potenciales perdedores por entidad. El año próximo habrá dos más y en 2024 la madre de todas las batallas.
Cada partido que se incorpora en una alianza lo hace porque ve en ella la mejor manera de avanzar sus propios intereses. Por más que cada uno de estos institutos políticos se sienta puro y casto, todos exhiben deficiencias, corrupciones y un abismal récord en términos de procedimientos democráticos a su interior. Haley Barbour, un político estadounidense, decía que “en política, la pureza es enemiga de la victoria”. Quien se alía con otros partidos lo hace porque tiene un objetivo que trasciende sus capacidades individuales.
Con un presidente poderoso que todavía retiene un relativamente alto nivel de popularidad, una alianza es el único mecanismo que ofrece una oportunidad a los partidos hoy en la oposición. Y cada uno de esos partidos enfrenta desafíos distintos cuando se ve ante el espejo. Para el PAN, partido que siempre se asumió como una entidad impoluta que contrastaba con la corrupción del PRI, ahora tiene que reconocer que su paso por el poderno fue tan distinto al de su némesis histórica. Para el PRI el problema es de sobrevivencia: extinguirse si se deja absorber por Morena o renovarse y encontrar una nueva plataforma y base de sustento político. Para el PRD, el más chico de los partidos en la alianza, el reto es no desaparecer a pesar del calibre de sus integrantes. MC no se quiso aliar para la intermedia porque no quería “contaminarse” de los costos del “pacto por México”, que asola a los otros tres.
Ciertamente, el riesgo de contagio es elevado, pero también lo es la tozudez. Como dicen los autores de "Elogio de la traición", se trata de un equilibrio frágil porque el objetivo no es el de meramente perpetuarse en el poder. Si el objetivo de los partidos es el poder, la pregunta es cómo estructurar una alianza que tenga la mayor probabilidad de alcanzarlo. María Matilde Ollier, estudiosa argentina, lo dice de manera cándida: quienes quisieron respetar las normas nunca consiguieron la gobernabilidad y quienes lograron la gobernabilidad nunca respetaron las normas.
La realidad es que hace mucho que México requiere una transformación política, porque todo el aparato político y el sistema de gobierno está anquilosado, como lo evidencian sendas crisis de crecimiento económico, inseguridad, corrupción y pobreza. La manera de gobernar de López Obrador obligó a los partidos de oposición a unirse para tener la oportunidad de acceder al poder. La alianza de 2021 mostró que sí puede funcionar, pero la verdadera prueba no radica en el pragmatismo de juntarse para una elección, sino en que se acuerde una estrategia de transformación política. Sin una razón para aliarse que trascienda el mero triunfo electoral, los aliancistas sufrirían lo que sus integrantes ya padecieron, respectivamente, en 2000, 2006 y 2012: un fracaso y el sucesivo ocaso.
En política, escribió Camus, son los medios los que justifican el fin. La alianza es un medio, pero su relevancia y capacidad de convencimiento del electorado, depende de la calidad del proyecto que enarbolen la alianza y sus integrantes.