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Ansiedad, una epidemia urbana
Martes, Octubre 6, 2015 - 15:21

Un padecimiento que la mayoría puede enfrentar, pero para otros se convierte en un mal incapacitante.

El tráfico denso, la inseguridad en las calles y en el transporte público, la falta de empleo, las deudas o la incertidumbre de contar con los recursos económicos para cubrir las necesidades básicas, son situaciones que disparan cuadros de ansiedad. En condiciones normales, las personas tienen la capacidad de adaptarse y sobrellevar estas situaciones a las que se enfrentan día a día.

Para otros, en cambio, puede llegar a convertirse en un monstruo imaginario que incapacita, debido a que en circunstancias extremas obliga a las personas a recibir tratamiento psiquiátrico.

La Encuesta Nacional de Salud Mental (2009), una de las pocas mediciones que se han hecho al respecto, realizada por la Universidad de San Carlos (Usac) y el Ministerio de Salud, evidencia que uno de cada cuatro guatemaltecos, entre los 18 y 65 años, ha padecido al menos un trastorno mental en su vida.

El psiquiatra Enrique Mendoza, vicepresidente de la Asociación Psiquiátrica de América Latina, ubica los trastornos de ansiedad como la segunda causa de morbilidad —número de personas que enferman en una población en un período determinado— en salud mental en Guatemala, después de la depresión.

Dentro de las alteraciones de ansiedad, el estrés postraumático, —surge después de un acontecimiento estresante, amenazante o catastrófico—, es el más frecuente. Representa el 6,9% de casos, según dicha encuesta.

El psicólogo social Marco Antonio Garavito, director de la Liga de Higiene Mental, considera que estos datos deben tomarse con cautela, pues “vivimos en un país con problemas álgidos, que no se registran”.

Agrega que el origen de muchos de estos problemas parten de la frustración, cuando las personas no pueden alcanzar ciertos satisfactores. Esto desencadena en cuadros de depresión, ansiedad u otros.

En Estados Unidos, se calcula que uno de cada ocho, entre los 18 y los 54 años —más de 19 millones de personas—, padece algún tipo de este trastorno, de acuerdo con el estudio de David Puchol Esparza, de la Universidad de Valencia, quien titula este problema como “La epidemia silenciosa del siglo XXI”.

Tensión diaria

Matías (nombre ficticio) recuerda que cuando tenía 14 años, perdía la concentración durante la clase de matemáticas. “Me desesperaba, me irritaba y el profesor decidía sacarme del aula”, cuenta.

En la actualidad, tiene 32 años, y desde hace cinco trabaja como piloto de una empresa, por lo que la mayor parte de su tiempo lo pasa enmedio del tráfico. Para relajarse escucha música romántica y se esfuerza por dejar de fumar, lo cual le representa duros períodos de estrés, irritabilidad, insomnio y gastritis.

“A veces, la respiración se me acelera y el ritmo cardíaco. También mantengo la incertidumbre de que algo me puede suceder, pero no sé qué es”, confiesa.      

Casos como este, indica Mendoza, merecen una evaluación diagnóstica para determinar el cuadro clínico. Al igual que este piloto, cientos de personas padecen este tipo de trastornos y no suelen acudir con un profesional de salud mental para mejorar su calidad de vida.

Fenómeno urbano

La ansiedad es un fenómeno urbano que está presente en la mayoría de las personas debido a que hay muchos estímulos que favorecen estos cuadros, entre ellos, la presión del tiempo, las grandes distancias que se deben recorrer, “pero se desconoce en qué niveles”, afirma Garavito.

El psicólogo social expone que el ser humano tiene la gran virtud de poder adaptarse a estas condiciones difíciles para no quedarse encerrado en su casa y continuar su vida. “El problema es cuando el caso se vuelve patológico”.

Muchas personas, por desconocimiento o porque no tienen capacidad de pagar un tratamiento psicológico, lo esconden con vicios como el cigarrillo y el licor, agrega.

Afirma que este tipo de alteración es propio de los centros urbanos debido a que en el área rural se viven otras realidades. “A pesar de los horrores que narran por experiencias durante el conflicto armado, la mayoría no padece desórdenes mentales. Tienen una alta capacidad de resiliencia que les ha permitido salir adelante”, expone Garavito.

Etapa crítica

Puchol Esparza hace énfasis en la diferencia que existe entre la ansiedad adaptativa, natural o de sobrevivencia, de la patológica. Esta última “es cuando las reacciones se producen fuera de su contexto, alejadas de su función primitiva, ante estímulos no justificados que presentan un carácter intenso, recurrente e incapacitante para el propio individuo”.

