En un reciente artículo sobre propiedadad y sostenibilidad, analizamos junto a Luis Huete profesor del IESE Business School el deber de impulsar la competitividad y la sostenibilidad de las empresas a través de una mejor configuración institucional
En la danza empresarial, la competitividad y la sostenibilidad se entrelazan en un arduo tango, donde la configuración institucional actúa como el maestro de ceremonias, guiando los pasos para una armoniosa ejecución. En este juego de equilibrios, tanto factores externos como internos entran en escena, definiendo el destino de la compañía.
Dentro de esta sinfonía de elementos internos, la propiedad empresarial emerge como una pieza clave, con el potencial de ser el faro que guía el rumbo o la tormenta que amenaza con desviar el camino hacia la sostenibilidad. Desde la óptica de la configuración institucional, se plantea el desafío de alinear la propiedad con los objetivos de la empresa, tejiendo una red que fortalezca su cohesión y su relación con los diversos actores en juego.
En este escenario, la propiedad se revela como un crisol de elementos mecánicos y orgánicos, donde convergen conocimientos, recursos y, sobre todo, intenciones y relaciones humanas. Cuando esta amalgama opera en armonía, la empresa florece, fusionando ciencia y arte en una sinfonía de progreso. Pero, ¿qué sucede cuando la propiedad se convierte en un obstáculo para la continuidad y la sostenibilidad?
Dentro del abanico de propietarios, encontramos una variada gama de actores, cada uno con sus motivaciones y prioridades. Desde los fondos de capital privado, cuya mirada se enfoca en ciclos de inversión a corto plazo, hasta los miembros de familias propietarias que pueden carecer del compromiso necesario para asegurar la permanencia de la empresa en el tiempo, estos protagonistas pueden desviar el rumbo hacia una gestión más sostenible.
En este sentido, la figura del consejero emerge como un actor fundamental en el tablero empresarial, llamado a velar por los intereses a largo plazo de la compañía. Más allá de la independencia técnica, se requiere de consejeros competentes y comprometidos, capaces de trazar una hoja de ruta que asegure la armonía y la continuidad del negocio.
Dirigir y gobernar, dos caras de una misma moneda, se revelan como las fuerzas motrices que impulsan el devenir de la empresa. Mientras dirigir se centra en el corto plazo y la entrega de resultados inmediatos, gobernar se proyecta hacia el horizonte, cuidando la salud y la sostenibilidad del organismo empresarial. En este baile de responsabilidades, el consejo de administración emerge como el guardián del futuro, encargado de tejer una visión colectiva que asegure el crecimiento armónico y a largo plazo.
En última instancia, la configuración institucional se erige como el timón que guía el rumbo de la empresa hacia la sostenibilidad. A través de una evaluación periódica y la identificación de posibles mejoras en la composición de la propiedad, se abre la puerta hacia una gestión más alineada con los valores y objetivos de la compañía. En este marco, la interdependencia entre sostenibilidad y propiedad invita a gestionar esta relación con sabiduría, buscando una simbiosis que asegure el florecimiento de la empresa en el largo plazo.
En conclusión, la danza de la sostenibilidad empresarial requiere de líderes visionarios y comprometidos, capaces de armonizar los distintos elementos que componen el entramado institucional. En este escenario, la propiedad empresarial emerge como una pieza fundamental, cuyo adecuado manejo puede ser el factor determinante entre el éxito y el fracaso en el camino hacia la sostenibilidad.