Después de probar lo desconocido, Estados Unidos vuelve a lo seguro. Al establishment. Comienza la era “Joe Biden”. Un insider que llega para rehabilitar al sistema. Un moderado radical que sueña con devolverle la rutina grisácea a Washington. Un profesional del poder que buscará recoger y volver a fundir los pedazos de la república del norte. Atrás queda esa aventura llamada Donald Trump.
El primer desafío que tendrá el 46º presidente estadounidense será contener el COVID-19. La nación norteamericana ya pasó las 400.000 muertes, y la tragedia sigue creciendo. En contraposición con su predecesor, que, primero, eligió el negacionismo y, después, la subestimación como política de Estado, el exsenador por Delaware deberá emplear una estrategia sanitaria responsable, eficaz y rápida. Vacunación masiva, concientización social y reducción de la circulación –sin quebrar la economía ni el espíritu liberal del país– serán probablemente sus primeros ejes. A su vez, si logran avances concretos, estas tres medidas sellarán la verdadera hora cero de su mandato. Dicho de otra manera: determinarán cuándo realmente terminó el “ciclo Trump” (con sus respectivas secuelas) y empezó el suyo (con sus respectivos beneficios).
Luego, vendrá la tarea de coser el tejido social. Trump, con su estilo discursivo inflamable y binario, dejó una ciudadanía cortada en dos imaginarios: una cosmovisión liberal, cosmopolita y progresista; y, enfrente, una fuerza conservadora, nacionalista y blanca. Dos dispositivos culturales que históricamente se disputaron el alma de los Estados Unidos. El problema es que, en los últimos años, esa contienda se libró en las calles, no en las instituciones. Los marcos legales brillaron por su ausencia (la toma del Capitolio fue una prueba fehaciente de esto), la furia desplazó a la tolerancia y el ruido reemplazó al diálogo. En fin: los adversarios se transformaron en enemigos.
Establecer puentes entre ambas identidades será un trabajo tan arduo como indispensable para Biden. Estados Unidos debe salir de los extremos y volver al centro del espectro ideológico, donde habitan el sentido común y la posibilidad de forjar consensos duraderos sobre los cuatro jinetes del apocalipsis norteamericano: el desempleo, el medioambiente, el racismo y la salud. El silencio del demócrata sobre el juicio político a su antecesor es una señal nítida hacia los republicanos: “no cavemos más, la grieta ya es bastante profunda”. Un puente de plata para que la marca partidaria no quede lastimada y pueda activar la sucesión del magnate neoyorquino en la escudería del elefante.
Para recuperar el protagonismo en el tablero internacional urge ordenar puertas adentro. Las imágenes del asesinato de George Floyd, del Capitolio y del paso de mando sin el presidente saliente impactaron de lleno en la legitimidad de Estados Unidos. Sin estabilidad en la política doméstica, su autoridad para tomar decisiones geopolíticas se deteriora. Y, a su vez, si realmente no quiere darle ventajas a China, que, al ser un régimen totalitario, no cuenta con grandes disensos ni conflictos internos, debe tener la “casa” tranquila. De lo contrario, en pocos años, su soft power mutará en hard power. Su músculo militar será la única herramienta para influir en el escenario mundial. La fuerza explícita, sin un relato que la sustente, será un claro síntoma de su decadencia.
Con 78 años, Biden es el presidente de mayor edad en ingresar a la Casa Blanca. Para ser más conscientes de que esto no es una dato etario de color, sino político: Ronald Reagan se fue del poder con la misma edad (y fue bastante “atacado” por ello). ¿A qué nos referimos? A que el exvicepresidente de Barack Obama probablemente sea un hombre de un solo mandato. Esto puede ser una debilidad a partir de las elecciones legislativas de medio término, cuando la opinión pública empiece a buscar refugio (y futuro) en otra figura, como Kamala Harris, Alexandria Ocasio-Cortez o Michelle Obama. O, siendo más optimistas, quizás sea una ventaja para poder producir acuerdos transversales y sacar –cuanto antes– al país del largo invierno trumpista.