Pasar al contenido principal

ES / EN

El G7 ante la nueva geometría global
Lun, 22/05/2023 - 11:00

Ángel Alonso Arroba

Cumbre de las Américas: menos resetear y más actuar
Ángel Alonso Arroba

Vicedecano de IE School of Politics, Economics and Global Affairs de IE University

Quizás pocos foros internacionales encarnan mejor la máxima unamuniana de que el progreso pasa por saber renovarse que el G7, con permiso si cabe de la OTAN. La cumbre anual del Grupo de los 7 que se celebró este pasado fin de semana en la ciudad de Hiroshima, en un claro guiño al retorno de la amenaza nuclear que venimos viviendo en los últimos tiempos. Fue ésta la 49 reunión de líderes de este foro que en su día agrupaba a las principales economías del planeta y que, con el paso del tiempo, ha tenido que ir cediendo protagonismo a otros espacios como el G20, que reflejan mejor en su membresía el enorme cambio que se ha producido en las últimas décadas a nivel geopolítico y geoeconómico.

Si la primera Cumbre del G7 (entonces aún G6) auspiciada por Giscard d’Estaing en Rambouillet en 1975 sirvió para simbolizar la unidad de las principales potencias del mundo desarrollado ante los retos que entonces planteaban la novedosa estanflación y la crisis del petróleo derivada de la Guerra de Yom Kippur, no es menos evidente que en los últimos años estas citas han vuelto a recobrar esa aura de unidad del llamado occidente en un contexto de creciente fragmentación internacional. Hoy en día miramos al G7 desde la óptica de la Guerra en Ucrania y el pulso con Moscú, sin duda el tema que vertebrará buena parte de las discusiones. Pero también lo hacemos a la luz de las grandes fuerzas que están definiendo las relaciones internacionales: la emergencia de China y su rivalidad con Estados Unidos, la redefinición de las cadenas globales de valor, la transición energética y la respuesta climática, el impacto y control de las nuevas tecnologías…

El gran riesgo que planteó el reciente encuentro de Hiroshima es que proyecte al resto del mundo una imagen de occidente-fortaleza, en oposición a la ascendencia del llamado sur global. Que se perciba que este tipo de encuentros solo tiene por objetivo la defensa de unos intereses contrapuesto a los del resto del planeta y sus principales regiones emergentes, con países que cada vez reclaman con más ahínco y firmeza las cotas de participación, protagonismo y capacidad decisoria en las instancias multilaterales que el peso de sus economías y el tamaño de sus poblaciones evidencian.

Es interesante y merece una valoración positiva el hecho de que la presidencia nipona haya articulado la cumbre en torno a dos ejes. De una parte, la importancia de defender un orden internacional basado en respeto del derecho y que rechace los intentos unilaterales de atentar por la fuerza contra la soberanía de los estados, en una clara alusión a la agresión rusa contra Ucrania. Hay valores y principios que son innegociables.

Pero de otro lado, haciendo también una decidida invocación a la necesidad de conectar y sintonizar más y mejor con el Sur Global, en un claro gesto de reconocimiento de que con frecuencia los países del G7 están perdiendo la batalla narrativa en muchas regiones del planeta. Esto se refleja en la lista de ocho países invitados, que incluye a India, Brasil e Indonesia, tres de los cinco BRICS.

El posicionamiento geopolítico de la presidencia japonesa es más que evidente, con una enorme atención a la Iniciativa del Indo-Pacífico Libre y Abierto que Tokio abandera en claro alineamiento con Washington y en respuesta a Beijing. No en vano, todos los miembros del QUAD participaron en la cumbre de Hiroshima. Vivimos en un mundo cada vez más geopolítico y no debe sorprendernos que este tipo de encuentros sirvan para consolidar alianzas y marcar diferencias.

Pero el G7 haría mal en erigirse como una plataforma divisoria en este contexto de creciente competencia. Principalmente porque, aunque se invite a países del Sur, siempre será visto como un foro del Norte. Y además de un Norte que irremediablemente pierde peso a nivel global: si sus economías representaban el 70% del PIB mundial cuando se estableció hace casi cincuenta años, en la actualidad apenas superan el 40%. Y en términos de población apenas alcanzan el 10% del total de la humanidad. A falta de la legitimidad de los números, se debería apostar por la legitimidad de las propuestas y la fuerza de las narrativas.

Así pues, uno de los aspectos importantes para  la cita de Hiroshima fue hacer hincapié en lo sustantivo y en las temáticas que los líderes discutirán: desarme y no proliferación nuclear, seguridad alimentaria, comercio internacional, arquitectura sanitaria global, seguridad energética, impulso de la Agenda 2030…

Pero ha resultado aún más importante que estas cuestiones se aborden desde una triple dimensión. En primer lugar, desde la inclusión de puntos de vista, teniendo el interés de la humanidad como brújula, y no el particular de los países miembros del G7. En segundo lugar, incorporando un elemento de optimismo y una dosis propositiva que últimamente se echa en falta en este tipo de encuentros, más centrados en la rivalidad, la competencia y los juegos de suma cero. Y, en tercer lugar, elevando el nivel de ambición, que en el fondo ha sido lo que tradicionalmente ha caracterizado para bien el rol de los países más desarrollados en el plano multilateral, si bien muchas veces los hechos no han seguido a las palabras, y la hipocresía y la falta de consistencia ha terminado por minar su credibilidad moral.

Nunca es tarde para corregir el rumbo, y quizás no haya un momento más propicio que el actual, necesitado de referentes que nos inspiren y nos saquen de este panorama tan negativo, para que el G7 encuentre su voz, su espacio y su razón de ser en un mundo que cada vez le pertenece menos. Las cumbres del G7 han supuesto tradicionalmente un punto álgido de la agenda anual, no solo por los importantes encuentros bilaterales que se despliegan en ellas, sino también por servir como termómetro de la cohesión de los países más desarrollados y del mensaje que lanzan al resto de la comunidad internacional.

Hiroshima no es una excepción, pero es importante un mensaje todo lo incluyente, positivo y ambicioso posible. Porque ha llegado el momento de que occidente calibre mejor cómo quiere que sea su relación con el resto del mundo: de confianza, respeto y entendimiento, o de superioridad y confrontación. Y ello implica actuar y construir juntos un orden global más justo y equitativo, basado en la solidaridad geográfica e intergeneracional.