No existen cartillas escolares destinadas a “homosexualizar” a niños de cuatro años, el gobierno peruano no gasta US$ 4.000 millones anuales en consultorías, Perú no tiene un régimen marxista o un presidente terrorista, el gobierno de los Estados Unidos no ofreció obsequiar vacunas a Perú: corregir afirmaciones falsas como esas hechas por Rafael López Aliaga es una tarea necesaria.
Pero, si algo revela la experiencia de Donald Trump en Estados Unidos es que no es suficiente. El primer motivo por el que no basta con revelar la verdad es que discursos que buscan dividir a la sociedad en bandos irreconciliables apelan menos a la razón que a los temores de su audiencia. Tomemos como ejemplo el caso de Sidney Powell, la abogada de Trump que sustentó la idea de que hubo un fraude electoral en contra de su patrocinado. Cuando la compañía a la que acusó de participar del fraude la demandó por difamación, su defensa presentó una declaración ante el juzgado según la cual, “ninguna persona razonable habría aceptado esas afirmaciones como hechos, sino solo como alegatos en espera de ser probados por las cortes”. Razonables o no, el hecho es que, según encuesta de la Universidad Quinnipiac, 76% de quienes se autodefinen como republicanos creía que hubo “fraude generalizado en las elecciones de 2020”, y más de 350 personas están siendo juzgadas por el asalto al Capitolio que pretendía impedir ese presunto fraude.
La segunda razón por la que revelar la verdad no basta es que cuando ello ocurría el foco de atención ya había virado hacia algún nuevo alegato sensacionalista (y habitualmente falso), de Trump. No en vano el diario Washington Post (que llevaba la cuenta de sus afirmaciones falsas o tendenciosas) publicó una nota cuando dejó la Casa Blanca titulada “Trump hizo un total de 30.573 afirmaciones falsas o tendenciosas en más de cuatro años” (por si cree que es un medio de izquierda, su principal accionista es el capitalista más rico del mundo, Jeff Bezos, cuyas empresas pierden juicios por apoderarse de las propinas de sus empleados y hacen esfuerzos por evitar que formen sindicatos).
La tercera paradoja es que, según un estudio del Centro Shorenstein de la Universidad de Harvard, incluso medios que en su línea editorial eran críticos de Trump, atraídos por la audiencia que brindaba la novedad y el sensacionalismo asociados con su candidatura, en el año previo al inicio de las primarias republicanas le dedicaron casi el doble de la cobertura que obtuvo su principal contendor. Y ello no se debió a su posición en las encuestas o a su capacidad para recaudar fondos. Según el estudio, “cuando su cobertura en medios comenzó a crecer con rapidez, no estaba encumbrado en las encuestas de intención de voto y virtualmente no había recaudado dinero”. Es decir, incluso medios críticos de Trump (como CNN o el New York Times), contribuyeron a encumbrar su candidatura que, en un inicio, no contaba con mayor respaldo entre votantes o donantes.
Esa tendencia se reforzó luego por el crecimiento de esa candidatura y, según el estudio, esa cobertura fue en lo esencial favorable porque, antes que centrarse en los temas de la agenda política, se centró al principio en su ascenso en las encuestas y luego en sus victorias en las primarias. A ello habría que sumar medios que, como Fox News en Estados Unidos o Willax en Perú, hacían campaña en favor del candidato. Por ejemplo, según el Grupo de Investigación de Partidos y Elecciones de la Universidad Católica, entre el primero de enero y el 14 de marzo de 2021 el candidato que más entrevistas televisivas tuvo fue López Aliaga con 32, 23 de las cuales fueron en Willax. Esos medios, además, propalaban sin verificación alguna información falsa afín a la candidatura de sus preferencias (como cuando Willax se hizo eco de afirmaciones falsas sobre la eficacia de las vacunas adquiridas por el Estado peruano).
Otro problema con una cobertura que privilegia afirmaciones sensacionalistas de un candidato particular (incluso si es cobertura crítica) es que le concede un grado desproporcionado de control sobre los temas de la agenda política. En esta materia cabría recordar un artículo de Luigi Zingales sobre una manifestación temprana del tipo de candidatura en mención: la de Silvio Berlusconi. Según Zingales, los únicos políticos que derrotaron electoralmente a Berlusconi (Romano Prodi y Mateo Renzi) lo trataron como un candidato más y centraron su atención en sus propuestas antes que en su personalidad o imagen pública.
Algo similar podría decirse de López Aliaga. Cuando en alguna de sus entrevistas se reveló información sobre temas tales como el dinero que debe al fisco, el que obtuvieron sus empresas del programa Reactiva Perú (al cual decía oponerse), o el hecho de haber tenido como socio a George Soros (quien, según él, financia a sus enemigos), el candidato se quejó porque no se le preguntaba sobre su plan de gobierno: es pertinente seguir tratando esos temas, pero también habría que tomarle la palabra. Porque cada vez que se comparan planes de gobierno en torno a algún tema, el de su partido aparece en forma invariable entre los peor evaluados. La primera de esas comparaciones fue el esfuerzo de la Universidad del Pacífico por identificar la presencia en los planes de gobierno de los objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas. El segundo fue el estudio que dirigió Janice Seinfeld, de Videnza Consultores, sobre la proporción en la cual los planes de gobierno incorporan los 11 lineamientos recomendados por la Organización Mundial de la Salud para afrontar la pandemia. El tercero fue el esfuerzo de Inés Kudó por identificar lo que los planes decían sobre 25 temas que la especialista considera relevantes: en el cuadro que resume los hallazgos, para el caso de Renovación Popular, en 24 de ellos aplica la frase “no menciona”, y en el único tema tratado aplica la calificación “ya existe, no se necesita o suena demagógico”.