Con la confirmación de que tendrá un delegado especial para el Ambiente −el excandidato a presidente John Kerry será el encargado de llevar adelante las políticas para prevenir y combatir el cambio climático−, Joe Biden comenzó a cumplir una de sus promesas electorales: establecer una agenda sostenible amplia y estratégica.
Esta iniciativa, que incluye la vuelta de Estados Unidos al Acuerdo de París y un ambicioso plan de energías limpias, es una inmensa oportunidad para la región a partir de los activos actuales y potenciales de la mayoría de los países de Latinoamérica.
Alimentos orgánicos, turismo no contaminante, energías renovables, innovación en el agro y economía circular son algunas de las posibilidades para que la región pueda recibir fondos concretos provenientes de las finanzas sostenibles.
El financiamiento internacional atravesado por criterios sociales, ambientales y de gobernanza (ASG) cobró gran relevancia en plena pandemia. La Climate Bonds Initiative (CBI) estima a partir de datos consolidados del primer semestre de 2020 que las emisiones de bonos verdes crecerán por arriba del 35%. Entre otras cosas, la tendencia se acelera por la preocupación de los inversores globales, banca y organismos multilaterales sobre las problemáticas sociales y sanitarias, que tan evidentes se hicieron este año.
Si a esto le sumamos las propuestas de Biden −entre las que figura la meta de eliminar las emisiones de carbono del sector energético para 2035 y alcanzar cero emisiones netas para 2050− el panorama para las finanzas sostenibles es alentador. El demócrata propuso un plan de exportación de tecnologías para energías limpias y dos billones de dólares en proyectos verdes a lo largo de su mandato, lo que implica un aporte muy interesante para el mercado de las finanzas sostenibles.
Por el tamaño de su economía y por la tendencia que marca Estados Unidos en la escena internacional −entre otras cosas porque las casas matrices de miles de multinacionales se encuentran radicadas allí−, esto generará grandes movimientos en todos los rincones del planeta alrededor de las energías renovables y la transformación productiva.
Lo que sucede en Estados Unidos no es la única referencia. China, principal emisor de carbono del mundo, anunció un plan para alcanzar la neutralidad de carbono en 2060, en línea con algunos esfuerzos que viene desarrollando en torno a la cuestión ambiental. En tanto, el mayor fondo de inversión del mundo, BlackRock anunció que se focalizará en inversiones sostenibles y Goldman Sachs, otro de los grandes players del sector, prometió en los últimos meses que invertirá US$ 750.000 millones en finanzas sostenibles en los próximos 10 años.
El escenario ofrece un consenso internacional histórico en el que el compromiso europeo en esta temática de larga data, la agenda de Biden y los planes de China parecen confluir. Así los expertos auguran nuevos marcos regulatorios y un flujo sin precedentes de instrumentos financieros verdes y sociales.
Para la región, subirse a este camino es, en términos prácticos, algo posible gracias a sus recursos y a su talento. Y, considerando las deudas sociales de América Latina, la necesidad de construir y consensuar proyectos que contemplen el desarrollo sostenible pasa a ser urgente.
En el camino seguramente habrá que superar obstáculos. En ciertos ámbitos todavía se presupone un conflicto entre la generación de riqueza y la protección del planeta. En algunos países aún subsiste la percepción de que operar con criterios de sostenibilidad implica siempre mayores costos, una hipótesis que la realidad ha demostrado equivocada: la agenda internacional actual lo evidencia.
Para alcanzar la estabilidad y el desarrollo que la región tanto necesita hay que utilizar todas las herramientas que el mundo pone a disposición y esta parece una oportunidad que América Latina no puede perderse.
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