En Colombia, en las costas del Chocó, se pueden construir tres puertos de aguas profundas y las tres zonas industriales más importantes y estratégicas del continente. Pero tenemos una clase política miope, que vive de espaldas a los grandes debates sobre el desarrollo, la tecnología, la economía, el comercio y la política internacional.
Una clase política que vive enfrascada, distraítraida y atrapada por el Centro Democrático, el partido político de ultraderecha del expresidente Álvaro Uribe Vélez, en debates políticos domésticos que fueron del mundo político del siglo XX sobre las caducas divisiones ideológicas de izquierda y derecha. Una estrategia política del miedo sobre una ideología que ya no es relevante en la política internacional y proyecta una visión del mundo medieval.
Una clase política atrapada en un debate sobres las aspiraciones presidenciales de Tomás Uribe Moreno, hijo del expresidente Uribe, un personaje cuya su única presentación es ser hijo de un caudillo en decadencia, sin estatura de estadista y sin capacidad para gobernar un país.
Una estrategia política del Centro Democrático para mantener al pueblo agarrado de las mechas y ellos, como centro de las tormentas políticas domésticas, debates que no son determinantes en el nuevo orden mundial. Mientras los colombianos se rasgan las cabezas pensando que si el expresidente Uribe con sus áulicos reviven con Tomás, la especie de monarquía política hereditaria de delfinato que vivimos desde el siglo XIX, la política internacional cabalga en otro sentido.
Los grandes debates políticos internacionales de cara al futuro giran en torno a dos grandes temas: la guerra tecnológica y comercial de los chips y de la 5G (quinta generación de tecnologías de telefonía móvil) entre Estados Unidos y China, el mayor instrumento tecnológico de dominación en los próximos años en el mundo. Avances tecnológicos en los que los chinos han dejado rezagados a Estados Unidos y a las potencias de Europa.
Y el otro gran debate es sobre el mayor acuerdo comercial del mundo firmado por la Asociación Económica Integral Regional ( RCEP), que suscribieron China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda con 10 países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Filipinas, Vietnam, Myanmar, Camboya, Laos y Brunei.
Un total de 15 países de Asia y Oceanía que suman 2.200 millones de consumidores, equivalentes al 30% de la población y el comercio mundial y con un PIB de US$ 26,2 billones que significan un 30% del PIB mundial. Este acuerdo económico elimina aranceles sobre más del 90% de los bienes intercambiados entre los países signatarios.
Y Colombia está inmenso en una serie de debates parroquiales y sin propuestas sobre cómo va afrontar aquellos cambios mundiales y cómo aprovecha su privilegiada ubicación geoestratégica en la Gran Cuenca del Pacífico. La clase dirigente colombiana sigue sumida en debates seudoambientales, protagonizados por personajes que se oponen al desarrollo y la modernización de la infraestructura portuaria del país, especialmente en las costas chocoanas, sin examinar con profundidad las ventajas geoestratégicas y que tiene Colombia con las nuevas rutas de la seda de China y la nuevas dinámicas de las economías en el Asia Pacífico.
Unas ventajas geoestratégicas que permiten construir dos megapuertos de aguas profundas con sus respectivas zonas industriales en las bahías de Tribugá y Aguacates en el Pacífico y de paso se pueden unir mediante una carretera y luego con vía férrea con otro futuro megapuerto de aguas profundas y una zona industrial en Tarena en el Atlántico.
Tres puntos geográficos estratégicos en el geocentro del Pacífico y Atlántico americano y donde Colombia puede construir las tres zonas industriales más importantes, más estratégicas y más competitivas del continente al frente de China e India, dos de las cuatro economías que marcan el paso en el nuevo orden mundial.
Con todas estas ventajas estratégicas en Colombia se continua enfrascados en debates del mundo de las cavernas de la ultraderecha colombiana y tragando los cuentos de los seudoambientalistas, orquestados y financiados por una clase dirigente miope como la de departamentos como Valle, que no observa el mundo más allá de los monocultivos de la caña y un grupito de politiqueros del Partido Verde patrocinados por los mismos grupos económicos afines al partido del expresidente Uribe.