Este 12 y 13 de noviembre fui invitado a Ayacucho para participar en la iniciativa “Plan por la Democracia al 2050”, de Transparencia. Un encuentro de 50 líderes de todas las regiones tanto de la empresa privada, gremios, medios, academia, iglesia y partidos políticos.
Dialogamos sobre los desafíos y posibles soluciones para fortalecer la democracia peruana, destacando las causas estructurales que explican su debilitamiento, además de iniciativas de largo y corto plazo. Lo que quedó claro es que el Perú enfrenta retos profundos y al mismo tiempo se encuentra en un momento de megaproyectos e inversión privada que configura una oportunidad única para rediseñar su democracia y proyectarla hacia un futuro más sólido y participativo.
El proceso identificó seis causas estructurales que debilitan la democracia peruana:
- Corrupción sistémica, que ha permeado desde el Estado hasta la sociedad.
- Fragmentación excesiva de partidos políticos, que carecen de representatividad y liderazgo.
- Desequilibrio de poderes, con instituciones vulnerables y bajo nivel de respeto por el equilibrio democrático.
- Sociedad civil desarticulada, con baja participación ciudadana.
- Ineficiencia estatal, incapaz de garantizar derechos básicos.
- Déficit de formación cívica, que limita la construcción de una cultura democrática.
Estas causas no solo explican la crisis actual, sino que también iluminan los puntos donde deben centrarse las reformas. Al reflexionar sobre estas conclusiones, encuentro patrones comunes con otros países de América Latina.
En Chile, por ejemplo, la fragmentación partidaria ha generado inestabilidad y dificultades para alcanzar consensos en el Congreso, debilitando la capacidad del Estado para implementar políticas efectivas y aumentando la desconfianza ciudadana hacia las instituciones políticas. En México, la corrupción sistémica y la complicidad entre políticos y el crimen organizado han erosionado la confianza en las instituciones e incrementado la violencia. En Brasil, la corrupción política ha afectado la economía y la confianza ciudadana en las instituciones.
Es decir, desde Ayacucho y a semanas de conmemorar el bicentenario de la batalla que marcó el inicio de la libertad de América Latina, surge una lección con eco regional: Es urgente que la democracia sea más que un sistema político y se convierta en un motor de justicia social y bienestar colectivo.
América Latina tiene la oportunidad de construir una narrativa compartida que reafirme que nuestros países no están condenados a la debilidad institucional. Estamos destinados a la grandeza si encaramos nuestros problemas con integridad y convertimos a la democracia en el eje de la transformación de la región. Este mensaje no es solo para Perú; es para toda América Latina.