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Apple Fields Forever
Viernes, Octubre 5, 2012 - 11:06

Flores, velas, lágrimas y manzanas. Recorrimos los lugares más importantes para Steve Jobs tan sólo momentos después de su fallecimiento, intentando encontrar en los rostros de sus seguidores y sus improvisados altares el legado de uno de los CEOs más importantes de nuestra era. Por Christopher Holloway, enviado especial.

*A un año de la muerte de Steve Jobs, recordamos esta crónica de los días posteriores al hecho, recorriendo los lugares que más lo definían y donde con más fuerza lo lloraban. 

En la mayor parte de Silicon Valley el cesped es tan verde y bien cuidado como se podría llegar a desear. Sin embargo, a las dos la tarde del viernes 7 de octubre recién pasado, en una de las entradas al edificio principal de Apple, en la ya legendaria dirección 1 Infinite Loop, en Cupertino, podía apreciarse cómo un gran parche de pasto negro iba extendiéndose y llenándose de barro, cuando decenas de personas le pasaban por encima para improvisar con flores, velas, pancartas y manzanas, un memorial póstumo para Steve Jobs, CEO de una de las compañías más importantes de la era, y una figura que ya se está comparando a genios como Thomas Alva Edisson y Albert Einstein.
 
18 horas antes, millones de seguidores de la figura de Jobs se enteraban, por prácticamente todos los medios al alcance, de su deceso. El mundo se deshacía en condolencias y hasta líderes mundiales rendían sus respetos. La emoción en torno al hecho hacía recordar más a una figura religiosa o una estrella de rock que a un ejecutivo líder en tecnología.
 
Y bajo la premisa de figura religiosa, las multitudes comenzaban a acercarse a los centenares de Apple Store a lo largo del mundo, reuniéndose con rostros melancólicos y mensajes de despedida para el hombre que a muchos, de una forma más impersonal e indirecta de lo que se podría pensar, cambió la vida. 
 
En la imponente tienda de One Stockton Street, pleno centro de San Francisco, ciudad donde Jobs nació y pasó los pocos días antes de ser entregado en adopción, la muerte se vivió en una mezcla de tristeza y agradecimiento que terminaría por ser la tónica de todos los lugares que recordaron al CEO.
 
“Jobs me hizo lo que soy ahora”, cuenta una chica mientras las lágrimas le corren por las mejillas enrojecidas y una decena de flashes reverberan en su rostro. Se llama Melissa y solía trabajar en Apple, "más que nada trabajo administrativo", según indica. Si bien Melissa, al igual que el centenar de personas agrupadas en la Apple Store de Frisco, nunca tuvo la oportunidad de ver a Steve Jobs más allá de la transmisión de una de sus aclamadas presentaciones de productos, la filosofía de fondo y la forma de enfrentar al mundo que el ejecutivo tenía se grabó en ella con fuego. “Es como si lo hubiera conocido en persona”, dice Melissa sollozando con un rostro un poco teatral, que se suma a varias cabeza asintiendo en aprobación para darle a esa agitada calle eminentemente americana, un aire a iglesia de pueblo, a ídolos mestizos.
 
Claro que el embrujo se rompe al cabo de unos minutos. Un par de adolescentes se instalan a un lado de las flores y comienzan a sacar distintos productos firmados con la manzana distintiva de la compañía: iPods de distintas generaciones, iPhones, un MacBook antiguo, los encienden y los ordenan en una especie de altar, conectados a baterías portátiles. “Sólo consideramos que Jobs fue una de las mejores personas que han pisado el mundo. Él cambió todo”, dice uno de los encargados del improvisado altar, que se mantuvo hasta altas horas de la noche resguardando de las intermitentes lluvias los productos que lo componían, mientras estos mostraban una frase que se repetía una y otra vez: Thank You.
 
Un día extraño, como cualquier otro
“Fue una semana demasiado extraña aquí en Cupertino, nunca había pasado algo así”, es como comienza su historia Chris Brown (56), antigua habitante del lugar, ex trabajadora de HP, y una de las personas que llegó al trozo de pasto arruinado frente a Apple para dejar un ramo de flores. “El día anterior un tipo mató a disparos a dos personas y luego le disparó a una tercera. Escapó por aquí, un poco más allá de Apple”, explica con gestos mientras una sombra de miedo se mezcla con la tristeza que ya cargaba en el rostro. “Aún no lo encuentran. Te cuento esto porque Cupertino es una ciudad donde nunca pasa nada, y además de eso se muere Steve al día siguiente, la comunidad está pasmada”.
 
Frente a la pregunta de si considera que Jobs hizo grandes aportes al barrio y a la comunidad, Brown es tajante: “Cupertino no existiría si no fuera por Steve y por Apple. Esta ciudad y la compañía crecieron juntos”.
 
La gente en 1 Infinite Loop se queda impávida frente a las primeras lluvias de la temporada. No se mueven muchos metros del memorial de Steve, donde ya pueden leerse mensajes en por lo menos siete idiomas, y en que las calabazas pequeñas comienzan a sumarse a las manzanas, por motivos que nadie se explica muy bien.
 
