Recientemente tuve ocasión en Madrid de impartir una conferencia en la sede de la Organización de Estados Iberoamericanos sobre el rol de las Cámaras como agentes económicos y su incidencia sobre el patrimonio cultural. Cuando se piensa en las Cámaras, especialmente las de vocación empresarial, se asocian a espacios de desarrollo, promoción y acompañamiento de negocios, emprendimientos y escenarios de intercambio comercial que buscan afianzar las relaciones económicas de un determinado sector de la economía.
Desde que los vínculos comerciales han existido, ha estado presente un factor determinante en la consolidación de las relaciones económicas: la cultura. Y hoy en día, en un mundo profundamente interconectado se han sintetizados los procesos de encuentros entre empresas pertenecientes a un mismo encadenamiento productivo.
Las cámaras empresariales, indistintamente a su formato, cumplen un rol cada vez más influyente, promoviendo alianzas entre empresas privadas, instituciones públicas y diversas organizaciones sin fines de lucro; abren mercados para las pequeñas y medianas empresas, y son agentes articuladores de las cadenas productivas en actividades como exposiciones, muestras comerciales y ruedas de negocios.
El desarrollo cultural ha estado marcado desde mediados de la década de los 80 por un proceso de transformación cuyo principal promotor ha sido el factor tecnológico. Estos cambios han llevado a una transformación del quehacer cultural de los Estados Iberoamericanos, de acuerdo con la reorganización de las sociedades. Hasta entonces, el sentido predominante del desarrollo cultural había sido la expansión del Estado en la cultura, el cual estaba asociado a una filosofía de corte nacionalista o basado en modelos como la sustitución de las importaciones, el crecimiento del mercado interno de la producción, la expansión de la educación a los estratos más aislados y la expansión de las organizaciones de corte cultural que estaban bajo el control del Estado.
El concepto de cultura puede ser abstracto y subestimado en algunos ámbitos de negocios, donde los trazos gruesos del mapa mental de los operadores empresariales son las gestiones comerciales, el afán de lucro, la participación del mercado disputado, y se puede infravalorar el hecho de que las personas que efectúan las operaciones conexas a los negocios poseen bagajes culturales distintos, características que enriquecen las negociaciones con procesos intrínsecos de transculturación, campo fértil para la innovación, gracias a la puesta en práctica de conocimientos certificados en entornos nuevos..
La misma cultura de hacer negocios ha ido evolucionando a la par con la globalización y por eso hoy en día es frecuente emplear términos como: multiculturalismo, interculturalidad y visiones antropológicas nuevas para apreciar estos procesos. Todas estas acepciones de cultura confluyen directamente en la gestión empresarial, siendo la interculturalidad directamente proporcional a la apertura de las economías de los países.
Las Cámaras solas o en conjunto con otras organizaciones gremiales afines, como entidades que apoyan los legítimos intereses de sus agremiados que a su vez cumplen un rol formativo, deben aportar elementos para la formulación de políticas públicas tendientes a mejorar el entramado institucional y los escenarios donde están presentes sus mercados. Esta labor en sí impacta en la cultura, en los hábitos de consumo y hasta en las posibilidades presupuestarias de los consumidores.
Situar el factor intercultural como uno de los hilos transversales de la agenda de competitividad es imprescindible para que las estrategias de entrada y de operación que las empresas diseñan, en pro de sus procesos de consolidación, no se vean frustradas ni subutilizadas.
La afluencia de población y el crecimiento exponencial de las ciudades ha producido fenómenos nuevos: procesos comunicacionales propios de las zonas fronterizas; desarrollo de agentes sociales desconocidos en otras regiones del país; organizaciones no gubernamentales con actividad; artistas que ven esta realidad de fusiones como inspiradora.
Entonces, es imprescindible poner en valor el aporte de las empresas en la consolidación de la interculturalidad, tanto en las actividades domésticas y en las relaciones internacionales. Así como poner en relieve aquellos procesos en los que se vaya de un conocimiento meramente comercial a uno en el que la competencia cultural sea asunto clave para la subsistencia y la concreción exitosa de las negociaciones.
La visión integral de la labor de las Cámaras debe potenciar los esfuerzos que se vienen llevando a cabo mediante políticas gubernamentales que busquen desarrollo económico y comercial, con beneficios sociales y esquemas como las Alianzas Público Privadas (APP) para el desarrollo de infraestructuras y obras intensivas de capital que demandan transferencias tecnológicas -cultura, conocimientos-, en beneficio de aquellas comunidades y agentes con los que se vincula.
El resultado de estas políticas puede generar que en primer lugar el Estado comparta su presencia en el campo de la cultura y el conocimiento de manera significativa. Otra consecuencia positiva sería el fomentar modos de gestión empresariales y la participación de empresas privadas en el campo de la cultura per sé. Esta última transformación tendría una incidencia en varios ámbitos de las actividades de la sociedad. La iniciativa privada comenzaría a complementarse con las del Estado en la producción de bienes culturales y, con ello, ser un actor articulador de las relaciones culturales y formativas entre los diversos grupos que componen la sociedad. Todo en procura de nuevos modelos de desarrollo de la creatividad, de la difusión de la cultura, de generación de nuevos esquemas de producción de servicios y generación de valor y riqueza para todos.