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Educación para que el día del sobregiro sea el 31 de diciembre
Vie, 22/01/2021 - 11:51

Isabela Alcázar

Repensar el Turismo, más allá de los impactos económicos y medioambientales en Latinoamérica
Isabela Alcázar

Global head of Sustainability de IE University  

El día del sobregiro de 2020, que marca en qué fecha la humanidad consume los recursos que la tierra puede producir en un año, fue el 22 de agosto. La pandemia retrasó 24 días este día crítico por primera vez en 20 años. Pero la humanidad no puede depender de una pandemia para crear un modelo sostenible. La educación es la clave para lograr un nuevo modelo económico que permita no sobreexplorar los recursos naturales, con las consecuencias sociales y ambientales que esto implica.

En 1869, el químico ruso Dmitri Mendeleev, ordenó todos los átomos conocidos (63 entonces, ahora sabemos de la existencia de 118) en la tabla periódica de los elementos.

Toda la materia (lo que vemos, tocamos y respiramos) está construida a partir de estos pequeños ladrillos llamados elementos o átomos, que han ido fluyendo de lo orgánico a lo inorgánico y de vuelta a la vida de forma cíclica desde el principio de los tiempos. Nuestro planeta está en constante evolución. En su origen, hace más de 4.500 millones de años, surge como una masa incandescente y desde entonces no ha dejado de transformarse, pero su composición y cantidad ha sido constante a lo largo del tiempo. Nada, salvo la energía del sol y algún meteorito ocasional entran en la atmósfera, y apenas salen partículas terrestres al espacio.

Dicho de otro modo, nada que hayas usado y tirado a lo largo de tu vida ha dejado de existir. Si los átomos que lo componían no se han podido volver a usar es materia que se ha perdido para siempre. Contamos pues con un número finito de recursos y su adecuada regeneración depende de nosotros.

El día del sobregiro de un país, se corresponde con el momento del año en el que ha consumido todos los recursos que su ecosistema es capaz de regenerar. En 2002 el químico alemán Michael Braungart y el arquitecto americano William McDonough desarrollaron el concepto de economía circular en su libro “De la cuna a la cuna: rediseñando la forma en que hacemos las cosas”, y proponen un cambio de paradigma en el que los “desechos” de un proceso se conviertan en sustratos del siguiente. Por lo que la materia sería aprovechable una y otra vez de manera cíclica, alargando de esta manera su vida útil.

Este cambio de mentalidad implica un rediseño integral de cada uno de los procesos, donde se elija con cuidado cada una de las materias primas que se van a combinar para permitir su total aprovechamiento una vez concluido el ciclo de vida útil. Se deja atrás la consigna ecologista clásica de las tres erres (recicla, reutiliza, reduce) que simplemente retrasaba el impacto medioambiental, pero que seguía generando residuos donde sus principios constituyentes se depreciaban sin poder recuperar su valor inicial. Este modelo, inspirado en lo que la naturaleza lleva millones de años optimizando, permite el flujo de materia y energía de un proceso al siguiente y es lo que conocemos como circularidad.

Se trata de un cambio en el modelo económico y en la mentalidad de la sociedad civil. Promueve un esquema de consumo responsable, basado utilización y generación de productos reintegrables en ciclos naturales. Cuando un árbol en otoño pierde sus hojas no es un acto de ineficiencia, es un acto de ingeniería natural evolucionada hasta el óptimo durante milenios. Aprendamos de la naturaleza.

Desde la revolución industrial arrastramos un modelo donde se maximiza la productividad a costa de consumo de recursos (escasos) y sin considerar el impacto medioambiental. Esta obsesión con la productividad ha derivado en entornos de monopolios de facto difícilmente regulables, con grandes barreras para la entrada de nuevos jugadores que realmente puedan competir. Rebecca Henderson, en su famoso libro Reimagining Capitalism, explica que las empresas de nueva creación en cada sector han reducido su participación del 15% en 1980 al 8% en 2015.  

Además del problema económico, se genera un problema social. El foco excesivo en la eficiencia a corto plazo, dejando la eficacia como objetivo secundario y el largo plazo fuera de la lista de objetivos, ha derivado en una presión tan grande sobre la curva de crecimiento que nuestras economías ya no son capaces de generar riqueza para la mayoría de la sociedad.

Este modelo económico que olvida el respeto por la naturaleza, genera también extensos problemas sociales que ponen en cuestión el modelo de democracia liberal que ha dado a muchos países del mundo el periodo de paz más largo de nuestra historia. En este contexto, las empresas y gobiernos se enfrentan a un desafío nuevo y cada vez más urgente para su identidad y su capacidad para conectar con el talento, los consumidores, los socios, los organismos reguladores y los inversores de manera duradera y coherente. Juntos debemos construir un nuevo futuro.

Las instituciones educativas tenemos un papel fundamental en la construcción de este nuevo futuro en el que nos gustaría vivir, el que describen los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Deloitte advierte que el 37 % de los jóvenes considera que la formación que obtienen no coincide con las cualidades exigidas en sus puestos de trabajo. Las instituciones académicas tenemos la responsabilidad de adelantarnos, y predecir cuáles deben ser los conocimientos y capacidades que debemos potenciar en nuestros alumnos para que puedan convertirse en los agentes del cambio de un mañana mejor.

La transición hacia un modelo circular está ocurriendo ya en muchos países empujado por gobiernos y por corporaciones que no solo persiguen su rentabilidad, sino un propósito mayor. Ningún programa educativo, desde educación infantil hasta educación superior, puede estar completo si no incluye conocimientos de sostenibilidad. Los mejores gestores, emprendedores, gobernantes o arquitectos lo serán gracias a que, junto a otras herramientas y habilidades, tienen el conocimiento necesario sobre sostenibilidad para hacer una gestión proactiva del impacto medioambiental, económico y social que tienen en el mundo. SOlo podemos decir que ofrecemos la formación de más alta calidad si preparamos a nuestros alumnos para liderar el camino hacia un futuro sostenible.

El cambio hacia un futuro más sostenible empieza con cada uno de nosotros contribuyendo de forma individual a la acción colectiva.

*Con la colaboración de Concepción Galdón, Sustainable Impact Teaching & Research lead at IE University