Colaborar con quienes conocemos, apreciamos, y están dentro de nuestro círculo de confianza, no solo es fácil sino placentero. La pasamos bien y nos sentimos fortalecidos. Este es el caso cuando colaboramos en un proyecto familiar, o ayudamos con otros a solucionar el problema de un amigo o alguien conocido.
Otro escenario
Ahora nos trasladamos al trabajo. Y colaboramos con otras personas que no conocemos mucho, podemos sentir aprecio por unos, no tanto a otros, pero hay un llamado a sacar adelante una iniciativa, y por tanto estamos dispuestos a dar nuestra parte y cooperar con los demás para ver cumplida una tarea. En este caso, lo que une es un objetivo común, y en las organizaciones mejor gestionadas, lo que moviliza a la acción colaborativa entre personas que se conocen poco o nada es un propósito compartido.
Veamos una situación más radical
Nos enteramos de una invitación abierta a hacer algo en conjunto pero esta vez con personas que no hemos visto y nunca conoceremos, por lo tanto no confiamos ni les tenemos estima. Simplemente es un llamado a compartir información, tiempo, equipos, incluso dinero, por una razón humanitaria particular o un bien común como la lucha contra el cáncer, la desnutrición infantil u otro tema que nos “mueve el piso”.
Este caso rompe el paradigma de que para colaborar es necesario conocer, confiar, o apreciar a los demás. En la práctica, muchas veces lo hacemos sólo por ser parte de algo importante con lo que coincidimos. Esta es la colaboración espontánea por convicción en las temáticas más que en otras personas, y me hago parte porque me hace sentir proactivo y solidario con mis creencias y principios.
Colaboración radical
Este último es la colaboración extrema o radical. Es la más poderosa, ya que puede mover gran cantidad de personas sobre un tema en particular y generar cambios para enfrentar fenómenos relevantes como el cambio climático, la inequidad, transformar las ciudades dejando de pensar que somos solo usuarios cuando somos copropietarios, o cuando enfrentamos una catástrofe como la pandemia del covid19 o procuramos movilizar uno de los objetivos de los ODS. El mismo proceso y la cantidad de personas que participan la hace efectiva al representar el deseo espontáneo de los adherentes canalizados por campañas comunicacionales y acciones concretas que la sustenten.
El caso de Ciudades+B
Aprendiendo sobre el tema encontré esta iniciativa promovida por SistemaB orientado a la transformación de ciudades. Usando los principios de la colaboración extrema para cambiar la mentalidad de la ciudadanía de usuarios a corresponsables. Me pareció fantástica esta visión que puede impactar las actitudes de las personas para actuar distinto y alcanzar mejores logros.
Diversidad y colaboración
No había caído en cuenta de estos niveles distintos de colaboración hasta escucharlo en Impares, una iniciativa ecuatoriana que brinda espacios de diálogo en ambientes de diversidad de actores, y el expositor, Leonardo Maldonado, un chileno experto en temas de diversidad y colaboración, nos invitó a pensar que cuando nos liberamos de prejuicios, evitamos juzgar a quien no conocemos, y actuamos de forma auténtica desde quienes somos, es más fácil entender por qué colaboramos con otros sólo por convicción.
“Vemos las cosas no como ellas son, sino como nosotros somos”
Una misma cosa o tema, puede tener interpretaciones distintas de acuerdo a las propias historias y circunstancias individuales, por lo que si sólo colaboramos en la homogeneidad de puntos de vista estamos siendo poco inteligentes. Cuando reconocemos esto, dejamos de juzgar, actuamos de forma más empática, respetando a los demás, y nos activamos en función de nuestro propio ser. Si no nos conocemos aún, es un buen ejercicio para el mejor punto de partida.
Conclusión
La colaboración extrema, como es masiva y espontánea, nos enseña que entre seres humanos diversos y desiguales, tenemos más cosas en común de lo que creemos, y es útil para lograr grandes transformaciones.