Las divisiones ideológicas de izquierda y derecha hacen parte del mundo geopolítico de antes, durante y después de la Guerra Fría del siglo XX. En el siglo XXI vivimos dentro de otros contextos políticos muy alejados de aquellos clichés ideológicos que fueron dominantes en el siglo XX.
Estamos frente a un nuevo orden mundial liderado por China, que muchas personas no alcanza a asimilar, porque siguen atrapados en las caducas visiones de los paradigmas políticos del siglo anterior. Por lo tanto, determinados análisis de prospectiva política se les hace difícil comprender cuando se habla que el centro de la hegemonía mundial vuelve a situarse en Asia, dado que vivimos una acelerada decadencia del poder imperial de las potencias de Occidente y un rápido resurgimientos de las antiguas potencias asiáticas.
Por un lado, son claros los síntomas de las decadencias del poder de las potencias de Occidente: Estados Unidos, Inglaterra, Italia y Francia. Del otro, son claras las señales que en los próximos decenios serán las potencias asiáticas las que dominarán el mundo: China, Rusia, India, Turquía, Indonesia y Corea del Sur…
Por consiguiente, algunos ignoran que el péndulo de aquel nuevo poder mundial no estará en Nueva York, ni en la City en Londres y menos en París o Berlín, sino en el estrecho de Malaca en Asia, una ruta marítima que une a los océanos Índico y Pacífico. La principal ruta marítima del mundo ya que se calcula que por ahí transitan más de 75.000 barcos. Su importancia radica que es la ruta de navegación une las principales economías asiáticas: China, India, Tailandia, Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur, China, Japón y Corea del Sur. Además es el transito obligado del comercio que se mueve entre los países del sur de Asia, el sudeste con el Oriente Próximo y Europa. En consecuencia, por allí transita aproximadamente el 60% del comercio mundial y el 50% del petróleo, el gas y el carbón que consumen el mundo. Igualmente que el 80% del crudo que consume China.
De manera que las economías de los países del Asia-Pacifico dependen en gran medida de su funcionamiento de este estrecho, debido que por este laberinto marítimo pasan las exportaciones y las importaciones comerciales de los dos países más poblados del mundo: China e India y la nación musulmana más poblada del mundo: Indonesia.
Por consiguiente, este estrecho y el de Ormuz, en el Golfo Pérsico, en el Oriente Próximo y el Bab al Mandeb en África, que une el mar Rojo con el Golfo de Adén, en el Océano Índico en el Cuerno Africano son actualmente las tres rutas marítimas más trascendentales en el mundo.
Por el estrecho de Ormuz pasa el 20% del petróleo mundial y el 35% del comercio internacional, se une el Golfo Pérsico con el Golfo de Omán y es la principal ruta de las exportaciones petroleras de Arabia Saudita, Irán, Irak, Qatar, Baréin y Kuwait hacia los mercados del Asia Pacífico, Europa y Estados Unidos.
El estrecho de Bab al Mandeb también tiene una importancia clave para el comercio mundial ya que se localiza entre la costa africana de Yibuti y la península arábiga en Yemen. Es una ruta que permite el acceso al mar Rojo desde el Océano Índico, paso obligado hacia el Canal de Suez y el Mediterráneo y es una ruta que une puertos europeos con Asia y el golfo Pérsico.
Además de rutas tan estratégicas para el comercio mundial, se suman las futuras rutas del Ártico, especialmente la noroeste que une al Ártico con los océanos Atlántico y Pacífico, cuya importancia obedece a que reducen en un 23% la distancia entre Nueva York y Tokio. Con esta ruta recortarán distancias, costos de los fletes y resultarán más baratas que utilizar las rutas de los canales de Panamá y del Suez. Ruta que se convertirán en la nueva entrada de China a Europa, debido a que el trayecto entre Shanghái-Hamburgo se reduciría en 8.600 kilómetros. Es una ruta que ofrece enormes perspectivas para el intercambio de bienes y servicios entre Europa, Estados Unidos, China, India, Japón y otros países del Asia Pacífico.