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Hay cosas peores para la inversión privada que el comunismo
Lun, 11/10/2021 - 09:04

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Armand Hammer fue un inversionista estadounidense que, tras reunirse con Lenin en 1921, decidió desafiar el boicot occidental y hacer negocios con la Unión Soviética. Esos negocios incluyeron desde la exportación de caviar confiscado a la realeza zarista hasta la exploración y explotación de hidrocarburos. Por eso fue conocido como “el capitalista elegido por Lenin”. Nada de ello se debió a las convicciones políticas del propio Hammer, quien en 1972 realizó aportes ilegales en favor del presidente republicano Richard Nixon, por los que recibió una condena judicial: se trataba exclusivamente de negocios, garantizados personalmente por sucesivos líderes soviéticos.   

Aunque (según las circunstancias) restringió o prohibió la propiedad privada nacional, el comunismo soviético siempre respetó los derechos de propiedad del capital transnacional. Así que, bajo ciertas circunstancias, tal vez lo peor que le pueda pasar a un inversionista privado no sea el advenimiento del comunismo, sino la incertidumbre sobre las reglas de juego. La incertidumbre es diferente al riesgo con el que lidian en forma cotidiana los inversionistas. El riesgo es una situación en la que, aun sin saber con certeza cuál entre los escenarios posibles prevalecerá en el futuro, tenemos suficiente información como para asignarle a cada escenario un grado de probabilidad. Cuando lanzo una moneda al aire, por ejemplo, no sé si cuando caiga obtendré cara o sello. Pero sí sé que, si está bien diseñada y se lanza sobre una superficie plana, cada uno de esos resultados tendrá un 50% de probabilidades de ocurrir. En el caso de la incertidumbre, en cambio, no tenemos información suficiente como para calcular el grado de probabilidad de los escenarios posibles.

En resumen, sería preferible tener reglas de juego que, aunque no sean buenas, cuando menos sean conocidas y estables, que carecer de reglas y, por ende, no saber a qué atenerse. Ejemplo de eso último podría ser el tuit del premier peruano Guido Bellido, según el cual “la empresa explotadora y comercializadora del gas de Camisea” tenía dos opciones: “renegociar el reparto de utilidades” o enfrentar la “nacionalización de nuestro yacimiento”. El problema con ese mensaje no era la propuesta, absolutamente legítima, de renegociar contratos en favor del Estado. Era respaldar esa propuesta con una amenaza aún antes de conocerse la posición de la empresa.

Aunque el término “nacionalización” ha sido empleado tanto para referirse a la renegociación de regalías e impuestos como a la expropiación de empresas, el que aquí se presentara como una alternativa a la renegociación sugiere que Bellido se refería a la segunda acepción. Sugería lo mismo el hecho de que el Ideario y Programa del partido del expremier (Perú Libre), emplee el término “nacionalización” dentro de la sección titulada “Estatización de Sectores Estratégicos”. Y lanzó el tuit sólo días después de que el presidente Pedro Castillo dijera ante el Consejo Permanente de la OEA que “nosotros no hemos venido a expropiar a nadie”. La fuente de incertidumbre aquí era el hecho de que, como ocurrió en más de una ocasión, autoridades de un mismo gobierno dijeran cosas mutuamente contradictorias sobre un mismo tema.

El efecto sobre el tipo de cambio de la incertidumbre por esa controversia, aunque menor, fue inmediato. Pero el efecto de esas controversias sobre el crecimiento económico en el mediano plazo podría ser bastante mayor. Según el presidente del Banco Central de Resreva del Perú (BCR), Julio Velarde, esa institución redujo su proyección de crecimiento de la inversión privada en 2022 de 2,5 a 0%. Su recomendación para lidiar con ese problema era “transmitir señales” que generen credibilidad en torno a las “reglas de juego”.

Pero el problema no era tanto las señales que transmitía Castillo, sino las señales contradictorias que transmitían los dichos y hechos de otros integrantes de su gobierno sin que él resolviera esas controversias de manera inequívoca. El cambio de gabinete sería un intento de comenzar a transmitir señales inequívocas sobre las reglas de juego.     

  

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