El fenómeno de la pandemia forma parte de la historia de la humanidad. Ya en el 400 a.C Hipócrates daba cuenta de la “enfermedad de los visitantes”. En el 543 la “Peste de Justiniano” mató a 100.000 personas. Sólo 5.000 murieron diariamente en Estambul en su peor etapa. La peste negra que inundó Europa en el siglo XIV produjo 20 millones de muertos, lo que representó la cuarta parte de la población de aquel entonces.
En 1918 la humanidad se vio afectada por una epidemia de influenza, injustamente identificada como “gripe española” por ser España el único país que daba razón de su presencia. Esta gripe arrasó con 50 millones de personas. Las pandemias de gripe se han repetido en 1957 como “gripe asiática”, y en 1968 como “gripe de Hong Kong” llevándose consigo millones de personas. Desde 1981 convivimos con una realidad pandémica llamada SIDA que ha causado ya la muerte de millones de seres. En lo que va del siglo el virus de influenza ha dado paso al SARS, una enfermedad que afecta el sistema respiratorio y que tiene la desventaja de propagarse rápidamente.
Las únicas medidas específicas que conocemos hasta el momento son el aislamiento y la cuarentena. Por años, la riqueza del mundo se ha hallado concentrada en la tierra y sus edificaciones, lo que ninguna pandemia ha afectado. La peste negra contribuyó al “Renacimiento” de la sociedad, pues redujo radicalmente la población mientras que la tierra cultivable se mantuvo. Esta nueva ecuación posibilitó la distribución de más alimentos y la mejora en la calidad de vida, permitiendo incluso que muchas personas pudieran dedicarse al arte y la cultura.
El COVID 19 no es particularmente peligroso en las personas jóvenes y saludables, lo que representa un límite a sus consecuencias. Pero como el aislamiento es hasta ahora la mejor estrategia para evitar su difusión, el virus acarrea graves consecuencias a la economía. De hecho, un mundo donde sus agentes económicos no se movilizan trae como resultado que casi nadie genere ingresos, que la mayoría se endeude, que las empresas cierren progresivamente y que los asalariados pierdan sus trabajos.
Por lo tanto, la estrategia del aislamiento es una vía para el deterioro y el empobrecimiento progresivo de todos, cuya gravedad crece según pasan los días. Para paliar sus efectos casi todos los países han desplegado planes de ayuda en favor de los pobres, y han extendido programas de soporte para sus empresas, esperanzados en que esta pandemia termine pronto.
Si bien no sabemos cuándo la normalidad regresará, todo indica que a su término heredaremos un verdadero desastre. Según la CEPAL, Perú sólo estará mejor que Venezuela, siendo de prever que las cuentas fiscales reflejen un forado inmenso, imposible de cubrir sólo con recaudación. Según el Consejo Fiscal del Estado, ya en 2019 el índice de incumplimiento del IGV se incrementó, siendo esta una métrica que refleja el comportamiento de la economía formal. No hay duda de que en 2020 este índice aumentará, siendo remotas las posibilidades de mejora para el próximo año, dado el actual nivel de cierre de los negocios y el desempleo que alienta la informalidad.
Así las cosas, los retos del nuevo Gobierno son inmensos. Destrabar los proyectos de inversión pendientes, cuyo estimado es superior a los US$ 100.000 millones. Cerrar la brecha en infraestructura social, que al día de hoy se calcula en US$ 70.000 millones. Mantener las cuentas fiscales en orden, aunque deberemos recurrir a endeudamientos que no veíamos en 40 años. Recomponer el sector formal, para lo cual el Estado debe comprender que sólo es pagable el endeudamiento público contraído hoy, con los impuestos que a futuro genere un sector privado sano, fuerte y en permanente expansión.