Donald Trump encontró lo que tanto buscaba: enemigos del tamaño de su ego. Como todo populista sediento de épica, construyó tres rivales colosales: el COVID-19, el movimiento Black Live Matter y “la izquierda radical” encarnada –según él– en Joe Biden. Un único inconveniente: los retos están yéndosele de las manos y amenazan seriamente su continuidad en el poder. El promedio de encuestas confeccionado por Five ThirtyEight arroja una ventaja de siete puntos para el aspirante demócrata y, en el mismo sentido, el de RealClearPolitics establece una brecha de seis puntos.
El COVID-19 fue el primer adversario en alterar los planes del presidente número 45 de los Estados Unidos. En febrero, según el Departamento de Trabajo norteamericano, la tasa de desempleo llegó a ser de 3,5 %, una de las más bajas en las últimas décadas. Pero la pandemia evaporó esa cifra: entre fines de marzo y principios de abril, más de 6,6 millones de personas perdieron el trabajo. Desde entonces, todo se volvió cuesta arriba para el magnate neoyorkino.
El país del norte ya tiene más de 180.000 muertos por el coronavirus. Y el discurso del mandatario nunca estuvo a la altura de la tragedia. Su postura osciló entre el negacionismo, la altanería y las teorías conspirativas. En ningún momento, conectó con el temor y el dolor de su pueblo. Por el contrario, su “pensamiento paralelo” lo llevó a simpatizar con QAnon, una plataforma que se declara antivacuna y sostiene que el planeta está liderado por un grupo de pedófilos enviados por satanás.
En mayo, se cristalizó otro problema de envergadura histórica: el racismo. El vídeo del asesinato de George Floyd en Minneapolis desencadenó una ola de protestas que desbordó la agenda política norteamericana. Si bien esta espiral de furia, provocada por siglos de segregación y opresión, no tiene apellido partidario, es cierto que choca de frente con la “narrativa blanca” de Trump. En otras palabras: erosiona la imagen del actual mandatario y le suma –por descarte– al candidato demócrata, Joe Biden.
Desde que el movimiento Black Live Matter se volcó a las calles, el inquilino de la Casa Blanca no hizo más que avivar el fuego con su retórica. La primera reacción fue reproducir una frase inflamable de Walter Headley, jefe del Departamento de Policía de Miami en los caldeados años sesenta. "Cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos", escribió en sus redes sociales, días después del crimen. Twitter ocultó el aforismo incendiario por “glorificar la violencia”. Acto seguido, empresas como Coca Cola, Unilever y Starbucks iniciaron un boicot contra Facebook por no haber censurado los mensajes de odio de Trump. Otro golpe para él, esta vez desde las alturas del establishment.
Fiel a su estilo, Trump subió la apuesta y arrastró a su partido al extremo derecho del espectro ideológico. En la Convención Republicana, desplegó un relato con cierto tono supremacista. Su ghostwriter, Stephen Miller, diseñó el concepto “cultura de la cancelación” para anular a todas las voces que se opongan a la América pura y verdadera. Durante el mitin, se escuchó varias veces este término que el actual jefe de Estado pretende transformar en estribillo para ganar la batalla cultural por el alma de los Estados Unidos.
Enfrente espera el sentido común de Biden. Un líder que, hasta ahora, se limitó a no distraer a su adversario mientras se equivocaba. Con una estrategia reactiva, sin arriesgar demasiado, el oriundo de Pensilvania capitalizó cada error de Trump. Asumió desde el principio una postura responsable y en línea con los científicos contra el COVID-19, apoyó con prudencia las marchas antirracistas y, contradiciendo el America First de su oponente, prometió retomar el protagonismo en el plano internacional. No mucho más.
Quizás, el logro más contundente de la escudería demócrata haya sido la elección de Kamala Harris como compañera de fórmula de Biden. ¿Por qué? Porque con su perfil moderado desactivó el “encuadre trumpista” que pretende definir a los demócratas como una izquierda antisistema que quiere destruir al país. Además, el origen étnico de la senadora californiana es un guiño al movimiento Black Live Matter y a las minorías raciales.
La siguiente parada será el debate presidencial del 29 de septiembre en Cleveland. Allí Trump intentará con su dialéctica filosa y su hard power torcer el rumbo de la campaña. Si no continúa en el Despacho Oval, será el quinto presidente que, desde 1900, no logra revalidar su gestión. Se sumaría a la “lista negra” de Herbert Hoover, Gerald Ford, Jimmy Carter y George Bush padre. Una apuñalada a su megalomanía. Seguro. Aunque con él nunca se sabe. El desconcierto ha sido uno de sus activos políticos. Puede sorprender en cualquier instante. Sin duda, todo será suspenso hasta la noche del tres de noviembre.