La experiencia de varias personas que decidieron aventarse al amor en la web, jugar con los silencios, estar unidos por los libros, la felicidad, la incredulidad o la decepción son los resultados.
Un ‘affaire’ virtual, un romance 2.0, un lío pasajero y cibernético, un amor de banda ancha o transoceánico. Alcira Leiva lleva más de diez años con su pareja. El mexicano Javier Rizzo viajó hasta Buenos Aires para conocer a su amor, hasta entonces platónico. Abundan las relaciones nacidas en la Red. Algunas tienen final feliz y otras terminan como empezaron, en el ciberespacio de la soledad.
No hace falta escatimar en gastos, porque casi no los hay. Los costos de la transacción en la fase de seducción, en el ciberespacio, son menores que cuando hay que recurrir al llamado "tête à tête", un café conversado por aquí, un cine por allá… .
Como cita Antonio Martínez, oficial de comunicaciones y contenido digital, en el artículo “El amor en tiempos de…”: “Compartir nos sale más barato a la hora de tener una relación. La última persona con la que salí, la conocí en un antro pero me seguía en Twitter, había comentado acerca de mis blogs y así, no sólo intuí que le interesaba lo que escribía, sino que tenía (y tiene) una muy buena ortografía; en su avatar salía en una foto fingiendo comer una dona gigante y supuse (como lo fue) que le gustaba comer y comer bien. Todo eso sucedió sin salir de mi casa o gastar en interminables citas para conocernos (…)”.
¿Sexo o amistad a secas?
Rosa* (nombre ficticio), editora española de 33 años radicada en Santiago de Chile, se ha dedicado más a dejarse conquistar que a “atacar” en la Red. Para ello esperaba a que fueran los hombres quienes le escribieran; miraba si le interesaban o no por la descripción que ponían en sus perfiles, por su edad y su pinta. Consciente de que estos datos no eran más que información superficial de lo que de verdad había detrás, Rosa se metió en el juego de la seducción virtual en varias ocasiones.
“Lo primero era hacerles contestar un cuestionario bastante divertido que creé para medir su sentido el humor –algo básico para mí– y para ver cómo escribían, esencial para una editora, y también para descartar posibles psicópatas”, comparte, Rosa.
Si alguno llamaba su atención positivamente y sus faltas ortográficas no le ocasionaban desmayos, intercambiaba una serie de mensajes mucho antes de dejarse convencer para un posible encuentro cara a cara.
En su caso, la única “relación” más duradera (siempre en Internet) fue con un hombre al que conoció a través de una página de contactos (www.datingchile.cl). “Por “más duradera” me refiero a recibir muchas llamadas de él siempre, y varias invitaciones a cenar, esto hasta que se empeñó, como un loco psicópata, en que fuese a su casa “a ver una película” y corté de cuajo la comunicación porque no era alguien que me interesara para mantener relaciones sexuales”.
A la pregunta de si al conocer a la persona físicamente se cumplieron sus expectativas, la editora responde que se dio cuenta de que nada tenían que ver con las fotos de sus perfiles. “Esto me hacía desconfiar porque sentía que, de entrada, ya me habían mentido”.
Además, añade que si lo que se busca es una pareja para mantener relaciones sexuales, es la vía perfecta para no tener que salir demasiado escotada a la calle. “Yo me metí en páginas de contacto para socializar y salir un poco de casa, porque según mi experiencia las amistades en Chile son complicadas si eres una soltera treintañera que puede amenazar la supuesta estabilidad de los grupitos, cerrados y creados desde el colegio”, explica.
De la red al altar
María M. Sánchez, 31 años, cuenta su historia con mucha ternura. No es para menos, sucedió todo tal como lo había soñado. De profesión contadora, Sánchez vive hoy con su marido y su hijo de casi dos años en Buenos Aires, Argentina. Conoció a su actual pareja, fabricante en el sector textil, por Internet en agosto de 2007. Están esperando a su segundo hijo.
María narra a Efe cómo se inició el romance. “Nos contactamos mediante la página web “Sexy o no”. Entre muchas fotos, la única que yo elegí fue la de él. Los demás hombres que me buscaban no me atraían para nada. Una vez que cruzamos los datos, seguimos chateando a través del Messenger de Hotmail”.
Le llamaron la atención sus ojos, la mirada y la dulzura. Después de un intercambio intenso de mensajes todos los días y a todas horas, decidieron encontrarse en un bar de la capital argentina. Por precaución, María avisó a todos sus amigos. “Me daba miedo estar allí con un desconocido. Apenas llego no paró de mirarme. La cita duró cinco horas y terminó con un beso inolvidable. Me llevó a mi casa, me dejó en la puerta y a los cinco minutos me llamó por teléfono y me dijo ‘yo te dije que no iba a poder dejar de pensar en vos’”.
A los seis meses de esta declaración de amor, estaban viviendo juntos. Hace dos meses se casaron en una ceremonia mixta “llena de magia y de amor, como nuestra relación. Convivimos con mucha armonía y así lo vivimos también en nuestro casamiento”, confiesa la joven.
