El libreto indicaba que el Mercosur atravesaría 2021 cargado de festejos, ya que el 26 de marzo de ese año se celebraba nada menos que el 30 aniversario de la firma del Tratado de Asunción que constituyó el bloque. Sin embargo, fue un año cargado de tensiones que derivaron en definiciones que ponen un manto de duda sobre el futuro del bloque.
Más allá de las notorias diferencias existentes entre los gobiernos de Uruguay y Argentina en los posicionamientos del bloque, nadie pudo adelantar el exabrupto diplomático del presidente argentino luego del discurso del presidente Lacalle Pou en la Cumbre Presidencial Extraordinaria para conmemorar los 30 años del Mercosur, que para ejemplificar su posición sobre un Mercosur más flexible utilizó el término “lastre” para referirse al bloque. Fernández en un tono poco común y negándole la posibilidad de respuesta al presidente uruguayo, invitó al socio a “bajarse del barco”, episodio que ocurrió con un Bolsonaro que ya se había retirado de la sala virtual.
La situación generada, más oportuna de una crónica de farándula que de una reunión presidencial de uno de los bloques más importantes de la región, tiene un corolario que es necesario recordar. Ya desde antes de la asunción de Lacalle Pou como presidente de Uruguay se venía debatiendo en dicho país sobre la necesidad de contar con un Mercosur distinto, debate que era propicio en un contexto regional marcado por un Brasil liderado por Bolsonaro que también demandaba intensamente un bloque más moderno y abierto al mundo.
En ese contexto los dos gobiernos centraron sus intereses en dos aspectos que tenían que ver con forzar un cambio. Brasil se focalizó en la rebaja del Arancel Externo Común (AEC) de Mercosur, y Uruguay en lo que denominó la flexibilización del esquema de integración, lo que implica la posibilidad de negociar con terceras economías de forma bilateral.
La evidencia empírica demuestra ampliamente que las dos propuestas de los mencionados socios tienen una justificación válida. En el caso del arancel, es bueno recordar que la tarifa externa del Mercosur supera el 12%, mientras que la media internacional es del 5%. Esta realidad sumada a la infinidad de barreras no arancelarias impuestas por algunos de los socios, clasifican al Mercosur entre los bloques económicos más cerrados del mundo.
En el caso de Uruguay y su necesidad de abrirse a nuevos mercados, la realidad también avala su posición, especialmente si se tiene en cuenta que el Mercosur luego de 30 años no ha logrado contar con acuerdos vigentes con ninguno de los principales centros de consumo a nivel mundial (no hay acceso preferencial en la Unión Europea, Estados Unidos, China y Japón, entre otros). En tanto, en 2021 se firmaron en el mundo 19 tratados comerciales, mientras que en el año anterior 37. De acuerdo con las estadísticas de la OMC ya se cuenta con 353 acuerdos vigentes, en lo que se transformó en uno de los fenómenos de mayor importancia de la globalización económica.
Durante todo 2021, las reuniones del Mercosur en distintos niveles estuvieron prácticamente centradas en los dos temas anteriormente mencionados. Brasil planteó su ambiciosa propuesta de rebaja arancelaria, que inicialmente apostaba a todo el universo de productos con una caída del 50%. Los reparos de Argentina no se hicieron esperar, lo que con el tiempo derivó en una nueva propuesta brasileña de rebajar el 20% con excepciones. La intervención de Itamaraty en unas negociaciones que inicialmente fueron lideradas por el ministro de economía de Brasil, favoreció un acuerdo con Argentina bajando notoriamente las expectativas iniciales, acordando una insignificante rebaja del 10% y aceptando un número amplio de excepciones.
La modalidad en que se cerró el acuerdo para la rebaja del AEC merece cierta atención, ya que, como ha ocurrido desde los orígenes del Mercosur, Brasil logró un acuerdo primero con Argentina, que fue anunciado públicamente antes de conocer la posición final de Paraguay y Uruguay. Posteriormente, Paraguay decide sumarse a la propuesta y tras la visita del canciller brasileño a Uruguay en el mes de octubre de 2021, Uruguay no acompaña la medida, debido a que el bloque desestimó su propuesta de flexibilización presentada algunos meses atrás. Finalmente, Brasil antepone el interés nacional sobre el comunitario y dado la falta de consenso decide rebajar unilateralmente su arancel nacional, lo que es una flagrante violación de las normas vigentes.
El camino seguido por Uruguay en su planteamiento sobre la flexibilización no fue menos sinuoso. Tras semanas de intercambios en los diferentes ámbitos del bloque, en abril de 2021 la cancillería uruguaya presentó su propuesta formal sobre la flexibilización donde planteaba una serie de opciones. Esta incluía la posibilidad de ofertas y plazos diferenciales, así como ritmos de negociación diferentes, para luego proponer en uno de sus artículos, la posibilidad de suscribir acuerdos bilaterales con aquellas economías con las que no se alcanzaba un consenso entre los miembros.
Como era de esperar, Argentina negó dicha posibilidad y presentó a los socios una contrapropuesta que no conformó al gobierno uruguayo, el que, así como ocurrió en el caso de Brasil, antepuso su interés nacional presentando una declaración donde establecía que comenzaría a negociar acuerdos bilaterales, lo que justificaba en una interpretación sobre el alcance de la normativa regional.
En definitiva, dos de los miembros antepusieron sus intereses nacionales frente a un Mercosur paralizado, sin dialogo, sin cohesión y sin visión de bloque regional. Si bien en procesos de integración de esta naturaleza siempre se anhela la priorización de los intereses comunitarios frente a los nacionales, luego de más de 30 años sin alcanzar los objetivos originarios y con algunos socios que siguen defendiendo una agenda económica anclada en los años setenta, es necesario y legítimo reaccionar para evitar quedar a la deriva en un mundo que a la hora de integrarse e interconectarse no espera por el Mercosur.