Ninguna duda cabe que cada gobierno hace su propia historia, algunos por lo que logran, otros por su dogmatismo. Si algo caracteriza al gobierno mexicano actual es su total ausencia de capacidad (o disposición) a aprender. El script es absoluto e inamovible, así cambie el panorama de manera radical, como ocurrió con la pandemia. Los resultados del primer año del gobierno ya mostraban de manera fehaciente los costos de la tozudez: aunque buena parte de la campaña se dedicó a criticar las bajas tasas de crecimiento (en promedio) y la intolerable corrupción, el primer año logró el hito de disminuir la tasa de crecimiento hasta volverla negativa y no hizo más que encumbrar y legitimar la corrupción de sus propios cuadros. El segundo año fue todo de retrocesos por la pandemia sin que cambiara el dogma en modo alguno.
Luego de un año de casi total parálisis, y con el beneficio de innumerables puntos de comparación alrededor del mundo, la catástrofe está a la vista. No hay que ser experto para percatarse que, en lugar de estrategia, el gobierno tuvo una ilusión: la esperanza de que la pandemia se resolvería sola. Ahora, 12 meses después, ni siquiera tiene una estrategia de vacunación. Desde el inicio de esta inusual crisis, el único objetivo ha sido atender a su base política con fines electorales. El país, y el resto de la población, que se rasque con sus propias uñas (hay una palabra más apropiada para el sentir). En una palabra, nunca hubo, ni hay, una estrategia de salud. Le tomó un año al presidente aprender exactamente nada.
Los expertos afirman que el riesgo de no avanzar a un ritmo acelerado con la vacunación es doble: por un lado, que México acabe aislado del mundo como una isla pestilente con quien nadie quiera interactuar, lo que incluso podría afectar las exportaciones, nuestra principal fuente de crecimiento. Por otro lado, como dice el profesor Ian Goldin de Oxford, “mientras más tiempo tome esto, mayor el riesgo de que se presenten mutaciones que nulifiquen a las vacunas, como aparentemente está ocurriendo en Sudáfrica.” Es decir, seguir no haciendo nada implica un riesgo de una crisis de mucho mayor calado tanto en el frente de salud como en el de la economía. Una catástrofe.
Desde luego, no todo es culpa del gobierno. El mundo entero experimenta un problema de disponibilidad de vacunas, a lo que se adicionan respuestas poco constructivas para vencer un virus cuya característica medular es su ubicuidad, es decir, que afecta a todo el mundo y que cruza fronteras por más que algunas naciones quieran construir murallas. La Unión Europea recientemente impuso controles a la exportación de vacunas, cuando en su territorio se localizan algunos de los principales laboratorios (comenzando por Pfizer en Bélgica), dedicados a producirlas para todo el mundo.
Sin embargo, todo esto no excusa la falta de previsión del gobierno mexicano. Ha sido tal su desidia que el único plan realmente existente es el que desarrolló y financió el Ing. Carlos Slim para la vacuna de AstraZeneca. Todo el resto ha sido casuístico, lo que dejó al país desamparado y dependiente y a merced de un mercado que, al menos en este momento, es de vendedores. Si bien muchos gobiernos en el mundo han adolecido de la misma incapacidad de prever y anticipar las siguientes fases, en lo que se distingue el nuestro es en su absoluta indisposición a aprender. Los modelos de éxito no son secreto de Estado: están a la vista y numerosas naciones han ido adaptándose cuando su estrategia muestra malos resultados. Todos menos México: aquí lo único importante es no perder las elecciones.
El gobierno mexicano erró el diagnóstico, se apegó a una estrategia infructuosa, comunicó mal (engañó), no previó la adquisición de las vacunas y todavía tiene la desvergüenza de afirmar que “vamos bien.”
Las contradicciones de la "estrategia" anti-Covid son abundantes. El gobierno ha hecho evidente que tiene objetivos inconfesables, que no por eso son menos reales, comenzando por el hecho de que su objetivo no es resolver el asunto de la pandemia sino preservar intacta su mayoría. De ahí se han derivado otros que surgen de esa portentosa indisposición a aprender: por ejemplo, la evidencia a la fecha no confirma que este virus produzca inmunidad permanente, lo que no ha llevado a modificar lo que parece ser su verdadera estrategia desde el inicio: lograr la "inmunidad de rebaño" sin la vacuna, por más que lo niegue o pudiera ser una ilusión. Esto implicaría que la pérdida de vidas seguiría creciendo sin límite.
Luego, cuando la realidad −el número de muertes− lo rebasó (algo que todavía no reconoce), se abocó a una nueva aventura: picarle el ojo al Tío Sam. Es posible que las vacunas chinas o rusas acaben resultando igual de efectivas que las otras, pero las circunstancias sugieren que el gobierno decidió jugar a la geopolítica haciendo la travesura de comprarle vacunas a los que están desafiando a “nuestra” potencia en las grandes ligas. Por supuesto, no hay nada de malo en actuar de manera soberana, pero esta manera de proceder parece más un tufo del radicalismo estudiantil de los sesenta que un plan bien pensado para la conducción certera del desarrollo del país hacia el futuro.
Waterloo fue la derrota de Napoleón y cambió la historia de Europa. De seguir por donde va el gobierno actual, sólo las torpezas de la oposición podrían evitar un desenlace similar.