La Organización Mundial de la Salud (OMS) está en el epicentro de las teorías conspirativas urdidas alrededor de la pandemia en curso. Este artículo sugiere que el papel que múltiples teorías conspirativas le atribuyen a la OMS no tiene asidero en la evidencia. Pero no porque quienes la dirigen sean incapaces de urdir conspiración alguna, sino porque la organización no cuenta con los medios necesarios para conspirar contra el mundo.
Lo primero que habría que decir es que la OMS no es una entidad independiente, sino una organización intergubernamental. Es decir, fue creada y es gobernada por los 193 estados que forman parte de ella, a través de la Asamblea Mundial de la Salud. Esa es la entidad que decide las políticas que guían la OMS, nombra a su director general y aprueba y supervisa la ejecución de su presupuesto. Es decir, el personal de la OMS constituye una burocracia pública. Claro, si en ocasiones un solo gobierno tiene problemas para controlar a su burocracia esos inconvenientes serían aún mayores cuando la burocracia en cuestión debe ser supervisada en conjunto por 193 gobiernos. Pero eso no cambia el hecho de que las decisiones fundamentales en la OMS las toman los gobiernos y no sus directivos.
De cualquier modo, la OMS no cuenta con los recursos necesarios para urdir tramas transnacionales. Según el Foro Económico Mundial, su presupuesto para el bienio 2018-2019 fue de US$ 4.400 millones. Para poner ese monto en perspectiva, el presupuesto de salud del Estado peruano en 2019 fue de unos US$ 5.400 millones. Y si, como sabemos, ese Estado apenas puede lidiar con la pandemia en Perú, imaginen lo que costaría implementar planes siniestros de alcance mundial. Por lo demás, bajo el derecho internacional, las decisiones de la OMS no son vinculantes. Es decir, nadie está legalmente obligado a hacerle caso.
Una de las teorías conspirativas que involucra a la OMS fue esbozada por el propio presidente Trump. Según esta, la OMS se habría confabulado con el gobierno chino para ocultar evidencia sobre la pandemia en su etapa inicial, amén de haber brindado información equivocada. Una pregunta aquí sería, ¿qué incentivos tiene la OMS para confabularse con el gobierno chino? Cuando uno, por ejemplo, revisa el presupuesto de esa organización en años recientes, ese gobierno jamás estuvo entre sus 10 primeras fuentes de financiamiento. Es cierto que la OMS fue particularmente crédula con la información que ese gobierno le brindó inicialmente, pero ese hecho prueba su escasa influencia antes que sus dotes para convulsionar tras bastidores la política internacional: dado que el gobierno chino impidió a sus investigadores constatar in situ el estado de cosas (y que, como vimos, la organización no podía obligarlo), la OMS se limitó a divulgar la información que aquel le brindó.
Podría discutirse si la OMS debió otorgarle credibilidad a esa información, ¿pero ocultó la verdad para favorecer al gobierno chino, como alegó Trump? Hay indicios que sugieren que no fue así. Por ejemplo, el hecho de que el propio Trump creyera en esa información: si ingresa al portal de internet Politico.com, encontrará un artículo titulado “15 ocasiones en las que Trump elogió a China mientras el coronavirus se esparcía por el mundo”. Y, por cierto, no precisa creerle al portal: el artículo provee enlaces que le permitirán leer o escuchar al propio Trump elogiando el desempeño del Estado chino frente a la pandemia.
Lo que sí es cierto es que parte de la información inicial que brindó la OMS sobre el COVID-19 demostró ser equivocada. La pregunta es si ello no es explicable en el contexto de una pandemia sin precedentes en el último siglo, ocasionada por un virus que no existía hace sólo unos meses: en un inicio, nadie sabía con certeza a qué atenerse.