Los líderes heredan sus circunstancias, afirman Zelikow y Rice.* “Al enfrentar [sus] circunstancias entre 1988 y 1992, algunos líderes optaron, de manera deliberada, por transformar los principios operativos básicos de sociedades enteras. Eligieron abolir países y crear otros nuevos. Eligieron dar marcha atrás y desarmar sustancialmente la confrontación militar más grande y peligrosa del mundo... Pero, como todas las creaciones humanas, su nuevo sistema hizo concesiones, tuvo fallas y generó nuevos problemas...” Los autores se refieren al final de la Unión Soviética, pero el concepto es aplicable a un buen número de naciones que, en los mismos años, se abocaron a transformarse, la mayoría de ellas de manera integral, como fue el caso de Corea, China, España, Portugal, Taiwán y muchas otras, incluido México: gran liderazgo transformador, pero con consecuencias no anticipadas. Los juicios que se hacen décadas después son lógicos y políticamente relevantes, pero no siempre útiles para corregir las secuelas de esas consecuencias no anticipadas.
Una característica común, aunque con enormes diferencias de grado, en todas las naciones que optaron por transformarse fue el autoritarismo que las caracterizaba. En algunos casos se trataba de regímenes militares, en otros de gobiernos autoritarios y en otros más de sistemas que buscaban el control integral de sus poblaciones y a las que se llegó a denominar como totalitarias. La transformación que emprendieron aquellos liderazgos, en algunos casos con enorme claridad, visión y sentido de propósito, en otros menos, abrió una enorme ventana a la libertad de las personas.
“Imagine las esperanzas y los temores de esta generación [Gorbachev, Kohl, Mitterrand, Bush, Delors, Thatcher]. Para la mayoría de estos hombres y mujeres, palabras como ‘tiranía’, ‘libertad’, ‘guerra’ y ‘seguridad’ no eran abstracciones vacías. Para ellos entrañaban traumas muy reales.” Algo similar se puede decir de Adolfo Suárez, Felipe González, Carlos Salinas, Kim Dae-jung, Lee Teng-hui y Deng Xiaoping. Algunos de estos líderes procuraron una transformación estrictamente económica, otros comprendieron que era imposible separar una liberalización económica sin su consecuente liberalización política (concepto que China sigue desafiando).
Las transformaciones han sido reales y han cambiado la naturaleza y circunstancia de decenas de naciones, en la mayoría de los casos para bien. Pero las consecuencias no anticipadas a que se refieren estos autores no son menores y se han traducido en factores de contención real: desde la guerra entre las naciones que antes integraban a la antigua Yugoslavia hasta los gobiernos que, más recientemente, han intentado echar hacia atrás el reloj de la historia o que, simplemente, han construido, fortalecido o recreado sistemas autoritarios. Las mañaneras son un ejemplo perfecto de un liderazgo unipersonal dedicado a mover las manecillas del reloj de la historia como si se pudiera meter al genio de regreso a su lámpara o la pasta de dientes a su contenedor. Pero, más allá del estilo personal de desgobernar de cada líder retardatario, hay dos cosas que no están en duda: una es que, efectivamente, hubo consecuencias no anticipadas y que éstas tienen que ser atendidas; la otra es que hace una enorme diferencia cómo se atienden esas consecuencias.
El cómo es en ocasiones tan o más importante que el qué. Por ejemplo, es indudable que la liberalización de las economías trajo como consecuencia una redefinición de la logística de las manufacturas a nivel mundial y ésta, a su vez, generó impactos muy diferenciados. Al liberalizar sus economías, las naciones desarrolladas vieron salir muchos empleos hacia países que aspiraban a industrializarse. Corea, Taiwán y otras naciones abrazaron la oportunidad y se transformaron en el camino. México llegó un poco tarde a la fiesta y su intento por transformarse fue menos ambicioso, lo que se tradujo en oportunidades perdidas que diligentemente aprovechó China, convirtiéndose en la fábrica del mundo.
El punto clave es que es fundamental entender que las acciones gubernamentales tienen consecuencias y que, por lo tanto, la manera en que se atienden los problemas entraña impactos que muchas veces no parecen evidentes de antemano. ¿Qué tanto debe hacer el gobierno de manera directa? ¿Qué consecuencias entraña una aparentemente imparable tendencia a transferir todos los proyectos e instituciones al ejército? ¿Utilizar al mercado para asignar recursos u hostilizarlo? No importa lo que haga el gobierno o el ámbito en que actúe, su despliegue causa efectos que incentivan acciones favorables o desfavorables. Es decir, aunque el país cuente con pocos contrapesos formales, los informales son por demás efectivos y no siempre arrojan los resultados que anticipa o prefiere el líder político.
Cada uno tendrá sus preferencias respecto a las preguntas del párrafo anterior, pero lo importante es que no siempre resulta lo que el líder desea o prefiere. Por eso es tan importante no perder de vista que la función de gobernar es mucho más delicada de lo aparente.
Como escribió Orwell, “el hecho es que deben observarse ciertas reglas de conducta para que la sociedad humana se mantenga unida”.