José María Suárez Campos es Director adjunto a la Dirección General de ESIC Business & Marketing School
Hace ya medio siglo, autores como Octave Gelinier enumeraban, entre los indicadores a tener en cuenta para el diagnóstico de la situación de una empresa y para la evaluación de sus expectativas de futuro, el grado de acuerdo de sus acciones con el interés general de la comunidad en la que la empresa desarrolla sus actividades.
Tal indicador se situaría a un nivel de algún modo equiparable a otros más clásicos como la rentabilidad, la expansión, la innovación, la competitividad, la gestión eficaz o el adecuado desarrollo de los recursos humanos.
Venía a decírsenos, ya por entonces, que, si bien a corto plazo es posible para una empresa el éxito económico o de mercado con independencia de que sus intereses sean concurrentes o dispares con los de la sociedad, ello no resultará fácil a medio o largo plazo. Dicho de otro modo, que el éxito empresarial sostenible va de la mano de los planteamientos éticos.
La idea de la sostenibilidad, es decir, de la vocación y capacidad de duración de la empresa, se vincula en realidad a los objetivos de mejora del valor añadido y de incremento de la capacidad competitiva, porque sólo el cumplimiento de estos objetivos hace posible que la empresa pueda mantenerse.
Y, dicho en términos del management actual, la contribución activa y voluntaria –más allá de lo que exige el mero cumplimiento de las normas jurídicamente exigibles– de la empresa a la mejora social, económica y medioambiental de su entorno, se incorpora ahora a la estrategia de la empresa y, desde ella, a las políticas, a la organización y a la gestión práctica. Los principios en que dicha incorporación se verifican son, desde luego, principios éticos, que pueden resumirse en el de responsabilidad social o corporativa de la empresa.
Pero estos principios se coordinan con otros de eficacia económica. Como se ha dicho, pasamos así del concepto de filantropía desinteresada al de filantropía corporativa estratégica. Y a una consideración de las empresas –y, en general, de las organizaciones- no sólo como productoras de bienes y servicios, como generadoras de empleo, encauzadoras de ahorro y otros recursos financieros o como espacios para la innovación, sino como verdaderos “agentes de desarrollo social”.
Las escuelas de negocios, por nuestra parte, tenemos como misión la formación de empresarios, de directivos y de profesionales para la empresa además de, por ejemplo en el caso de ESIC, la extensión en la sociedad de valores éticos y de racionalidad y el avance de la ciencia económico-empresarial.
Esta misión requiere, para su cumplimiento, capacitar a nuestros alumnos en conocimientos y en habilidades no sólo aplicables al ámbito de los medios sino –y antes de nada– en el de las finalidades. En definitiva, formar en la idea y en la práctica de la responsabilidad social de las empresas se orienta a la búsqueda del éxito sostenible de éstas y también del de la comunidad y de los propios empresarios, directivos y profesionales.
Consideradas a su vez como organizaciones, también las escuelas tenemos nuestra Responsabilidad Social Empresarial. Y, conscientes de ello, es habitual la presencia, en nuestros planes y programas de estudios, de materias, reflexiones y metodologías para que nuestros alumnos tomen conciencia de la responsabilidad de las empresas de las que forman o formarán parte. Y, desde luego, de su propia responsabilidad personal que se integra en la responsabilidad social de sus empresas.