Ha causado cierto revuelo en España, y algo menos en Europa, que el presidente Trump haya decidido proponer al candidato nacional Mauricio Claver-Carone para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Lo que al menos significa que América Latina sigue importando en España, aunque a veces es difícil de imaginar por la ausencia de la región en el debate político interno, obsesivamente volcado en la ayuda europea para superar la crisis del COVID-19.
Europa ha sustituido al “tío de América” en el imaginario colectivo español, ese emigrante exitoso que te sacaba las castañas del fuego cuando las cosas se ponían feas o ese mercado que permitió a las empresas españolas convertirse en multinacionales.
Pero el presidente estadounidense tiene una capacidad inigualable de excitar a los europeos. Su tono, lenguaje y actitud es insufrible, insultante y provocadora. Pero no hace nada esencialmente diferente de lo que hacemos aquí nosotros, inmersos en un debate tan mercantilista y autosuficiente de Europa para los europeos que no tiene nada que envidiar a la doctrina Monroe resucitada por Trump. ¿O acaso ya nos hemos olvidado cómo los europeos impusimos una directora gerente en el Fondo Monetario Internacional cuya preparación, experiencia y conocimientos eran claramente inferiores a los de algún candidato latinoamericano y asiático que no se atrevió a dar la batalla?
Menos criticar la paja en el ojo ajeno, menos espectáculos de indignación moral y más hacer política y sacar conclusiones relevantes. Y hay tres no necesariamente negativas de la decisión del presidente Trump y un corolario que adelanto ya. No es un calentón de un presidente vitriólico, es una decisión de Estado que tendrá continuidad con la administración siguiente, desde luego con Biden.
Primero, es una buena noticia que Estados Unidos se preocupe por América Latina y más que lo haga a través del Banco Interamericano. Podía haber ignorado la institución, como está haciendo con la OMC o la OMS, quedarse al margen del proceso sucesorio y castigar luego al electo con la indiferencia presupuestaria. Que rompa con la tradición y quiera tener su propio presidente es el coste de los tiempos. Significa, obviamente, que Estados Unidos quiere hacer del BID su instrumento financiero en la región.
Tiene el peligro de polarizar aún más una institución que tiene dos asignaturas pendientes, una secular Cuba, pero otra Venezuela, explosiva y que amenaza con convertir América en un polvorín humanitario. Pero es mejor que la irrelevancia.
Si el BID no es capaz de propiciar un diálogo constructivo, si no tiene fondos que ayuden a los países de la región a responder al caos económico y social creado por esta pandemia, si no sirve para construir la respuesta sanitaria, proteger y reforzar el tejido social, y ayudar a la transformación tecnológica y productiva de los países miembros, ¿para qué mantenerlo?
Nadie puede ser tan ingenuo de pensar que eso se puede hacer al margen de Estados Unidos o que Europa tiene la capacidad, ambición y recursos para ocupar su sitio. Porque la alternativa es la marginalización de una región que en los buenos tiempos crece a la tercera parte que las mejores economías emergentes y en los malos se desploma también el triple.
Segundo, el señuelo chino ha sido una maldición y ha reforzado la dependencia de la región de la exportación de materias primas. El establishment norteamericano, incluidas su élite intelectual y la opinión pública demócrata, ha tomado buena nota de la actitud mercantilista del gobierno chino. Han decidido responder con sus mismas armas a la política oficial de fidelizar gobiernos por el mundo mediante inversiones concesionales y transferencias condicionadas , ¿qué otra cosa es la iniciativa de recuperar la Ruta de la Seda con el pomposo nombre de “One Belt One Road”?, ¿qué significa el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB) si no la constatación de que China no considera suficiente su influencia en los organismos multilaterales existentes, el Banco Asiático de Desarrollo, por ejemplo, y se ha decidido a crear sus propio banco en beneficio de su expansión económica y para aumentar su influencia política? Una estrategia por cierto muy parecida a la que debate Europa sobre cómo financiar la política de vecindad y contribuir al progreso económico y social de África. En vez de potenciar el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), que tiene experiencia en políticas de desarrollo, se trata de crear esas capacidades en el Banco Europeo de Inversiones (BEI), porque allí no está presente Estados Unidos.
Tercero, los efectos del COVID-19 serán más permanentes de lo que todos habíamos anticipado y han llevado a Estados Unidos a reconsiderar el valor estratégico de su patio trasero. La ruptura de las cadenas globales de valor, la amenaza real de quiebras duraderas en las fuentes de suministros de insumos básicos, alimenticios, sanitarios o manufactureros, la rápida digitalización de procesos productivos y comerciales son todos ellos factores estructurales que se han visto acelerados por esta pandemia. Factores que han puesto en valor la proximidad, geográfica y cultural, en beneficio de América Latina y de su integración económica, comercial y humana con su vecino del Norte. Un nuevo posicionamiento que ayuda a explicar la decisión de Trump.
En definitiva, estamos ante una decisión impensable hace unos pocos años, pero perfectamente justificada en el mudo post-COVID-19. Más aún tras la vocación decididamente mercantilista de China. Una decisión que no es una boutade más del presidente Trump, sino que entronca con los intereses estratégicos de Estados Unidos.
Una decisión de la que puede beneficiarse América Latina si juega bien sus cartas, si es capaz de presentarse unida en lo esencial, la transformación económica y social de la región, se olvida de sus obsesiones ideológicas y cada país hace su trabajo doméstico y define sus necesidades y oportunidades, mientras resuelve como afrontarlas internamente. Porque Estados Unidos no será el tío de América, pero puede convertir el BID en un modernizador necesario y un financiador razonable.