Jerry Haar es profesor y decano asociado del College of Business Administration de Florida International University. Además, es co-autor con John Price de “Can Latin America Compete? Confronting the Challenges of Globalization".
Si hubiera que describir el estado de las universidades de América Latina hoy, un lema apropiado podría ser: "Un sistema de educación superior del siglo XX para el siglo XXI".
Por detrás de Asia y Europa Central, las universidades de América Latina ni siquiera están rankeadas en el QS World University Rankings de las 100 mejores universidades. Asia cuenta con 25 en la lista.
Para mantener e incrementar los progresos realizados desde la reforma económica neoliberal -y para no quedarse atrás- América Latina necesita hacer frente a sus carencias en educación superior en cinco áreas clave:
Cuerpo docente
Por cualquier medida, la mayoría de faculties de América Latina se quedan cortas. Después planes de estudios obsoletos, muchos profesores carecen de grados de master o doctorados (menos de uno de cada diez tiene un Ph.D.), y debido a los bajos sueldos y muy pocas posiciones de tiempo completo, la mayoría enseña part time en varias unversidades. Muy pocos realizan investigación de alta calidad y están activos en asociaciones académicas internacionales de su campo.
Infraestructura
Las universidades latinoamericanas, en particular las públicas, poseen una planta física que se caracteriza por tener un diseño arquitectónico similar al de la Italia de Mussolini en los 30' o los ministerios del gobierno central de Estados Unidos en la los 40’. Decrépitas, mal mantenidas y pobremente equipadas, especialmente las biliotecas están en condiciones patéticas. ¿Conectividad a internet? Seguir soñando. Si existe, por lo general es con conexión de acceso telefónico.
Gobernabilidad
Las reformas del siglo XIX en educación superior de la región generaron universidades fundadas por los gobiernos pero autónomas en su gestión. Las autoridades en estos feudos independientes tenían el control de la enseñanza, el plan de estudios, la contratación y los asuntos de promoción. La matrícula es gratuita en casi todas las universidades públicas. Sin embargo, las huelgas estudiantiles son una tradición que se remonta hasta nuestros días. En 1999 la huelga en la Universidad Nacional de México duró diez meses, precipitada por un aumento de la matrícula de dos centavos por año a 5,77 dólares por semana. La imposición de la matrícula para cubrir siquiera la mitad del costo de la educación superior es un anatema, a pesar del hecho de que el 60%- 80% provienen de familias acomodadas. Para los estudiantes brillantes que están en necesidad, hay pocas becas o ayuda financiera disponible.
Matrícula y mercado laboral
Sólo el 27 por ciento de los jóvenes en edad universitaria están inscritos en la educación superior, menos de la mitad que las naciones industrializadas y crece a un ritmo más lento que en Asia. Las tasas de graduación oscilan alrededor de 25 por ciento y pocos estudiantes se gradúan a tiempo. El ex candidato presidencial mexicano Andrés Manuel López Obrador tomó 14 años para graduarse. Lo peor de todo es el desalineamiento entre los cursos de estudio y las demandas del mercado laboral. Sólo el 16% de los estudiantes universitarios latinoamericanos estudian ciencia y tecnología (en comparación con 40% de los asiáticos), y cerca de dos tercios estudian ciencias sociales y derecho.
Investigación e Innovación
Como región, América Latina ha salido mal, con un porcentaje del PIB en I+D del 0,5%, que es una quinta parte de Corea del Sur, una tercera parte de China y la mitad de la India. Brasil, México y Argentina producen menos patentes en un año que mis tres alma máter de posgrado: Johns Hopkins, Columbia y Harvard. Los presupuestos para I+D en las universidades provienen de fuentes públicas y rara vez se enfocan en la comercialización. La escasez de personal de investigación es otro obstáculo. Considerando que los países de la OCDE producen un doctorado por cada 5.000, Brasil representa el 1 por 700.000 y Colombia, el 1 por 140.000.
Pese a esta sombría afirmación, hay algunos rayos de esperanza. Para estimular la I+D, las empresas multinacionales se han vuelto más activas. Microsoft, IBM, Kodak, Telefónica y Hewlett-Packard (HP ha establecido casi tres docenas de relaciones en los últimos años) se encuentran entre las empresas asociadas con universidades de la región.
Otro signo alentador es la espectacular mejora de las universidades privadas, particularmente las relacionadas a las iglesias en la región, la actualización docente, la modernización de programas, y la inversión de mayores recursos en infraestructura y operaciones.
Algunas instituciones de educación superior también se están aliando con más universidades de EE.UU., Canadá, y Europa. Mi propia institución cuenta con convenios de doble grado con nueve de las universidades rankeadas en el top ten de AméricaEconomía. Las escuelas de ingeniería también han sido muy activas en colaboración.
Sin duda, Chile es el mejor modelo de práctica sobre cómo el gobierno puede jugar un papel facilitador, invirtiendo más que decenas de millones de dólares en sus universidades estatales y el apoyo para estudios de postgrado en el extranjero para los campos de alta prioridad, tales como la ingeniería, la agricultura y la salud.
Los altos precios de los productos básicos en muchos países de América Latina han impulsado su crecimiento reciente y fortalecido sus monedas, pero esto no durará para siempre. Vivimos en la era de la economía del conocimiento. América Latina no es inmune a estas fuerzas y tendencias. Si la región quiere subirse a la ola de la globalización y no ser lanzado hacia abajo, debe comenzar inmediatamente por transformar su sistema de educación superior. Ahora.