Cuando en abril de este año las autoridades del Ministerio de Salud de Argentina tuvieron que salir a comprar de urgencia respiradores mecánicos para los hospitales del país, no tuvieron que ir muy lejos. Al comienzo de la pandemia, los respiradores se habían convertido en el objeto más escaso y más codiciado en todo el mundo. "Los respiradores en la lucha contra el coronavirus, son como los misiles durante la segunda guerra mundial", declaró entonces Andrew Cuomo, el gobernador de Nueva York.
Pero los argentinos descubrieron que en la central provincia de Córdoba tenían no una, sino dos empresas fabricantes de respiradores. La más antigua, Tecme S.A., con el 70% del mercado interno y 250 empleados, fue fundada por un joven médico cirujano y su hermano ingeniero en un garaje... en 1966. Antes de la pandemia, Tecme, que hoy dirigen los hijos y nietos de los fundadores, exportaba el 80% de su producción, principalmente a India y Brasil. Y tiene una filial en Atlanta, desde la cual también produce y exporta. Tener sucursales en el exterior no es inusual para muchas pymes familiares que han aprendido a sobrevivir en la turbulenta economía argentina a lo largo de las décadas. Cuando las recesiones, devaluaciones o defaults arrecian en casa, la filial del exterior ayuda a mantener la nave a flote. Y las tormentas, o más bien los huracanes económicos, ocurren en Argentina con regularidad.
La devastadora crisis de 2002, que sucedió tras una década próspera en la que Argentina logró doblegar la inflación y mantuvo un tipo de cambio fijo con el dólar, tuvo causas internas y llevó el desempleo al 20%. El PIB se derrumbó 11% y sumergió en la pobreza a amplios sectores de la orgullosa clase media. Pero la economía volvió a crecer en 2003 y a tasas altísimas del 8% y hasta el 9% anual durante el siguiente quinquenio. La Gran Recesión fue el shock externo que terminó con esta bonanza y volvió a derrumbar la economía un 6% en 2009. El rebote posterior fue intenso pero breve: el PIB creció 10% en 2010 y 6% en 2011, el año en que Cristina Kirchner fue reelecta como presidenta.
A esta altura, ya quedaba claro para muchos analistas que una economía que crece a borbotones unos años y se desploma en otros no es sostenible. Es preferible crecer a tasas más moderadas pero continuadas en el tiempo. Pero esto tampoco pudo ser. A partir de 2012, la economía entró en un sendero descendiente, con una inflación creciente alimentada por continuas devaluaciones, que hartaron a la población. Pero ni siquiera las elecciones de 2015, que terminaron con 12 años de gobiernos peronistas y encumbraron por primera vez en democracia a un presidente/empresario de centro-derecha, mejoraron las cosas.
Se esperaba que las políticas económicas ortodoxas de Mauricio Macri corrigieran la irresponsabilidad fiscal y monetaria de los peronistas, especialmente en sus últimos cuatro años. Pero para perplejidad de muchos, dominó la inconsistencia: en varios momentos, la política monetaria fue restrictiva pero la política fiscal, expansiva. “Fue como encender el aire acondicionado y la calefacción al mismo tiempo”, resumió Miguel Angel Broda, un influyente consultor. ¿El resultado? Durante el periodo de Macri, el PIB se contrajo en tres de los cuatro años de su mandato, la deuda externa se multiplicó y quedó al borde del default, mientras la inflación, la eterna enfermedad económica de la Argentina, se duplicó, al 55% anual.
Con la mayoría de la población nuevamente enfurecida ante el fracaso, las elecciones de 2019 volvieron a encumbrar por cómodo margen a un peronista, Alberto Fernández, quien comenzó a negociar una refinanciación con los acreedores de la deuda, pero no alcanzó a diseñar un programa económico cuando llegó la pandemia. El nuevo gobierno respondió rápido con una cuarentena estricta, que ahorró muchas vidas. Pero el costo económico fue arrasador. Con una economía ya debilitada tras ocho años de escasa inversión y continua recesión, en abril, el primer mes completo de estricta cuarentena, el PIB se derrumbó 26%, una cifra sin precedentes. Como un boxeador tendido al que le están contando los segundos tras recibir un golpe demoledor, muchos se preguntan si Argentina podrá levantarse.
Según el FMI, la economía se contraerá un 10% en 2020. Pero economistas privados proyectan resultados mucho peores, de hasta -15%. El gobierno, que dedicó un 5% del PIB a asistir a empresas y desocupados durante la cuarentena, está preparando un plan para expandir el consumo interno en la pospandemia, un momento que esperan que ocurra antes de fin de año. El plan incluye estímulos impositivos a las empresas y planes de hasta 18 cuotas subsidiadas para los consumidores. Esperan que estas medidas provoquen un rápido rebote, como ocurrió tras la crisis de 2002.
“Lo que se espera para los próximos trimestres es un crecimiento lento”, desconfía Bernardo Kosacoff, un respetado economista independiente. Mientras tanto, el boxeador está dando algunos signos de vida. En mayo y junio, la producción industrial y la construcción se recuperaron en la medida en que la cuarentena se relajó, sobre todo en el interior del país. Las fábricas automotrices, que en abril estuvieron cerradas, en mayo ensamblaron 5.000 y en julio ya habían regresado casi a niveles pre-pandemia. Las autoridades también confían en que un reciente acuerdo con los acreedores para la refinanciación de más de U$S 66.000 millones de la deuda, con el apoyo del FMI, servirá para liberar recursos y reactivar la economía.
Pero los desequilibrios macroeconómicos abundan. La inflación se ha moderado en los primeros seis meses del año, pero solo gracias a que el precio del dólar está maniatado y a que las tarifas de los servicios públicos se han congelado hasta fin de año. Un nuevo estallido inflacionario no es improbable cuando llegue el verano. En medio de este desorden, las increíbles pymes argentinas siguen naciendo. En el fondo del pozo, toman envión y salen volando. Ya ocurrió antes. En 2003 y en medio de las ruinas de una crisis, cuatro amigos ingenieros alquilaron una pequeña oficina en la ciudad estudiantil de La Plata y fundaron una empresa de software. La llamaron Globant y pronto se transformó en una de la media docena de unicornios salidos del país. Hoy la compañía está valuada en U$S 6.750 millones.
Solo en el último trimestre, dos empresas comenzaron a fabricar autos eléctricos en pequeña escala. Otra está haciendo termómetros infrarrojos conectados a Internet aprovechando su experiencia en el campo de los nanosensores. Institutos científicos asociados con empresas farmacéuticas ya producen cuatro diferentes tests para el coronavirus. “La Argentina, si algo tiene, es capacidad emprendedora, y eso es un activo que se destaca en toda América Latina”, subraya Kosacoff. Un activo que se levanta sobre los hombros de un gigante invisible: 130 años de educación pública y gratuita, que hoy abarca desde el jardín de infantes hasta el posdoctorado. ¿Será este el secreto de la sorprendente resiliencia argentina?