La vieja Unión Soviética se mantuvo cohesionada por el monopolio ideológico que ejercía el partido comunista en una era en la que el acceso a la información estaba totalmente controlado por el gobierno. De hecho, dice David Satter,* “el mundo imaginario de la ideología marxista-leninista nunca se fue porque su relevancia no se derivaba de la validez de la ideología, sino de su efectividad política. Individuos subyugados mentalmente pueden ser tratados como materia prima para los propósitos del estado, razón por la cual la ideología es tan útil.” La pretensión del presidente mexicano de retornar al nacionalismo revolucionario sigue la misma lógica.
Fue el propio Marx quien afirmó que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. En la Rusia contemporánea, el control ideológico ha retornado, pero, como anticipara Marx, la segunda vez sin creyentes, puro acomodo autoritario: una farsa. No hay razón para pensar que algo distinto será el resultado de un gobierno dedicado a la manipulación permanente sin arrojar un solo saldo positivo.
El plan de Andrés Manuel López Obrador consistía en restaurar el poder de la vieja presidencia del siglo XX y emplearlo para ejercer la rectoría económica. Para eso, el presidente se ha dedicado a eliminar cualquier vestigio de contrapeso que pudiera mermar su poder. Por el lado económico, ha desmantelado la estrategia de desarrollo de la industria petrolera y eléctrica que había armado la administración anterior, con el propósito expreso de convertir a esas dos empresas improductivas y sobre endeudadas en las principales fuentes de demanda en la economía.
El proyecto restaurador está casi concluido y el resultado es una tragedia. En lugar de una economía pujante, tenemos un país moribundo, mucho más dependiente hoy de la economía americana a través de las exportaciones de lo que se observó en las pasadas cuatro décadas tan descalificadas por el presidente. La inversión, pública y privada, brilla por su ausencia; el viejo sindicalismo está siendo reemplazado por un nuevo sindicalismo igual de viejo, corrupto y caciquil, pero éste dependiente del presidente actual. O sea, la misma gata, pero revolcada.
Las libertades civiles se deterioran día a día. La suprema corte está impedida de ejercer su función de contrapeso, sus ministros callados frente a abusos tan monumentales como los de la extinción de dominio, la prisión preventiva y las facultades extrajudiciales que se le han otorgado a diversas entidades del ejecutivo. Los cacicazgos de la educación siguen intocados, trabajando al servicio del control político, negándole con ello a las generaciones actuales y venideras la oportunidad de incorporarse al desarrollo. En una palabra, en lugar de mejorar la vida de los pobres (“primero los pobres”), reactivar la economía o disminuir la corrupción, el gobierno ha recreado una farsa de aquel mundo idílico de los setenta que nunca fue encomiable para comenzar.
De seguir por donde vamos, el gobierno actual arrojará un resultado peor que patético: una economía retraída, incapaz de satisfacer las necesidades de la población o las oportunidades que se presentan en el mundo internacional (comenzando por el conflicto comercial Estados Unidos-China), niveles exacerbados de desempleo (que se traducen en cientos de miles de migrantes hacia Estados Unidos) y una creciente conflictividad política. Marx diría que es una tragedia. Pocos mexicanos podrían contradecirlo.
El pretendido retorno al nacionalismo revolucionario es una farsa porque se trata de una ilusión: la creencia de que se puede adaptar el mundo a los delirios de un gobernante. Aquella era terminó en crisis no (solo) porque se gastara en exceso, sino porque el modelo económico (y político) que tanto añora el presidente dejó de ser viable en un mundo abierto en el que la información es ubicua. El presidente está tratando de meter la pasta de dientes de regreso a un tubo de ensueño: no se puede retornar al pasado, pero sí se puede destruir la capacidad del país para desarrollarse y generar condiciones para que todos y cada uno de los mexicanos prospere.
El mundo de las últimas décadas estaba lleno de desperfectos que una administración tras otra rehuyó, creando el entorno propicio para que llegara al poder un presidente cuyo único proyecto era regresar al pasado: algo distinto a lo que los mexicanos habíamos vivido pero indefinido, impreciso y, por lo tanto, atractivo a mucha gente.
Tres años después la evidencia es abrumadora: el presidente no tiene más plan que el de encumbrarse como el personaje más poderoso del país, un mito. Para lograrlo, ha destruido en lugar de crear y construir, impedido en lugar de promover y polarizado en lugar de sumar. ¿Tragedia o farsa? Las dos: tragedia porque ha empobrecido al país y, especialmente, a la población más pobre y vulnerable; y farsa porque nunca tuvo un plan alternativo. Todo era una caricatura.
La Rusia que Satter describe pasó del control ideológico totalitario estalinista a la apertura fallida de Gorbachov, a la lujuria y criminalidad de los noventa y ahora al autoritarismo de Putin. El presidente ha mostrado absoluta indisposición a aprender, exacerbando el riesgo de reproducir el viejo autoritarismo sin ninguno de sus beneficios. Urgen contrapesos efectivos.
*Never Speak to Strangers