A más de un año de la propagación de la pandemia, la humanidad continúa combatiendo al mortal virus. El COVID-19 nos ha impuesto situaciones jamás enfrentadas anteriormente, a todo nivel, en todos los ámbitos y disciplinas. Las soluciones y respuestas ante la crisis sanitaria y social han puesto a prueba gobiernos, modelos económicos, sistemas de salud pública, de educación y el funcionamiento de nuestras organizaciones con consecuencias gravísimas para el progreso, para el fortalecimiento del trabajo, afectando duramente las economías en todo el orbe. Una amenaza que invita a repensar la vida en su conjunto, la sana convivencia, y la reconstrucción de un modelo de sociedad, sostenible y sustentable.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), un conjunto de objetivos establecidos por las Naciones Unidas destinados a erradicar la pobreza, proteger a las personas, velar por la salud de nuestro planeta y garantizar la prosperidad y la paz, estaban planificados para cumplirse en 2030. Nadie habría podido imaginar, que la humanidad sufriría un golpe de este calibre, haciendo retroceder los avances que, con tanto esfuerzo, se venían escalando.
Los países enfrentan desafíos muy difíciles para lograr proteger a los ciudadanos de la pandemia y retomar la marcha de sus economías, pero se hace necesario mirar hacia el futuro, de manera integral. No solo se trata de recuperar el crecimiento, sino también, cómo avanzar en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Todo pareciera indicar, que para la próxima COP26, existe un mayor consenso de la urgencia de adoptar medidas vinculantes, para combatir el cambio climático y sus efectos. El COVID-19 nos ha hecho reflexionar respecto a las grandes amenazas y sus alcances, y a dimensionar la magnitud de los errores y de la inacción.
No hay país en el mundo que no haya experimentado los dramáticos efectos del cambio climático y que no entienda que, de no ponerle atajo, eso aumentará. Las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando y hoy son un 50% superior al nivel de 1990. Además, el calentamiento global está provocando cambios permanentes en el sistema climático, cuyas consecuencias pueden ser irreversibles si no se toman medidas, ahora. Debemos proteger, restablecer y promover los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques de forma sostenible, luchar contra la desertificación, cuidar el agua, detener e invertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica.
Las pérdidas anuales promedio causadas solo por catástrofes relacionadas al clima alcanzan los cientos de miles de millones de dólares, sin mencionar el impacto humano de las catástrofes geofísicas, el 91% de las cuales están relacionadas con el clima. Nuestra relación destructiva con la naturaleza y el cambio climático también han hecho a la sociedad más vulnerable y han ocasionado que las pandemias sean más probables a medida que las zoonosis se vuelven más frecuentes. Hay abundantes evidencias y experiencias nacionales, como la expansión de las energías renovables, los esfuerzos para reducir la deforestación, la implementación de la movilidad eléctrica, la investigación en nuevas fuentes de energía, muestran que no hay desbalance entre el crecimiento y una economía sostenible.
Si integramos el medioambiente, en la recuperación, avanzaremos de manera sostenible, creando un futuro más positivo, reconstruyendo el capital social, la cohesión y la confianza. Este período nos ha recordado nuestra frágil humanidad común, donde todos somos vulnerables. El mundo puede construir un futuro mejor, donde, prevengamos nuevas catástrofes, y donde definitivamente, el medioambiente, sea elemento clave, de la solución.