¿Hacia dónde va el mundo? ¿Qué grandes tendencias mueven la política internacional? ¿Qué amenazas y riesgos geopolíticos afrontamos? Son varios de los interrogantes que se hace el exministro de Asuntos Exteriores de España, Josep Piqué, en su libro “El mundo que nos viene”. Se trata de un libro donde examina los grandes retos, desafíos y las esperanzas que se debate la humanidad en un nuevo orden mundial postoccidental con las crisis y las decadencias de las potencias occidentales y el ascenso de las potencias orientales.
Este examina con la destreza de un gran conocedor de la diplomacia y la política internacional hacia dónde se direccionan los cambios globales y asegura que el siglo XXI será el siglo de Asia. Un cambio en el poder global que estará marcado por un inevitable relevo de Estados Unidos por China en el dominio mundial.
Plantea que habrá un cambio de eje en el que un Oriente pujante, productivo y eficiente. Sucederá a un Occidente erosionado por las debilidades en materia política, económica y tecnológica. Advierte que es tan grave la crisis y la decadencia que afronta Estados Unidos, que corre el riesgo de una fractura que puede desencadenar en su desintegración.
En su análisis sobre los problemas globales parte del antecedente que en el siglo XIX, cuando se configuró una correlación de fuerzas a nivel global que permitió que se consolidara la hegemonía de Occidente en el mundo. Primero de las potencias europeas que con el desarrollo del colonialismo se repartieran el dominio de América, Asia y África y que configuraron un mundo dominado por el poder político, económico, militar y cultural de Europa, una hegemonía avasalladora construida sobre las falacias de una superioridad en todos los órdenes sobre el resto del mundo.
Este poder permitió desarrollar una narrativa histórica de superioridad que ocultó la importancia de las civilizaciones asiáticas y africanas en el desarrollo de la humanidad. Se opacó que China en 1820 fue el país más rico y desarrollado del mundo, llegando a tener el control del 23% de PIB mundial y más de un tercio de toda la producción mundial. Un país que por el oprobioso colonialismo británico su desarrollo se estancó entre 1850 y 1950, lo que los chinos llaman el siglo de la humillación.
Piqué indica que China, tras ese siglo de humillación y de medio siglo de aislamiento, ha regresado al escenario global para volver a ser el centro del poder mundial, un sitio que ocupó durante milenios y que ahora reclama y tiene temblando los cimientos del poder hegemónico de Estados Unidos y Europa. Subraya que Europa luego de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial perdió la hegemonía imperial y quedó bajo el dominio de Estados Unidos. Por lo tanto, los estadounidenses revestidos de su poder económico y político diseñaron las instituciones multilaterales para acentuar su dominio global. Poder global que durante la Guerra Fría compartió con la Unión Soviética, pero que después de su desintegración pasó a tener un poder global unipolar. Pero ese gran poder unipolar en las dos últimas décadas comenzó a erosionarse con el ascenso global de China, Rusia y potencias emergentes como India, Turquía, Indonesia, Corea del Sur y Vietnam.
Señala que China ha tomado el camino hacia el control global, mientras que desde Occidente se contempla cómo regresa a su tradición imperial milenaria con una aspiración clara de ser la gran superpotencia del mundo. Un poder global que construye con las expansiones de inversiones en sectores estratégicos y el control de buena parte de la deuda pública de los países del mundo, empezando por Estados Unidos.
Demuestra que es una potencia neta en exportaciones de capitales y de inversiones en la gran mayoría de los países de Europa, Asia, África y América. Y las rutas de las sedas son el proyecto de dominio global más importante que se desarrolla actualmente en el mundo, y con el cual busca inicialmente controlar más de un tercio del comercio global, el 70% de la población mundial y el 55% del PIB del mundo.
Piqué hace un barrido sobre el despliegue de China como potencia global, el retorno de Rusia como potencia, la crisis de liderazgo global de la Unión Europea, las rivalidades de las potencias regionales del Oriente Próximo, el desembarco de China en el control de África y las grandes debilidades de América Latina. Finalmente, concluye que en este siglo quién domine la navegación por el estrecho de Malaca, que une a los Océanos Indico y Pacífico controlará el mundo.