“Hay décadas en que nada pasa y hay semanas en las que pasan décadas”, escribió Lenin. Los grandes virajes en la historia usualmente no se aprecian en el momento en que se dan los puntos de inflexión, porque la vida cotidiana para la mayoría de los habitantes del orbe no cambia de manera radical. Sin embargo, vistos en retrospectiva, esos momentos resultan cruciales. Todo indica que la invasión de Ucrania apunta hacia una de esas instancias, con enormes implicaciones para el futuro del mundo.
Los grandes puntos de quiebre, como el fin de la segunda guerra mundial, el colapso de la URSS, la constitución de la Unión Europea o el distanciamiento de China respecto a occidente sobre todo a partir de la crisis financiera de 2008, son todos puntos de inflexión que alteraron la manera de funcionar del mundo, en algunos casos de manera dramática.
La invasión de Ucrania marca otro momento de transición. Aunque algunos de los componentes del “nuevo” futuro ya comenzaban a cobrar forma, como han son las islas artificiales que China había venido construyendo en el mar del sur de China para eventualmente convertirlo en un “lago” interior, la confrontación directa que está teniendo lugar entre el bloque occidental y Rusia inaugura una nueva era. Sobre todo, anuncia el fin de las “vacaciones respecto a la historia” como alguna vez escribió George Will. La noción de que es posible abstraerse de los intereses de las potencias y suponer que todos juegan bajo las mismas reglas parece haber llegado a su fin. La geopolítica está de vuelta.
Aunque tarde algún tiempo en consolidarse, las piedritas en el camino son sugerentes. Luego del fin de la guerra fría cobraron preeminencia las decisiones económicas y todas las naciones se dedicaron a competir por atraer a los inversionistas para generar nuevas fuentes de crecimiento económico y desarrollo para sus países. Fukuyama escribió su famoso artículo sobre “el fin de la historia,” concepción que se convirtió en mantra para empresas y gobiernos: el sistema capitalista había ganado y todo el mundo era “plano” según Thomas Friedman, por lo que no había distinción entre Alemania y Zambia para fines de la localización de una inversión. Mientras tanto, Samuel Huntington, maestro de Fukuyama y un observador más cauto y profundo, argumentaba que las diferencias culturales y políticas no desaparecían por el hecho de haber criterios económicos similares, pero el “mundo Davos,” por llamarle de alguna manera, se convirtió en el dogma dominante.
En retrospectiva, el ascenso al poder de una caterva de gobernantes “duros” a lo largo de la última década anunciaba un cambio en ese modelo, toda vez que, más allá de sus atributos o defectos, su aparición respondía a nuevas realidades sociopolíticas en países tan diversos como Brasil, Estados Unidos, Hungría, Turquía, China y México. Cuando el presidente mexicano habla de que las decisiones económicas se subordinen a las políticas el mensaje es preclaro: al carajo con el modelo Davos. Para los ciudadanos y los empresarios esto implica un gobierno mucho menos preocupado por el desarrollo y más por la subordinación y el control.
Estas circunstancias muestran una tendencia muy clara, la que Huntington había identificado y que, ahora, con Ucrania, promete convertirse en una nueva realidad geopolítica. El gobierno estadounidense siempre ha sido proclive a tomar decisiones que ignoran sus compromisos comerciales: su tamaño y naturaleza le lleva a suponer que todo mundo tiene que alinearse. Una muestra reciente de esto es el subsidio a los automóviles eléctricos, lo que desincentiva su instalación en México (y Canadá), y es prueba de que la racionalidad económica se ha subordinado a factores políticos. Para México esta es apenas una señal de lo que podría venir el día en que nuestro principal motor de crecimiento, la economía americana, comience a actuar bajo criterios de poder, como lo hizo, a pequeña escala, Trump respecto a la migración.
La vuelta de las zonas de influencia no será una repetición de lo que existió en la era de la guerra fría, pero cambiará la forma en que las naciones se relacionan entre sí. La economía de la información y la era de la inteligencia artificial cambian la naturaleza de la actividad económica y política a la vez que hay varias potencias en ciernes, como India, que tienen capacidad para limitar el impacto de las dos o tres nuevas zonas de influencia (EUA, China y Rusia) que previsiblemente se irán conformando. En su acepción histórica, las zonas de influencia implican la preeminencia de potencias con capacidad de ejercer control o algún grado de disciplina sobre las naciones de una determinada región. En la era digital y con factores reales de poder permanentemente en el radar, como la competencia de China y EUA en diversas demarcaciones, un nuevo esquema de esta naturaleza seguramente implicará mayor conflicto de lo que caracterizó a la era de la guerra fría.
Por otra parte, la mayor protección que una nación puede lograr ante esta nueva realidad radica en lo obvio: en la fortaleza de su propio desarrollo, solamente posible en el contexto de un gobierno con claridad de rumbo y una sociedad sin mayores crispaciones. La ausencia de esta condición anticipa un futuro complicado.