Hace 19 años, el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, era un hombre que lucía fogoso, frentero y bravucón. Casi dos décadas después, luce paquidérmico, cansado, agobiado por los procesos penales por sus nexos con el paramilitarismo y el narcotráfico y bastante desconectado con los cambios en la política global. El mensaje que envía es de haberse quedado congelado en la micropolítica colombiana del mundo de la Guerra Fría, en una lucha anacrónica contra el socialismo. Sigue atrapado en la lucha contra la ex guerrilla de las Farc, pese a que se desmovilizaron, entregaron las armas y firmaron el acuerdo de paz, sigue aferrado en el negacionismo, desconociendo el acuerdo de paz y fomentando miedo y terror con la palabra socialismo.
Uribe y sus seguidores representan el viejo país, aferrados en una lucha contra cualquier asomo de cambio en la estructura del Estado y en el modelo económico neoliberal del país. Simbolizan un feudalismo que se resiste a la democratización de la propiedad de la tierra y a los cambios de las corrientes de pensamientos políticos y económicos en los tiempos modernos. Su estrategia política sigue siendo la misma de explotar el miedo al socialismo, que le ha permitido controlar el poder durante dos decenios. Un poder guardando las ciertas diferencias similar al que controló el expresidente, Rafael Núñez, en las últimas décadas del siglo XIX.
Uribe y sus seguidores continúan fieles a la misma receta como si la sociedad colombiana no evoluciona, repitiendo el mismo discurso de hace dos décadas. Atascados en las anacrónicas divisiones ideológicas de izquierda y derecha cuando en las disputas políticas y económicas de las potencias globales ese tipo de divisiones ideológicas ya no son relevantes. En el nuevo orden mundial no existe una potencia que tenga como prioridad la expansión del socialismo. Ni China que es la principal potencia con sistema político socialista. Su expansión imperial no se basa en la propagación del socialismo. Lo que aplican en su política exterior y sus relaciones bilaterales es capitalismo puro.
Uribe y su gente se han quedado atascados en el pasado, mientras el mundo evoluciona hacia nuevos horizontes y las rivalidades ideológicas de izquierda y derecha entre las potencias han quedado en el pasado. Por lo tanto, las potencias occidentales están dando pasos para cambiar las políticas del consenso de Washington que impusieron los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher por un nuevo consenso, cuyo centro de batalla será la economía verde.
Buscan sepultar el modelo económico neoliberal del consenso de Washington que ha llevado a la ruina a millones de personas en el mundo y disparó los índices de pobreza y desigualdades en el mundo y abrió más la brecha entre el mundo desarrollado y el mundo pobre.
Y Uribe y su partido siguen hablando de los peligros de un socialismo que en la práctica no existe, dado que el mundo evoluciona hacia otros cambios políticos. Cuando otra vez, los actuales gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra, impulsan un nuevo consenso para controlar el mundo, centrado el desarrollo de una agenda verde de las energías limpias y en contra de los combustibles fósiles. Uribe, sus seguidores y sus aliados siguen hablando de los peligros del socialismo estalinista y maoísta de la Guerra Fría.
Cuando la economía verde es la nueva religión del poder occidental, una manera hipócrita de sacudirse de sus declives imperiales y buscar frenar el paso del péndulo del poder global de occidente a oriente con el resurgimiento de antiguos imperios como China, Rusia, India, Irán y Turquía en el control del poder global. Las dos primeras potencias: China y Rusia les llevan décadas en los avances en el control de las nuevas tecnologías y quién controle las nuevas tecnologías tendrá la llave del control del mundo. Fue por eso que en la última cumbre del G7, conformaron un panel de expertos que elaboró el nuevo consenso de Cornwall, que reemplaza el viejo consenso de Washington.
Ese será la guía en el nuevo orden mundial para las potencias occidentales y lo han llamado la cuarta revolución industrial de la economía verde, basada en siete prioridades en las políticas de desarrollo que aplicarán en las próximas décadas. Su eje central la sustitución de los combustibles fósiles, cambio climático y energías limpias. El consenso de Cornwall encierra los intereses estratégicos y geopolíticos de las decadentes potencias occidentales para enfrentar el ascenso de las crecientes potencias de China, India y Rusia.