Las empresas están en un momento decisivo en la relación con sus equipos. La disrupción de la pandemia comienza a ceder, las compañías ya piensan en reagruparse y diseñan estrategias para que las personas vuelvan físicamente a sus antiguas oficinas. Es un momento crítico, porque no siempre lo que quieren las organizaciones conversa con lo que esperan sus colaboradores.
Este problema es hoy global y las consecuencias son que cuando los colaboradores no encuentran lo que ellos están buscando, simplemente no vuelven; y los que no tienen esa posibilidad, disminuyen su nivel de compromiso y, por lo tanto, su aporte.
Es en este tipo de decisiones, y ojalá conversaciones, donde el propósito de la empresa juega un rol decisivo. ¿Qué empresas queremos ser? ¿Cuál es nuestro rol en el Chile del futuro? Pocos son los líderes que se atreven a explorar en la profundidad de estas preguntas. Muchos ejecutivos aún están con discursos añejos, que ya no funcionan. Muchos están confundidos con la crisis global y también con la local ante el proceso constitucional. Pero es exactamente esta la labor más fundamental de los líderes: tomar las dificultades y la confusión en la que estamos metidos y transformarlas en un viaje de posibilidades y aprendizajes, con el timón firme, y así darle sentido y esperanza al momento en el que nos encontramos.
Es importante asimismo incorporar lo que los colaboradores han aprendido del inmenso sacrificio de este último tiempo. No fue en vano la pandemia; dos años de grandes dificultades e incertidumbres, que para muchas personas fueron tierra fértil para desarrollar nuevas capacidades.
En ese período florecieron una mayor productividad, mejores niveles de conexión con la realidad, la adopción masiva de nuevas tecnologías y la búsqueda de nuevas maneras de hacer las cosas; y una mayor confianza en los equipos, además de niveles insospechados de trabajo grupal y apoyo solidario. Se trata de cuestiones que no se pueden borrar de un plumazo.
Hoy, a la luz de esta experiencia, muchos colaboradores creen que el trato tiene que ser diferente y que la decisión de dónde trabajar -en el living o en la oficina- ya no es solo del empleador. ¿Si no somos socios en esta decisión, para qué volver? Es una pregunta que debe inquietar a los líderes.
Esto nos lleva a un nuevo nivel de interacción y sentido. Los chilenos hemos cambiado. Lo que antes nos unía, ya no tiene tanto sentido. Si ayer nos encontrábamos en ideas y modelos, hoy queremos juntarnos en algo más profundo. Debemos dejar los verbos como “volver” o “recuperar” y pasar a usar “construir” y “explorar”. La oficina y el espacio físico necesitan descubrir un nuevo sentido. Los nexos verdaderos, los que mantuvieron juntas a las personas y las organizaciones, son los valores y el propósito compartido, la construcción de un equipo necesita claridad en esto, antes que nada.
Soy optimista con estos cambios, nos hacía falta un quiebre para identificar lo importante. Hay muchas cosas que no habían entrado a las oficinas hasta 2019; teníamos poca flexibilidad para incorporar talentos por temas familiares, discapacidades, limitaciones geográficas, entre muchos otros, y hoy están a un clic de distancia.
Teníamos desconfianza de la diversidad y nos aferrábamos a las personas que se parecían a nosotros, que tenían los mismos hábitos y hablaban de la misma forma. Las pantallas nos ayudaron a ser más humanos y a involucrarnos en la cotidianeidad del otro, lo que nos hizo darnos cuenta de lo diferentes e iguales que somos, al mismo tiempo; a todas las personas les ladró el perro en la videollamada, les sonó el timbre o se les olvidó prender el micrófono en las conferencias.
La flexibilidad y la diversidad llegaron para mejorar el mundo del trabajo. Si no reconocemos esto y nos quedamos solamente en lo superficial o en lo antiguo, corremos el riesgo de quedarnos sin las mejores personas y, con ello, con pocas posibilidades de llegar donde queremos.