Durante los 80 Georgi Arbatov, asesor del líder soviético Mijail Gorvachov, lanzó una advertencia a los Estados Unidos: “Les vamos a causar un daño terrible: los dejaremos sin enemigo”. La advertencia se basaba en que la contención del comunismo fue la razón de ser de la Guerra Fría y permitió alinear a los actores políticos dentro de la dicotomía aliado/rival.
Aunque existen claras diferencias entre la relación de Estados Unidos con China respecto a la relación de Estados Unidos con la Unión Soviética, hay temas en los que el presente se asemeja a la rivalidad de los tiempos de la Guerra Fría. Uno de ellos es el de la competencia por prevalecer en la obtención y comercialización de tecnologías de punta, como la quinta generación de la tecnología en telecomunicaciones (conocida como 5G).
En 2019, por ejemplo, el gobierno alemán fue víctima de amenazas cruzadas: de un lado, el gobierno estadounidense lo amenazó con dejar de compartir información de inteligencia si permitía a la empresa china Huawei participar del desarrollo de su infraestructura 5G. De otro, el gobierno chino amenazó con represalias si, cediendo a la presión estadounidense, el gobierno alemán prohibía a la empresa Huawei participar de ese proceso.
El gobierno de Trump apeló a temores de seguridad legítimos en la materia. Después de todo, según un reportaje de la revista The Economist, el artículo 7 de la ley china de inteligencia establece que “Toda organización o ciudadano deberá respaldar, asistir y cooperar con el trabajo de inteligencia del Estado”. Pero, como alegaban sus socios europeos, para conjurar esos temores bastaba con prohibir la participación de Huawei en ciertas áreas sensibles de su red 5G, no en todo el proceso (como pretendió hacer el Reino Unido). La prueba de que la motivación de Estados Unidos no se limitaba a preocupaciones legítimas de seguridad la dio el propio Trump, cuando, refiriéndose a la tecnología 5G, declaró que “no podemos permitir que ningún país supere a los Estados Unidos en esta poderosa industria del futuro”.
Joe Biden coincide con ese objetivo. En un artículo que publicó en la revista Foreign Affairs titulado Por qué América debe liderar de nuevo, decía explícitamente que “Si China se sale con la suya, seguirá robándole a los Estados Unidos y a sus empresas su tecnología y propiedad intelectual”. Pero, a diferencia de Trump, no amenazó con sancionar a sus aliados porque esperaba contar con ellos en las negociaciones con China. En términos de su Secretario de Estado, Anthony Blinken, Estados Unidos actuará en coordinación con sus aliados porque “a China le será mucho más difícil ignorar al 60% del PIB mundial que ignorar a la cuarta parte del mismo” (proporción que representan los Estados Unidos).
Por eso, muy a pesar suyo, gobiernos como el peruano podrían quedar atrapados en los intersticios de la rivalidad entre China y los Estados Unidos (tal como ocurría durante la Guerra Fría). Perú es vulnerable a esa rivalidad y no solo porque involucra a nuestros mayores socios comerciales: la demanda china, por ejemplo, explica en gran parte la cotización internacional del cobre que exportamos y (a diferencia de la soya que exportan Argentina y Brasil), el cobre es insumo de los productos electrónicos que China, a su vez, exporta a los Estados Unidos.
Pero, como en la Guerra Fría, ocupar esos intersticios también puede ser un medio de negociación. Así, por ejemplo, en 2018 Congreso estadounidense aprobó el Build Act que llevó en 2019 a la creación del Corporación Internacional de Financiamiento para el Desarrollo, con el fin de canalizar inversión privada hacia países como los nuestros. Según un reporte del diario Financial Times, esa entidad ayudó al gobierno ecuatoriano a pagar su deuda con acreedores chinos, a cambio de que este se comprometiera a excluir a empresas chinas de sus redes de telecomunicaciones.