La llegada de películas soviéticas a la Argentina empezó en los convulsos años treinta, con el trasfondo de la Guerra Civil española y el ascenso del fascismo en Italia.
Isaac Argentino Vainikoff, conocido como Argentino Lamas, hijo de padres rusos, fundó en 1937 la distribuidora de cine soviético Artkino Pictures, con la cual empezó a distribuir oficialmente en Argentina las películas soviéticas.
A mediados de los años cincuenta Vainikoff alquiló primero y compró después el entonces Cine Teatro Cataluña, un edificio art decó de 1929 con 1.200 localidades, en plena avenida Corrientes de Buenos Aires. En 1966 fue reinaugurado como Cosmos '70. El nombre era en homenaje a los avances soviéticos en el espacio, y en alusión al ancho de las películas de 7O mm.
Durante los duros años de dictaduras militares, el Cosmos se convirtió en un santuario de los amantes del séptimo arte y del cine soviético en particular. Cerrado desde 2008, en 2010 fue adquirido por la Universidad de Buenos Aires y ahora se denomina Cine Cosmos UBA.
Desde sus butacas, los jóvenes rebeldes de melena larga que descubrían el rock y que estaban dispuestos a cambiar el mundo, devoraban las películas de Andrei Tarkovski, los emblemáticos filmes de Serguei Eisenstein como El acorazado Potemkin y Octubre, la monumental Guerra y Paz, de Serguei Bondarchuk, ganadora del Óscar en 1968 y otros tesoros del séptimo arte soviético y de Europa oriental.
La llegada de películas soviéticas a la Argentina empezó en los convulsos años treinta, con el trasfondo de la Guerra Civil española y el ascenso del fascismo en Italia.
"Antes ya llegaban películas rusas a través de Natalio Botana, director del célebre diario Crítica, con la idea de juntar fondos y de hacer campaña contra el nazismo que se avecinaba en Europa. Se reunía dinero para la Brigadas Rojas en España porque había muchos refugiados republicanos en Argentina", relata Vainikoff a Sputnik, quien agrega que casi todo el negocio cinematográfico era de inmigrantes europeos movilizados por el tema de la guerra.
Argentino Vainikoff fundó Artkino Pictures en 1927. La empresa había sido creada en Estados Unidos con la idea de distribuir cine soviético en todos los países de América Latina, algo así como la competencia de la Meyer de Hollywood.
"El fundador, Nicolás Nápoli, le pidió a mi padre que lo asesorara para abrir la distribución en distintos países y así fueron fundando Artkino en Argentina, Uruguay, Chile", recuerda Luis Vainikoff, quien hoy en día es asesor del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales (INCAA).
"Las películas soviéticas tenían muchísimo éxito, porque en los años treinta los sindicatos en Argentina eran dominados por el Partido Comunista y todo lo que venía de la URSS tenía una fuerza muy especial para ellos. Dieras lo que dieras, eran colas y colas", continúa.
Pero la situación política en América Latina no era la mejor: ser comunista o distribuir películas con el sello comunista, traía muchos problemas. Por eso, de a poco, los Artkino suramericanos fueron cerrando y los únicos que se mantuvieron fueron los de Uruguay y Argentina. "El cine soviético tuvo un momento de gloria hasta la época de Perón, cuando la gente acudía masivamente al cine".
Con el advenimiento del peronismo (1945-1955), la persecución al Partido Comunista fue muy fuerte, pero Artkino se mantuvo gracias a la visión de su dueño, quien "separaba la ideología y las opiniones personales de los negocios", gracias a lo cual logró mantener separada la distribuidora de los avatares de la política.
Incluso Perón le pidió a Vainikoff padre que trajera películas rusas para el primer Festival Internacional de Cine Mar del Plata en 1954, en el cual participó una delegación soviética encabezada por el célebre director Serguei Bondarchuk. Según comentó Vainikoff hijo al diario la Nación, Perón veía siempre cine ruso y le gustaba mucho.
Poco a poco, el archivo se fue formando, y en esto fue decisiva la cuidadosa actitud de Argentino Vainikoff, que guardaba todas las copias. "Mi padre pensaba que las imágenes eran lo único que nos iba a quedar en el futuro y por eso nunca destruyó una copia, muchas se nos perdieron en incendios, o por el paso del tiempo, pero él tenía la visión de que la imagen era lo único que iba a perdurar", recuerda su hijo.
"Eso traía problemas, porque cuando se terminaban los derechos de las películas, había que devolver o destruir las copias, pero mi padre las conservaba".
Los Vainikoff resistieron el embate del cine comercial: "Teníamos una visión distinta porque no queríamos dejar de distribuir este material para pasar a las grandes películas. Todos los distribuidores independientes, cuando hacían dinero con algunas películas, se pasaban a las comerciales que eran más fáciles de explotar. Nosotros nos mantuvimos hasta que pudimos", comenta.
A pesar de las persecuciones y de las distintas veces que la sala fue cerrada, las películas soviéticas se seguían viendo en cine clubes o en otras salas comerciales. "Cuando se venía una crisis económica muy grande o un movimiento político, ahí reabríamos el cine, porque en esos momentos la gente trata de agruparse con los que tienen cosas en común".
Gabriel Guralnik, actual director del Cine Cosmos UBA, recuerda que tenía 17 años cuando fue el golpe militar de 1976: "Para la gente de mi generación, durante la segunda mitad de la década del 70 y los primeros años de los ochenta, el Cosmos era un lugar de referencia. Allí conocimos a Ingmar Bergman, las películas soviéticas y de Europa oriental. Era un punto de encuentro que se mantuvo durante toda la dictadura".
Los militares no se atrevieron a tocar el Cosmos y nunca secuestraron ni detuvieron a nadie allí. Lo sorprendente es que la audiencia era de lo más variada: desde el almirante Isaac Rojas, uno de los líderes del golpe que derribó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, cuya película favorita era El Acorazado Potemkin, hasta los activistas de izquierda, todos iban a ver las películas rusas.
El Cine Cosmos 70 cerró sus puertas en 2010. La valiosa colección de cine soviético, con más de 400 títulos, está en manos del crítico Fernando Martín Peña. El Cosmos, adquirido por la Universidad de Buenos Aires, realiza proyecciones y festivales, pero espera reabrir sus puertas al público. Los nostálgicos añoran ese momento.
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