Amor después de los 50
El amor por Internet no entiende de edades. Prueba de ello es Alcira Leiva, terapeuta de terapias alternativas de 63 años y también argentina, que conoció a su media naranja por este medio hace ya diez años.
En el 2001, Alcira, para seguir en contacto con su hija, de viaje por EE.UU, aprendió a usar la computadora y se metió en una sala de encuentros de la página UOL: “Argentin@s por el mundo”. En el chat se topó por casualidad con Óscar. Y así, sin conocerse, se escribieron durante más de diez meses. En ese entonces ella vivía en México; él en Argentina. “Nos conocimos personalmente en un viaje que yo hice a mi país”.
El 24 de diciembre de ese año se comprometieron en Playa del Carmen, México, para comenzar a vivir la vida juntos.
Alcira confiesa que pasados unos meses chateando con Óscar, empezó a ver en él a un amigo. “Nos contábamos cosas de nuestras vidas, sin interés alguno…Solo era curiosidad. Al conocernos personalmente éramos tan conocidos desde adentro y nada por fuera…Todo lo contrario a lo que sucede normalmente. Era la persona tal cual como la había imaginado. Al separarme de él sentí mucha tristeza así que cuando él viajó a México comenzó nuestro romance. Hasta hoy”.
La terapeuta afirma que siempre admiró su entrega, su preocupación por ella, por su día a día, su amor tan grande. Aún son felices y asegura que no se equivocaron. “Compartimos nuestras vidas tranquilos, con amor, alegría, en armonía y en este amor están incluidos nuestros hijos. Somos una linda familia”.
Y concluye que con el tiempo su historia se convirtió en “un amor como siempre soñé tener pero que en realidad no busqué”.
Unidos por los libros
La norteamericana Julia Hunter (40 años) conoció en la primavera de 2000 al mexicano Fernando Lozada, consultor y "coach" de 38. El medio fue un foro literario sobre un autor de temas espirituales al que ambos admiraban y cuyo moderador, precisamente, era Fernando. Desde Maryland, EE.UU, donde Julia reside en la actualidad y donde imparte clases de español, le cuenta a Efe cómo se encontró por la Red con el que fue su novio durante poco más de un año. Eso sí, con distancia geográfica de por medio. (Ella en EE.UU y él en el Distrito Federal).
Cada persona es un mundo y los procesos de seducción o conquista varían de uno a otro. Pero en lo que coinciden todas estas parejas de enamorados por Internet, es que la evolución del enamoramiento va muy lento y casi siempre empieza con una amistad, al no estar presente la química o atracción que solo puede percibirse físicamente. Y es que el proceso, en opinión de Julia, es algo muy íntimo. “En mi caso, comenta, nos hicimos amigos primero y luego empezó el coqueteo, el flirtear y así progresó hasta convertirse en algo decididamente más amoroso”.
Desde el principio, Fernando y Julia coincidieron en muchos aspectos. “Esto era de esperar dado que el foro por el que nos conocimos trataba de temas espirituales. Él tenía algo especial, una manera de ver la vida a la que no estaba acostumbrada yo, pero que admiraba mucho”, recuerda ella.
La relación empezó de forma muy inocente, pero con el tiempo, al darse cuenta de que los dos estaban solteros, se convirtió en algo más. Llegaron a hablar de “para siempre”.
Al igual que María, Julia se mostró siempre muy prudente. “Hasta llegar a verle la cara en vivo, existía temor. Le pregunté una vez que como iba a saber yo con seguridad de que no fuera un asesino o algo así. No quise para nadar dejarme enamorar hasta conocerle en persona, sobre todo porque por Internet, la gente dice cualquier cosa y no siempre es la pura verdad”.
Sus dudas y temores, sin embargo, se disiparon nada más mirarle a los ojos. “En realidad, añade la profesora de español, no tenía ninguna expectativa sobre su aspecto físico. Me preocupaba más su forma de ser… su persona”.
Jugar con los silencios
Hunter se considera afortunada con su historia con Fernando. Al igual que él. Hoy siguen siendo amigos y mantienen contacto por las redes sociales.
Ambos comprendieron y aceptaron que aunque se ame a alguien, no siempre significa que se pueda construir una vida juntos. Como dice Julia, “hay que buscar esa fórmula mágica de compatibilidad y esa búsqueda puede empezar por Internet, pero debe terminar en vivo”.
Lozada, por su parte, cree que no terminaron porque la suya fuera una relación a distancia, sino porque de repente sus caminos comenzaron a divergir. “Pero eso hubiera sucedido, apunta, aun si viviéramos en la misma ciudad”.
También opina que una conquista virtual tiene elementos propios que no se tienen en una seducción física. “Puedes echar mano de más elementos: puedes jugar con los tiempos, los silencios, los emoticonos; darte una pausa para leer su mensaje, analizar los posibles significados, pensar una respuesta que pueda dar el mensaje de “me interesas, me gustas”, pero sin decirlo abiertamente. Eso para mí era importante, porque yo no solía seducir directamente. Era bastante inseguro con las chicas”.