Por lo menos un tercio de los asistentes parados en los pastos de Cupertino lleva una tarjeta de identificación con una manzana en distintos colores, resultan ser empleados de Apple y se presentan en todas las formas, colores y vestimentas posibles. Una colega periodista de Chile se acerca a uno de ellos para hacerle unas preguntas y un guardia la detiene. “Los empleados no pueden responder preguntas”, le dice con el ceño fruncido y voz paternalista. Aparentemente la costumbre de Steve Jobs de hablar con la prensa sólo cuándo y dónde él quisiera se mantendrá a salvo en las políticas internas de Apple.
 
“No pueden hacer eso. Si las personas desean hablar es sólo responsabilidad de ellos, no de la empresa”, me dice otro periodista, de CBS, más acostumbrado a sus propias leyes. “Apple siempre ha creído estar por sobre las normas, pero esto es inconstitucional”, recalca.
 
Sintiendo el peso de la Segunda Enmienda sobre mi credencial de periodista, me acerco a un par de empleados cuando los guardias están distraídos. "Tomando en cuenta que es el día después de su muerte. ¿Hicieron algún tipo de actividad especial, homenaje, minuto de silencio o cualquier honor particular para Steve Jobs hoy?", le pregunto esperándome por lo menos una cuota de enojo si la respuesta era negativa. “No. Hoy es un día de trabajo común y corriente. Creo que respetando el espíritu de Steve, trabajar aún más duro es lo mejor que podemos hacer. Es lo que él hubiera querido”, me responde uno de los consultados.
 
Aparentemente más de alguno de los valores de Steve Jobs se mantendran a salvo en su empresa para la posteridad, pienso, antes de dejar los cada vez menos verdes campos de Cupertino.
 
Apple Fields Forever
En el frontis de la casa donde Steve Jobs vivió hasta su muerte, el 2101 de Waverley St, en Palo Alto, California, las cosas eran un poco más íntimas, familiares, y románticas que en el resto de lugares donde recordaban al CEO. Hay una cierta cercanía inevitable si tus hijos van a la misma escuela, o se cruzan disfrazados para los días de Halloween, que eran una de las pocas instancias donde los vecinos de Jobs recordaban haberlo visto cara a cara.
 
Pero también eran más turísticas, con personas tomándose fotos frente a la gran cantidad de ramos de flores y tarjetas de agradecimiento, otros riendo y mandando mensajes por las redes sociales con fotos de las manzanas mascadas, que iban adornando la valla alrededor de la casa de Steve.
 
Unos niños de no más de 11 años tironean a su papá para que los lleve al auto porque están aburridos, mientras este intenta guardar para la posteridad el momento y le dice a uno de ellos, mientras equilibra la imagen en la cámara de video de su iPhone 4 y presiona el botón rojo para grabar: “ahora cuéntame hijo, ¿quién fue Steve Jobs?”. Con la cara de desgano e indiferencia típica de la preadolescencia acomodada, el niño responde casi gritando, '¡Steve Jobs fue el señor que inventó las manzanas!'”. Después el papá me dirá que esperaba que algún día sus hijos le agradecieran por haberlos registrado en ese momento: “Cuando se den cuenta de lo importante que fue y será, desearán haber demorado más en volver al auto”.
 
La casa de Jobs es lo menos ostentoso que se puede imaginar para quien estuvo a la cabeza de la que llegó a ser la compañía más valiosa del mundo, sin destacarse especialmente de ninguna de las construcciones aledañas, mimetizándose perfectamente con aquel barrio de clase alta trabajadora. “Existe un detalle, sin embargo, que la hace única”, cuenta Christie (60), que vivió desde su infancia a sólo un par de esquinas del 2101: “Steve compró la casa de al lado y la hizo demoler, sólo con el objetivo de plantar un jardín de árboles de manzana”. En efecto, no hace falta mirar con mucho detenimiento para apreciar los frutos verdes colgados en las ramas, y luego notar decenas de manzanas en el suelo, derribadas por el ciclo natural que irónicamente es también el que reune a ese otra decena de personas, a sólo un par de metros.
 
Muchos barrios residenciales adinerados en Estados Unidos suelen ser bastante atomizados y sus habitantes no conocen de sus vecinos más que a los guardias que defienden sus puertas. Sin embargo, la gente reunida en Waverley Street hacía parecer que la cercanía era algo mucho más común de lo que suele ser, si bien muchos aceptaban no conocer al CEO, no había nadie que no tuviera alguna historia relacionada con él, o que no se pasaran un buen rato queriendo hablar del impacto que había tenido en sus vidas.
 
Me es inevitable pensar en una frase de Chuck Palahniuk: “una celebridad muerta no puede caminar por la calle sin encontrarse con un millón de mejores amigos que nunca conoció en la vida real”. Aunque en este caso es imposible no sentir que esa amistad, más allá de que nadie haya vacacionado, compartido almuerzos, o bailado con Steve Jobs, tiene más de real que muchas otras, y que esas personas arrodilladas fuera de su casa escribiendo mensajes como “gracias por hacer del mundo un lugar más libre”, “Descansa en paz, fuiste el mejor jefe que alguien puede tener”, o incluso la irónica frase escrita en un plátano descansando entre muchas manzanas: “tu me enseñaste a pensar de forma creativa (out of the box)”, son finalmente quienes entendieron lo que Jobs quiso poner en el mundo, y que siguiendo la filosofía que él impuso en sus productos y métodos, lograrán que ese campo de manzanas que supo extender por el mundo, viva durante mucho años más allá de su muerte, e incluso después de la misma Apple.
 
*Texto publicado el 10 de octubre del 2011