Estamos en una convergencia digital vertiginosa, en un renacimiento digital que permea los límites de lo físico, lo digital y lo biológico. Distintas disciplinas se fusionan y empiezan a romper premisas y modelos de centralización del poder, en lo económico, institucional y social, heredados por siglos y perpetuados por la revolución industrial. Y solo la identidad digital soberana nos salvará como humanidad, cualquiera sea el rumbo de la cuarta revolución industrial.
Las relaciones de producción no solo inciden en el ámbito económico, sino también en el entramado y estructura social. Los seres humanos tenemos necesidades básicas como alimento, vestido y un techo donde habitar. Y requerimos crear los recursos que nos permitan satisfacer estos bienes de primera necesidad. A lo largo del tiempo, desde la época del esclavismo, pasando por el feudalismo y el capitalismo, la forma de implementar el avance tecnológico ha perpetuado relaciones de producción en que existen una clase dominante y una clase sometida.
Quien posee los medios de producción se transforma en la clase dominante y define las relaciones de producción. Si bien esta relación jerárquica fue más evidente durante la primera y segunda revolución industrial, caracterizadas por la mecanización y la producción en masa, respectivamente, la tercera, caracterizada por la automatización y las tecnologías de información, no es muy distinta. Ustedes me dirán que no es así, y que hoy con un computador e internet cualquiera puede ser su propio jefe. Desafortunadamente, aun cuando desde la era de internet y de otras innovaciones tecnológicas están permitiendo que surjan nuevos incumbentes, el modelo se repite, solo que cambia de forma. Hoy, la innovación permite que la capacidad de producción crezca constantemente, pero las tensiones entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción se mantienen en conflicto.
Aun trabajando duramente, las retribuciones apenas aumentan. Pregúntenle a algún conductor de Uber, el mayor proveedor de servicios de taxi: es la compañía quien captura la mayor parte del valor, a través de la capitalización de su empresa, mientras se desentiende de las condiciones laborales de quienes proveen el servicio. Y los medios de producción (la información de conductores y de pasajeros) siguen siendo propiedad privada del capitalista. Para muchos trabajadores, es frustrante sentir que difícilmente les podrá pertenecer lo que producen.
Cuánto cambiaría esto, si quienes proveen servicios de traslados operaran como una DAO (por sus siglas en inglés de Organización Autónoma Descentralizada), que es como una cooperativa en una red blockchain, donde los miembros de la red tuvieran propiedad de la empresa, en base al valor que aportan a ella.
Facebook, Google y otras plataformas gratuitas no solo utilizan nuestros datos en forma de texto, audio o imágenes, indiscriminadamente, sino que además manipulan la información a la que accedemos. Los datos y la información que se nos permite acceder se transformaron en la nueva forma de control, en una industria de billones de dólares que crece aceleradamente y que es infinita hacia el mundo digital de realidad virtual, capaz de manejar nuestra percepción visual y sensorial; es el metaverso hacia donde se nos quiere llevar y que es parte de la cuarta revolución industrial. Solo un modelo de identidad digital que utilice blockchain puede cambiar esto y descentralizar los controles de acceso.
Lo bueno es que hoy existen tecnologías como la identidad digital y blockchain que sí tienen la capacidad lograr este cambio, de descentralizar el poder de acceso a nuestros datos. Claro que, dependiendo de cómo se utilicen estas tecnologías, se puede generar una nueva forma de control o, por el contrario, avanzar a una economía y sociedad distribuida y de poder descentralizado.
Ni la identidad digital, ni blockchain crean por defecto y por sí mismas una economía y sociedad distribuida que resguarde la privacidad y seguridad de quienes participan de ella. Pero son tecnologías que, combinadas con un adecuado diseño del flujo de la información y sistema de incentivos, pueden ser diferenciadoras al poner al ser humano en el centro, en lugar de controlarlo por completo. Inclusive les pueden permitir a cada persona recibir una retribución económica por su información, si decidiera entregar consentimiento a cambio de ello.
El diseño de la identidad digital, que sea soberana, que me permita decidir quién o quiénes acceden a mi información, es clave en la economía digital actual, y más aún, hacia la que estamos transitando. Distintos bancos centrales hoy estudian emitir una moneda digital, ya sea como medio de pago o como divisa, que constituiría una fuente información altamente sensible. Si hoy empresas privadas ya tienen el control de buena parte de nuestra información, no es la idea traspasar nuestra información de unas manos a otras. Hoy, gracias a blockchain, se pueden realizar los procesos de autenticación del individuo sin necesidad de que capturen toda su información. Esto también se puede aplicar a billeteras virtuales que utilizan criptomonedas como bitcoin, ether u otras. El Salvador, por ejemplo, que utiliza bitcoin como moneda de curso legal, podría implementar la identidad digital soberana, y en conjunto con otras medidas, cumplir con estándares del sistema financiero más sofisticado del mundo.
La criptografía y los sistemas distribuidos llegaron para quedarse. Aún no sabemos si construirán una sociedad más descentralizada o más controladora. Lo que sí es claro, es que tenemos una oportunidad de establecer una nueva relación de producción. La identidad digital soberana es lo único que podría ser la llave de entrada o de salida de una economía y sociedad digital que nos resguarde, cualquiera sea el camino al que nos lleve esta cuarta revolución industrial. Europa está muy avanzada en este tema, pero todavía no al nivel del ser humano, ni con una dimensión digital como la del mundo metaverso. La posición europea sigue siendo la de crear identidades digitales para proteger a los consumidores, y si bien defiende derechos humanos básicos como la privacidad y otros, deja afuera muchos atributos que tenemos como personas. Necesitamos una identidad humana digital que permita el acceso a todo el universo de atributos que tenemos como individuos, y que debiera estar bajo el control y consentimiento de la propia persona.