Los bienes que se fabrican bajo esta premisa están destinados a romperse premeditadamente en un plazo de tiempo, y su reparación suele ser una opción difícil y anti económica.
Cromo - El Observador. "Lo barato sale caro" es un dicho que se escucha con frecuencia. Tampoco es extraño oír a alguien quejarse de que "las cosas ya no las hacen como antes". Ambas expresiones pueden utilizarse para hacer referencia a la determinación intencional de poner fin a la vida útil de un producto por parte de sus fabricantes, algo que comúnmente recibe el nombre de "obsolescencia programada" u "obsolescencia planificada".
Desde baterías que "mueren" a los 18 meses de ser estrenadas hasta impresoras que dejan de funcionar al llegar a un número determinado de impresiones o iPhones que funcionan más lento, los productos de consumo duran cada vez menos. Este escenario se repite en varios rubros y bienes, pero si hay un mercado en el que puede hablarse de una literal programación de la obsolescencia es el tecnológico y aun más el de los dispositivos electrónicos.
Fecha de expiración
"La obsolescencia programada significa que un fabricante, de alguna forma, controla cuánto tiene que vivir un producto, dependiendo de sus necesidades", definió el ingeniero en computación y doctor en informática, Daniel Calegari, en entrevista con el programa de radio Pisando fuerte de Metrópolis FM.
Dicho de otra forma, los bienes que se fabrican bajo esta premisa están destinados a romperse premeditadamente en un plazo de tiempo, y la reparación es una opción difícil y anti económica, por lo que –en muchos casos– se decide la compra de un nuevo producto.
Puede que el dispositivo no se rompa completamente, sino que la compra de otro producto esté motivada por la falta de rendimiento o carencia de algunas funciones en comparación con nuevas máquinas y tecnologías disponibles.
"Vivimos en una sociedad de consumo en la que las empresas apuntan a crecer y a vender más y para ello necesitan que la gente compre", explicó Calegari, haciendo referencia a que las proveedoras de productos actúan de esta forma en pos de una lógica de mercado rentable.
Durante muchos años, los productos se fabricaron con una esperanza de vida mucho más extensa. "Se creía que cuanto mejor fuera la gente se iba a sentir atraída por él; pero rápidamente los fabricantes se dieron cuenta de que eso hacía que la gente dejara de comprar", dijo el ingeniero.
Una clara muestra de esto es que, cuando Thomas Edison inventó las bombillas incandescentes comercialmente viables alrededor de 1880, estas eran significativamente más duraderas que las actuales (unas 2.500 horas de duración), así como más caras, ya que dependían de los filamentos de carbono en lugar del tungsteno que se generalizó casi 30 años después.
Cuando la bombilla llegó al mercado masivo, las empresas fabricantes se dieron cuenta de que podían cosechar mayores sumas de dinero al hacerlas desechables y baratas. Al ver que los consumidores no podían pagar las unidades de reemplazo, que eran más caras en aquel entonces, el modelo de negocio cambió y un conjunto de fabricantes de lamparitas establecieron el estándar de 1.000 horas.
Aunque el término "obsolescencia planificada" no comenzó a utilizarse hasta la década de 1950, la estrategia había permeado las sociedades más consumistas.
Aunque hoy en día los fabricantes no suelen hacer explícita (y hasta nieguen) la obsolescencia planificada de sus productos, esta práctica se ha repetido en varias industrias, como la automovilística, la textil y también en varios sectores de la tecnológica. Esto incluye tanto productos de hardware como de software.
Para el hardware, suele suceder que las compañías discontinúan los repuestos y el mantenimiento de los equipos mas viejos. En los casos de productos de software, una actualización en el sistema puede dejar inoperativas determinadas aplicaciones de un equipo. Esto está controlado por el fabricante que decide cada cuánto tiempo se va a modificar el sistema operativo, y hasta cuándo va a permitir que dispositivos viejos hagan uso de determinadas funciones.
Casos notorios
Cuando el pasado mes de diciembre, Apple reconoció que, a través de un proceso al que llama "smoothing", ralentizaba intencionalmente las baterías de sus iPhone antiguos cuando un nuevo modelo salía al mercado, el descontento de los usuarios fue casi unánime. La polémica le valió una investigación de la Fiscalía de Francia y varias demandas por los delitos de fraude y obsolescencia programada.
La denuncia fue presentada por la asociación francesa Alto a la Obsolescencia Programada (HOP), que acusó a la compañía de reducir el rendimiento y la duración de sus dispositivos con el fin de acelerar su reemplazo.
Ante la avalancha de críticas, Apple intentó justificar su accionar, explicando que la razón por la que ralentizaba el rendimiento de los teléfonos era para "prolongar su duración".
Según la empresa, el uso de baterías de ion de litio hace que a los aparatos les cueste cada vez más responder a las numerosas demandas del usuario a medida que va siendo utilizado, y que la batería se consuma muy rápidamente. Esto se podía paliar sacrificando una cuota de rapidez del dispositivo.
En el mes de noviembre, en Francia también se abrió una investigación por acusaciones similares contra el fabricante japonés de impresoras Epson. En ella, la asociación HOP describió técnicas de los fabricantes, como "el bloqueo de las impresiones con la excusa de que los cartuchos de tinta están vacíos cuando aún les queda tinta".
Por otra parte, la Organización de Defensa de la Competencia de Italia está llevando adelante dos investigaciones sobre Apple y Samsung por acusaciones de obsolescencia programada, aunque la firma surcoreana asegura que sus dispositivos están libres de estas prácticas.
Costos y beneficios
Aunque es relativo qué tanto beneficia al usuario la jugada de Apple, sí es cierto que muchas veces un escenario de obsolescencia programada tiene ventajas para el consumidor y el fabricante; y el caso de la bombilla eléctrica es uno de ellos.
"Hay una relación de costo-beneficio en elegir materiales que duren más o que duren menos", dijo en entrevista con Cromo Pablo Sartor, director académico de Instituto de Estudios Empresariales de la Universidad de Montevideo.
"Una computadora de 1986 puede seguir funcionando igual que cuando se fabricó. Pero tiene 320 pixeles de resolución y yo hoy quiero otra cosa. Armar hoy una computadora con componentes que duren 20 años no tiene sentido porque las expectativas de lo que la gente va a querer hacer con ella en tres o cuatro años están muy por encima de las de hoy; entonces van a necesitar otra máquina", señaló.
Para Sartor, aunque termine por prolongar su correcto funcionamiento, utilizar materiales "demasiado buenos" en algunos productos sería un desperdicio.
Obsolescencia percibida
Pero la acción deliberada de un fabricante sobre la programación o los componentes no es la única manera en la que un producto, ya sea un smartphone, una computadora, una consola, puede quedar obsoleto a los ojos del usuario. Hay un factor externo (llamémosle moda) que dicta fuertemente en un mercado cuándo un bien podría considerarse obsoleto. En este caso el que decide es el consumidor.
En este sentido, se denomina "obsolescencia percibida" u "obsolescencia psicológica" a las tendencias observadas en los medios de difusión, que influyen en que los productos se vuelvan obsoletos aún cuando se encuentren en perfecto estado de uso.
"La obsolescencia tiene que ver con la estrategia comercial", aseguró Sartor. Y añadió: "Un fabricante lanza productos que satisfacen cierto nivel de expectativa de prestaciones, pero tal vez yo sepa que en un tiempo más la vara va a estar más alta. En este caso el producto queda obsoleto no porque se deteriore, sino porque ya no está a la altura de las expectativas del usuario".
¿Eso es obsolescencia programada o significa que la gente cada vez quiere más?