En la antesala de su gira por Europa el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, escribió un artículo en The Washington Post, donde afirmó que Estados Unidos “debe liderar desde una posición de fortaleza el mundo”, y expresó que “su viaje estaba encaminado a reanimar a las democracias del mundo y a concentrarse en “asegurar que las democracias de mercado, no China ni nadie más escriben las reglas del siglo XXI sobre comercio y tecnología”.
La apuesta de su gobierno fue de concertar con los aliados de la OTAN y de la Unión Europea (UE) los mecanismos de cooperación para enfrentar las disputas con China y Rusia. Postura que reafirmó lo planteado en su visita el secretario de Estado, Antony Blinken, cuando expresó a los aliados que la OTAN que tienen el 50% del poderío militar y juntos pueden movilizar mucha innovación y tecnología para lidiar con los desafíos del ascenso de China.
La administración de Biden frente a la decadencia y en el afán de reorientar el liderazgo global de Estados Unidos, busca un consenso con los europeos para revivir una nueva Guerra Fría con China y Rusia, pero con la misma visión imperial militarista sustentada en la fuerza del miedo, el sometimiento y la subordinación política de los países.
Inglaterra y Canadá como miembros de la OTAN comparten la misma visión de revivir una política de confrontación con China y Rusia. Sin embargo, Alemania, España, Francia y otros miembros de la OTAN y la UE son cautos de entrar en disputas con China. Por eso el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que “no hay que confundir los objetivos, la OTAN es una organización militar, pero nuestras relaciones con China no son solo militares. China es una gran potencia con la que trabajamos en áreas internacionales importantes”.
Como pinta el panorama, tanto Europa y Asia, como África, América Latina y el Caribe se convertirán en nuevos escenarios de disputas imperiales entre Estados Unidos, China y Rusia. En el caso de la UE, por un lado, esta se muestra receptiva a las propuestas de la Casa Blanca, dado que necesita el apoyo y la cooperación militar. Por el otro, también se muestra receptiva a los halagos de los chinos, porque necesita avanzar y afianzar sus relaciones económicas y tecnológicas.
Es un escenario político complicado para Estados Unidos, debido a que Francia, Alemania, Italia, España, Portugal, Holanda, Bélgica, Grecia y otros países europeos tienen acuerdos comerciales con China y los principales puertos europeos están en manos de los chinos. Además, la UE firmó en diciembre pasado con los chinos un nuevo acuerdo comercial, mediante el cual se consolidan como los segundos socios comerciales del gigante asiático.
Más allá de las declaraciones triunfalistas de Biden, el panorama en Europa no es muy claro y en cumbre con el zar de Rusia Putin, quedaron claras las líneas rojas de ambas potencias y un acuerdo tácito de estabilidad estratégica sobre las armas nucleares, pero su apuesta de doblegar a Rusia está muy lejos.
La realidad es que Estados Unidos con su crisis interna y de liderazgo global no está en condiciones de competir con China debido a que los chinos tienen una política imperial totalmente diferente sustentada en la dominación económica, comercial y tecnológica sin subordinaciones ideológicas e intervención en los asuntos políticos de los países.
De allí que para ellos ha sido trascendental la firma del mayor acuerdo comercial del mundo con 14 países del Asia Pacífico, que abarcan 2.100 millones de consumidores y el 30% del PIB mundial. Es claro que en la coyuntura actual Estados Unidos no tiene el liderazgo global desarrollar a corto plazo otro proyecto de dominación global como los que desarrollan los chinos con las nuevas rutas de la seda terrestre, marítima y digital. Son los tres proyectos de dominación económica, comercial y geopolítica más importante que se desarrolla en el mundo.
Los chinos con estos tres proyectos tienen en sus bolsillos más de 130 países, un tercio del comercio global, el 70% de la población mundial y el 55% del PIB del mundo. Indudablemente que los europeos no se quieren quedar por fuera de esa torta con los chinos y de la del resto de los países asiáticos, africanos y latinoamericanos que se mueve al son de las inversiones y los intereses geoestratégicos del gigante asiático que están definiendo el rumbo del nuevo orden mundial.