El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, dijo: “la asociación entre Estados Unidos y Europa es la piedra de toque y debe continuar siéndolo, para todo lo que esperamos lograr en el siglo XXI, como ocurrió en el siglo XX. […] El mundo está envuelto en una gran batalla ideológica entre la democracia y la autocracia. […] Debemos prepararnos juntos para una competencia estratégica a largo plazo con China".
En cambio, el presidente de China, Xi Jinping, le respondió: "Estados Unidos y Europa son el 10% de la población mundial y los miembros de la OTAN representan solo el 12% de la población del mundo y no pueden seguir hablando en nombre del mundo. […] Las potencias deben abandonar los prejuicios ideológicos y embarcarse juntos en una coexistencia pacífica en busca del beneficio mutuo y la cooperación en beneficio de todos. […] Hay que unirse para superar los desafíos mundiales y crear juntos un futuro mejor para la humanidad”.
Estas palabras son una síntesis de las visiones de los mandatarios de las dos potencias que se disputan el control del poder mundial. Son el comienzo de otra larga y tediosa guerra de poderes imperiales por el dominio del mundo.
La guerra comercial y las tensiones políticas que hubo con China durante el gobierno de Trump están lejos de abarcarse. La administración de Biden ha cambiado el estilo y los métodos, pero en el fondo la política de la Casa Blanca frente el ascenso imperial de China no ha cambiado y continúa esencialmente siendo la misma.
El superávit comercial de China frente Estados Unidos, el control de la supremacía en las nuevas tecnologías y el comercio son tres aspectos centrales en las tensiones políticas entre las dos potencias. La firma de los nuevos acuerdos comerciales de los chinos con la Unión Europea, mediante el cual se consolidan como los principales socios comerciales de los europeos así como el acuerdo que firmaron con 14 países del Asia Pacífico, que abarca más de 2.100 millones de consumidores y el 30% del PIB mundial son otros aspectos neurálgicos en las nuevas tensiones entre las dos potencias.
Una de las movidas de la administración de Biden para afrontar los desafíos de las tensiones comerciales con China ha sido las expediciones de una serie de decretos para garantizar los suministros en la cadena de producción en ocho sectores estratégicos de la industria estadounidense: defensa, salud, biotecnología, tecnologías de telecomunicación, energía, transporte, producción de alimentos y provisión de materias primas agrícolas.
La administración de Biden promulgó otro decreto para pedir a las agencias de la Administración federal gastos anuales superiores a los US$ 600.000 millones para impulsar la industria estadounidense. La política del gobierno de Biden está orientada a reducir la dependencia de China de sectores estratégicos de la economía estadounidense. Las tensiones no son “por una gran batalla ideológica entre la democracia y la autocracia” como lo afirma el presidente Biden. Esa es una de las grandes mentiras de la Casa Blanca. La realidad es que la industria de Estados Unidos no está en condiciones de afrontar una guerra comercial y tecnológica con la Industria china, dado que en las últimas décadas los chinos les han tomado ventajas enormes.
China fabrica una cuarta parte de los bienes manufacturados del mundo y es el mayor exportador de bienes de consumo del mundo. Además, tiene los trenes rápidos, autopistas veloces y puertos eficientes que movilizan productos de manera rápida de sus fábricas al mundo.
En cuanto al control del comercio mundial, las nuevas rutas de la seda de China son el proyecto de dominación comercial más importante y estratégico que se desarrolla en el mundo. Los chinos con su desarrollo buscan inicialmente controlar más de un tercio del comercio global, el 70% de la población mundial y el 55 del PIB del mundo. Estados Unidos no cuenta con proyecto tan estratégico de esa envergadura para frenar en ascenso imperial de los chinos en el mundo.