“Ser o no ser” se preguntaba Hamlet en su famoso e introspectivo monólogo. Las campañas hacia la presidencia suelen caer en contradicciones e incompatibilidades -ser o no ser- porque tienen que conciliar intereses, grupos y proyectos que no son compatibles o coherentes entre sí, pero que tienden a ser factores reales -y, por lo tanto, inevitables- de poder con los que las candidatas tienen que lidiar. En el México tan extremoso de hoy, estas incoherencias alcanzan niveles descomunales.
Repetir los dogmas del gobierno saliente vende bien frente al gran elector, pero impide plantear un proyecto de desarrollo de largo aliento porque éste entrañaría, de manera inexorable, un viraje respecto a muchos de los dogmas prevalecientes. Proponer ideas novedosas aliena a la base de creyentes que se ha beneficiado de las políticas recientes, aun cuando es claro que éstas no son sostenibles. El dilema para la campaña del partido en el gobierno es claro: cómo ganar una elección y a la vez elaborar un proyecto alternativo porque el que la campaña promueve ya dio de sí. Las contradicciones no podrán más que agudizarse hasta que le sea posible a la candidata salir del encierro que las circunstancias le han impuesto.
El dilema para la candidatura de oposición no es menos complejo. La combinación de partidos políticos dedicados históricamente a competir entre sí (y, en muchos sentidos, a odiarse) y la ínfima calidad de sus liderazgos implica que hay una casi total ausencia de profesionales en materia electoral cuya experiencia pudiese elevar la probabilidad de éxito en la contienda. Un buen discurso ciertamente no hace verano, pero si puede convertirse en la piedra angular que cambie el destino de la candidatura, siempre y cuando exista una estrategia que lo haga posible. En contraste con la candidatura morenista, que vive acosada por el prócer, las limitaciones que enfrenta la de oposición son mitad estructurales y mitad autoimpuestas.
Materia prima no le faltará a ninguna de las candidatas. El gobierno del que surge la candidatura de Morena construyó y afianzó una base electoral que, si bien es insuficiente para triunfar por sí misma, constituye una envidiable plataforma política. Como proyecto de desarrollo o, incluso, de gobierno, el de AMLO le va a quedar debiendo a la ciudadanía, toda vez que la economía que entregue en 2024 quedará, en el mejor de los casos, a la par que la de 2018, pero con varios millones de mexicanos más, y con un gobierno incompetente y corrompido que la ciudadanía reprueba. Sin embargo, como proyecto electoral, el de AMLO ha sido formidable porque su único verdadero objetivo fue el de la continuidad de su grupo en el poder. De esta forma, el gran activo de la candidata de Morena es también su gran maldición.
Por su parte, la candidata de oposición también cuenta con amplio material para promover un proyecto de reconciliación y construcción de una ciudadanía pujante en un contexto de desarrollo económico y político que afiance nuestra vapuleada democracia. Así como AMLO le regaló una plataforma electoral envidiable a su candidata, su estrategia de polarización, destrucción de ciudadanía y de las instituciones esenciales para el funcionamiento de la economía, de la sociedad y de la democracia, constituye una base encomiable para la presentación de una propuesta de cambio hacia el desarrollo. En adición a ello, los resultados de la patética administración en todo lo que no fue electoral -seguridad, crecimiento económico, infraestructura, educación y salud- constituyen un obsequio excepcional para proponer soluciones tangibles a una ciudadanía golpeada y asediada. Las oportunidades están ahí. Las complejidades también.
Los próximos meses van a exhibir toda la parafernalia de virtudes, vicios y contradicciones que caracterizan a nuestro proceso político y al país en general. En el camino, se crearán oportunidades para que cada candidata muestre su capacidad de administrar y operar en condiciones adversas. Lo que ninguna podrá ignorar, el verdadero cambio que padece en el país desde la reforma electoral de 1996, es la centralidad del presidente en el proceso electoral. Aunque en apariencia esto beneficia a la candidata de Morena, con ello hereda los costos de su administración y, en tanto no se deslinde de su predecesor, sus dogmas y vicios.
Cien años de soledad, la gran novela de García Márquez, representa el arquetipo del realismo mágico de la región latinoamericana y sus consecuentes mecanismos de poder que producen resultados incongruentes, cuando no desastrosos, pero siempre incompatibles con la realidad circundante. Se trata de un espacio en que los personajes habitan en mundos paralelos que se ven, pero no se tocan. Algo similar se puede decir de un país que es lo que es, pero preferiría ser distinto sin cambiar nada. Es en ese contexto que las candidatas tienen que encontrar las grietas que les permitan mostrar quienes son sin alienar a quienes las patrocinan.
Así concluye Hamlet su soliloquio: ¿Quién lleva esas cargas, gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida, si no es porque el temor al más allá, la tierra inexplorada de cuyas fronteras ningún viajero vuelve…? Las candidatas seguramente lo entenderán…