En Nueva Zelandia, los maorís siguen un ritual al inicio de los juegos de rugby llamado “haka,” que consiste en una serie de muecas, gesticulaciones y movimientos -desde sacar la lengua hasta dar brincos y hacer toda clase de ruidos amenazantes- con el objeto de amedrentar a sus contendientes. Todos sus competidores conocen el ritual y lo aprecian como arte pero, luego de años de practicarlo, nadie se siente intimidado. Me pregunto si, luego de Trump y ahora de Afganistán, el mundo comenzará a acostumbrase a una realidad internacional distinta respecto a la nación que mantuvo el liderazgo en el mundo internacional a partir del fin de la segunda guerra mundial.
El triunfo de Donald Trump como presidente de Estados Unidos sorprendió al mundo no sólo por el hecho de ganar, sino sobre todo porque no moderó su discurso una vez llegando a la presidencia. Biden se ha dedicado a desbancar todo lo posible de Trump, pero preserva un objetivo común con su predecesor: modificar las premisas que caracterizaron su país al menos desde 1945. Trump llegó a la presidencia en buena medida por los desajustes que creó la era de la globalización, pero también por la velocidad con que avanza la tecnología y que ha tenido el efecto de disminuir las distancias, creando nuevas vulnerabilidades -o, al menos, la sensación de vulnerabilidad- donde antes no había razón alguna para ello. Biden llegó a la presidencia en buena medida como reacción a Trump, pero con objetivos muy similares: una visión introspectiva que, más allá de la retórica, repliega a Estados Unidos del mundo.
Lo peculiar del momento, fenómeno que bien puede tener enormes implicaciones para México, es que estos cambios ocurren en paralelo con el ascenso de China como potencia mundial. China ha seguido un proceso transformativo que le ha permitido no sólo el crecimiento acelerado de su economía -al punto de rivalizar en tamaño al de la estadounidense- sino que su liderazgo cuenta con una visión estratégica que hoy se ha vuelto excepcional en el mundo. En contraste con los presidentes norteamericanos de la era de la guerra fría, los dos presidentes más recientes ni siquiera perciben la necesidad de pensar de manera estratégica, reaccionando ante las circunstancias que se presentan de manera súbita y visceral, como demostró la caótica salida de Afganistán: objetivo quizá loable, pero patético en su ejecución.
El ascenso chino, y su estrategia de construcción de un imperio logístico, constituyen lo que Parag Khanna describió como la recreación del viejo imperio británico pero no con posesiones coloniales sino a través de una red de carreteras, vías férreas, puertos y comunicaciones que permiten integrar a toda la región asiática entre sí y con África y Europa. Se trata del proyecto geopolítico más ambicioso que se haya concebido que, sin duda, representa una amenaza al poderío estadounidense, ahora bajo un liderazgo que no tiene la capacidad, pero mucho menos el interés, por comprender o al cual reaccionar.
Para muchos, esto constituye una oportunidad para disminuir la profundidad de nuestra vinculación con Estados Unidos e iniciar una diversificación en nuestras relaciones comerciales. Y, sin duda, como argumenta Luis de la Calle,* el conflicto comercial -y político- que caracteriza a las dos potencias, abre ingentes posibilidades para que México “reafirme su posición como competidor creíble en las dos economías líder,” substituya importaciones chinas en EUA y atraiga nuevas fuentes, y líneas, de inversión extranjera. La oportunidad es enorme, pero requiere una estrategia concertada para colocar a México en la envidiable posición de ser la alternativa natural respecto a esas dos naciones; pero la ventana no será eterna: si no se aprovecha se pierde.
El marco más amplio del futuro de México en el cambiante entorno internacional demanda contemplar las implicaciones del ascenso de China y los potenciales cambios políticos en Estados Unidos en los años próximos, pues la interacción entre ambos determinará el panorama en el que habremos de movernos. China cuenta con un liderazgo estratégico excepcional, una extraordinaria capacidad de adaptación y su naturaleza política le permite asociaciones que las naciones democráticas ni siquiera contemplarían.
Por otro lado, no es posible menospreciar los desafíos que China enfrentará en materia tanto económica como política en las próximas décadas. Por su parte, los estadounidenses carecen de un liderazgo preclaro y experimentan una gran polarización política que permite visualizar bandazos en su política interna antes de que logren recuperar su claridad estratégica tradicional, como tantas veces en el pasado. Es fácil menospreciarlos en este momento, pero su sistema político abierto les permite regenerarse con celeridad. Nada está escrito.
México cuenta con oportunidades excepcionales si aprovecha con inteligencia las fisuras que se presentan entre Estados Unidos y China, pero eso requerirá de un gran ejercicio de liderazgo y visión, algo que no ha sido una de nuestras características más notables. Por otro lado, la acelerada desaparición de la visión liberal que, al menos en concepto, privó en la política económica, constituye un impedimento formidable para asir esta oportunidad.