Este nivel de ansiedad, es una combinación de manifestaciones físicas y mentales que no se le pueden atribuir a peligros reales, sino son resultado de una crisis o un estado persistente y difuso que lleva al pánico, “aunque pueden estar presentes otros cuadros neuróticos, como las obsesiones o histerias”, indica el estudio Ansiedad, angustia y estrés: tres conceptos a diferenciar, de Juan Carlos Sierra, Ihab Zubeidat y Virgilio Ortega, psicólogos de la Universidad de Granada, España.

Para la psicóloga clínica, Ana María Jurado, el diagnóstico de esta enfermedad, generalmente, es difícil debido a que se encuentra presente en la mayoría de patologías. “Es trastorno y a la vez, síntoma”, afirma. Para Mendoza es todo lo contrario, su diagnóstico es muy sencillo, aunque muchas veces los afectados acuden a otros médicos debido a otros síntomas.

Pacientes

Cuando la ansiedad es patológica, se manifiesta en signos cognitivos, como problemas de concentración o miedo desproporcionado; los signos motores pueden ir desde la hiperactividad hasta el retraimiento social. Los síntomas psicofisiológicos van desde temblores, fatiga, tensión muscular, palpitaciones, sudoración, presión alta hasta colon irritable, entre muchos otros.

Jurado explica que las causas de este trastorno son una combinación de factores psicológicos, ambientales y biológicos. En este último, se registra una alteración bioquímica a nivel cerebral.

Mendoza explica que esto se debe a un desbalance en los neurotransmisores del sistema nervioso. “El locus coeruleus, en el tallo cerebral, recibe mayor estímulo con la ansiedad, lo que aumenta la producción de noradrenalina”, explica.

En determinados casos, el tratamiento con medicamentos aporta buenos resultados.

Mendoza explica que en el tratamiento se emplean ansiolíticos (benzodiacepinas), pero solo al principio, pues producen dependencia. Estos se ingieren por un lapso promedio de hasta seis semanas. “Tienen un efecto instantáneo”, asegura.

Luego se usan antidepresivos, aunque su efecto terapéutico es lento, ya que tardan de dos hasta seis semanas para observar resultados, explica el experto.

Jurado refrenda que hay suficientes estudios que confirman la alteración bioquímica en el cerebro, después de eventos traumáticos.

Garavito considera que el medicamento puede ser necesario en algunos casos, pero lo importante es que siempre vaya acompañado de terapia. “Automedicarse es peligroso”, sentencia.

El tratamiento de estos casos incluye terapias de tipo cognitivo, hipnosis y EMDR (desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares), refiere Jurado, quien indica que de 26 casos que atiende durante una semana, siete padecen ansiedad y estrés postraumático.
Este último es uno de los más comunes, en su mayoría producto de violencia intrafamiliar, abuso sexual e incesto.

“La violencia no tiene que ver con la pobreza, sino con el poder, y los hombres lo utilizan en todos los estratos sociales”, afirma la psicóloga.

Además, es el trastorno que más repercusión social tiene. “Afecta no solo a la persona, sino a la familia y comunidad, desde el nivel primario, secundario y terciario; este último incluye médicos, enfermeros, bomberos y periodistas”.

La cenicienta de los recursos públicos

Tanto Jurado como Garavito coinciden en que no existe relación entre los trastornos mentales y la pobreza, como lo afirma la Encuesta de Salud Mental Nacional.

“La problemática no parte de la pobreza, es de relaciones humanas que se han fracturado, cuyo problema de fondo es recomponer la sociedad en que vivimos. Cuando se rompe la armonía en lo personal y lo social, se rompe la salud mental”, indica Garavito.

Los profesionales resaltan que para evitar estos trastornos debe abordarse desde la prevención, creando centros deportivos y culturales.

Sin embargo, resulta lejano cuando los recursos de la administración pública cada vez son más escasos para las enfermedades primarias.

“Los trastornos mentales son la cenicienta de los recursos públicos, son un tema marginal”, afirma Jurado.

Por tanto, lo que queda para la mayoría de afectados es avocarse al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, algunos centros de salud, o la atención psicológica gratuita que brinda la Faculta de Psicología de la Universidad de San Carlos. También a las facultades de esta misma carrera que ofrecen las universidades privadas, con servicio a bajo costo.

Autores

Prensa Libre / LifeStyle