Hace un tanto más de cuatro décadas, tres virus sociales denominados populismo, corrupción e informalidad empezaron a corroer y socavar la institucionalidad del Estado y en consecuencia algunos de sus poderes, entre ellos el Legislativo en profundidad, seguido del Judicial y por cierto, el más preocupante, gran parte de la sociedad civil.
Lo más lamentable es que nos acostumbramos a convivir con ellos. Tristemente nos hicimos inmunes, aunque también sordos, ciegos y mudos. Dicho de manera amable, lo asumimos como parte de la cotidianidad, no prestando la importancia que amerita.
El populismo ha comenzado a extenderse con más fuerza no solo en Latinoamérica, sino también en el hemisferio norte y parte de Europa. Y claro, como era previsible, el COVID-19 contribuyó a exacerbarlo. Hemos sido testigos de como distintos Jefes de Estado utilizaron la pandemia para implementar una serie de medidas populistas en exceso, cuyo fin, más allá de colocar en el centro a sus ciudadanos, fue mejorar los alicaídos niveles de aprobación a través de cuestionables iniciativas que no van más allá del recurso asistencialista clientelista a través de la entrega de un esquivo bono, o, algún subsidio.
Pero la puesta predilecta de esta tendencia social llamada populismo ha sido la impronta intervencionista sin mayores argumentos, sumada a la retórica demagógica y ligeros discursos políticos en época electoral, en donde un frágil, crédulo y poco informado mercado de electores se rinde frente a un candidato con un discurso ortodoxo, excluyente y en algunos casos intervencionista que golpea sin reparo a los sectores estratégicos productivos de una nación, utilizando sofismas en calidad de recursos argumentativos.
¿O cree usted que al grueso de electores les interesa revisar el plan de gobierno? En términos agregados, al elector solo le importa si el candidato baila, si compartió un vaso de vino o cerveza, si accedió a comerse un bocadillo en el mercado y claro, si habla, piensa o se viste como usted… En resumen, que haga lo que Roma quiera escuchar y ver, cual circo romano. Así de fácil en algunas latitudes se gana una elección, populismo y demagogia.
Una forma de combatir el populismo es la educación de nuestra gente, el informarse, el mejorar la calidad educativa y por qué no, el incorporar una reforma educacional transversal en los países que se requiera. Ya lo decía Sócrates, sólo el conocimiento nos hará libres y, por cierto, desarrollará nuestra capacidad de cuestionamiento.
Mudde y Rovira Kaltwasser en su obra denominada “Populismo una breve introducción” explican con claridad que el sustento de este fenómeno social, se sostiene en la posición antagónica entre el “buen pueblo” y la “elite corrupta”.
Mucho cuidado con confundir ser patriota con ser patriotero, o ser popular con populista.
La demanda y el reclamo social hoy son la constante, el hartazgo por la clase política convencional y tradicional se ha hecho escuchar con fuerza. Es el momento de comenzar a apostar por cuadros políticos técnicos, con ganas de servir, enfocados en restituir la confianza, donde no necesariamente sea factor de análisis si te conocen o no, o si milita en algún partido político.
La actual contingencia que embarga a la humanidad nos ha obligado a través del confinamiento obligatorio por el que hemos o seguimos transitando, a que desarrollemos y nos tomemos en serio lo que significa la responsabilidad, aporte y contribución social. En esta línea, la labor política no debe ser comprendida como una forma de subsistencia, corresponde entender que el sistema cambió, que llegó la hora de hacerse a un lado para dar paso a nuevas generaciones. En esta normalidad distinta no hay espacios para reelecciones, ni tampoco para los mismos de siempre, debe incorporarse la discusión que los destinos de los países puedan ser conducidos por técnicos con cualidades de líder y no necesariamente por políticos.
Hoy corresponde adoptar políticas de estado correctivas radicales. Y es que a veces, las posturas tibias no necesariamente son el antídoto a infecciones que radican en la epidermis. Se requiere de un antibiótico de alto espectro que si bien podría tener efectos colaterales, erradicará por completo los agentes causantes de una infección crónica.
En cuanto a la informalidad y refiriéndome en concreto al hemisferio sur, si bien esta ha sido una característica propia de naciones en desarrollo durante los 80 no se puede seguir permitiendo es que esta sea el capital semilla del emprendedurismo –estoy cierto de lo impopular de esta frase– pero la verdad es que llegó el momento de apostar por la formalización y, por cierto, incrementar los accesos en cuanto a bancarización se refiera, que por lo demás, bajo la actual coyuntura se hizo justa y necesaria.
Finalmente respecto a la corrupción, seguimos siendo testigos pusilánimes de cómo los países padecen los efectos de esta compleja realidad multifacética, en donde pareciera ser −de una manera oprobiosa− que es parte de la cultura o la forma natural de operar. Además de generar inestabilidad institucional y vulnerar las relaciones entre instituciones y Estado, contribuye a vulnerar la legitimidad política, resta imagen y reputación internacional, sumado al profundo impacto colateral que generará en nuestras generaciones que finalmente serán las que hereden un futuro que pudimos haber cambiado.
La tarea es ser más técnicos en vez de sofistas, impulsar mayor línea de carrera, más foco en educación, fomentemos espacios de diálogo y discusión, apostemos por generar certidumbre política, económica y jurídica real, menos retórica y más acciones concretas.