La relación de ambos se intensificó con una frase que Julia utilizó del autor que admiraban y que, según él, dejaba ver la posibilidad de un amor. “Fue muy elegante, casi un código secreto que si alguien más hubiera leído no lo habría comprendido. Creo que ese fue el punto de inflexión de amistad a coqueteo, y de ahí pasamos a explorar la posibilidad de conocernos físicamente. Entonces no había chats con video; ni siquiera con voz. Al menos, no al mismo nivel que hoy”, comenta Fernando.
Chatear en pantuflas
El empresario mexicano cuenta que, como moderador del foro, descubrió que Internet puede sacar lo mejor o lo peor de una persona. “Creo que eso fue lo que nos pasó (con Julia): no importaba si estábamos chateando en pantuflas y despeinados (lo cual era común, pues chateábamos hasta las 2 o 3 de la mañana cada día). Nos preocupábamos por conocernos, por escucharnos y por mostrar lo mejor de nuestros corazones y almas, no por vernos bien o mostrar nuestro mejor ángulo”.
Olivia*, española de 36 años y que prefiere omitir su identidad, también ha tenido pequeñas incursiones en el amor 2.0. Conoció a través de una famosa página de contactos a varias personas, pero mantuvo con tres de ellas relaciones más largas y estables. Con el primer chico estuvo dos años y con los otros dos, nueve y seis meses, respectivamente.
Olivia explica el proceso de seducción virtual de la siguiente manera: “El proceso, a mi modo de ver, es de tanteo por ambas partes en un principio. Cada uno pulsa la tecla que le interesa; lo primero es constatar que es una persona sana mentalmente y lo segundo buscar indicadores de vida inteligente. Cada uno encuentra lo que busca, tanto en Internet como en la calle. Tú tienes unos huecos que el otro rellena, y viceversa, sólo que en el caso de la conversación, quizá Internet tenga alguna ventaja. Cuando ‘chateas’ o te escribes con una persona averiguas mucho sobre su temperamento, hay mucha información en su forma de explicar las cosas o de usar el lenguaje. Las palabras y cómo las elegimos son más importantes de lo que creemos a veces”.
Temor e incredulidad
Todos los que han conocido a gente a través de la Red, concuerdan en que tiene su parte buena y su parte mala. Lo que nunca falta es cierta incredulidad y temor ante quien está detrás de la pantalla. Olivia dice: “Aunque nos habíamos visto por foto, nunca sabes cómo es otra persona hasta que la ves moverse, sonreír o asustarse por la cuenta. La incertidumbre de cuando lo vas a ver por primera vez te da cierto ‘subidón’ de excitación. El abanico de posibilidades está abierto, y lo peor que puede ocurrir es que no haya química y que pases un rato de aburrimiento en compañía”.
Y añade: “Recuerdo toda la experiencia como bastante divertida y humillante a partes iguales. Por un lado era un mundo fascinante y por otro tenía un lado bastante oscuro. Los perfiles (de la página de contactos en las que se metió) eran muchas veces escaparates físicos, y cada uno se anunciaba a sí mismo. Leer los textos era toda una experiencia, la mayoría de las veces”.
Ella aceptó encontrarse con algunos de estos hombres porque “en todos los casos fueron personas con las que la comunicación era fluida, divertida… Si me apetecía quedar era porque veía puntos de conexión con él, fueran por formas de entender las cosas, porque me aportaban otra visión o, sencillamente, porque me gustaba hablar con él”.
Javier Rizzo Fernández vive en Guadalajara, Jalisco, tiene 33 años y es administrador y escritor. Su paso por las Redes amorosas no llegó a buen término. Conoció a través del chat latinoamericano “Latinchat” a una abogado bonaerense en 2004. Su romance distanciado duró cerca de dos años.
La decepción
A Javier le ocurrió lo que a muchos: “Uno se abre completamente a sus sentimientos porque la Red lo facilita. Por lo mismo, en pocos días uno termina conociéndose sus defectos y virtudes”.
Rizzo Fernández siempre agradeció que ella le escuchara y que estuviera de buen humor. “Compartíamos los mismos gustos y las mismas ideas, y por lo mismo afirmamos que estábamos enamorándonos. Entonces decidimos abrirnos a la siguiente etapa: El romance”. Pero al ir a Argentina a conocerla personalmente, se topó con una noticia: ella ya tenía novio así que estuvo jugando a dos bandas... pero anchas.
En cualquier caso, lo que está claro es que en asuntos amorosos, la Red nos permite crear una imagen e imaginarnos otra.
“El anonimato puede servirle a alguien para juzgar, engañar, calumniar o insultar sin dar la cara. Pero también puede ayudar a otros a liberarse del yugo de la imagen física para poder mostrar la belleza interior”, afirma Fernando Lozada.
Uno puede elegir buenos amores o descartar los malos. Y es que, como dice Olivia, “la sabiduría de la abuela sigue estando vigente, más que nada porque las redes, además de redes, son sociales”.