Hoy en día hay más de 130 empresas biotecnológicas, en su mayoría pequeñas y medianas, que se dedican a salud humana y animal, fertilización asistida de semillas inoculantes para el campo; también en el desarrollo de la industria del biodiesel.
UniversiaKnowledge@Wharton. Gracias a los avances de la ciencia nuestro planeta pasará de 7.000 millones de personas a 10.000 millones en 2050, según estimaciones de la ONU. La falta de alimentos, energía, agua potable y el aumento de la contaminación serán los mayores problemas que deberá resolver la humanidad. Pero con el descubrimiento de la biotecnología todo puede cambiar porque se podrán dar soluciones a los problemas del mañana: combustibles no contaminantes, modificación genética de semillas para mejorar su rendimiento y calidad, así como la elaboración de medicinas que curen más enfermedades.
El Dr. Alberto D’Andrea, director de la licenciatura en Biotecnología de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), destaca que “en 2 o 3 años habrá un punto trascendente en la humanidad. Estarán disponibles los aparatos que realizarán la secuenciación humana y en 4 horas podremos saber nuestro genoma”. Esa información nos dirá, por ejemplo, qué mutaciones y enfermedades tendremos en nuestro organismo. “Es una revolución en todo sentido, no es una utopía y empresas muy serias como la multinacional de origen suizo Roche anunciaron que lo tendrán listo para 2014”.
Argentina no ha permanecido ajena a esta revolución. Casi al mismo tiempo que surgió la biotecnología moderna en EEUU, en 1972, con el descubrimiento del ADN recombinante -una técnica utilizada para manipular en forma in vitro la molécula de ADN-, nació la argentina BioSidus. Esta empresa pionera en la fabricación de biofármacos para tratar anemia, esclerosis o hepatitis B también se hizo famosa por la creación de Pampa, la primera ternera clonada en el país en 2002.
“Hubo desde entonces un flujo de científicos con doctorados que estuvimos afuera del país y volvimos”, detalla Mario Aguilar, director del Instituto de Biotecnología y Biología Molecular (IBBM) que depende de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), un organismo del ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación. En la época del ex presidente Raúl Alfonsín, a mediados de los ‘80, explica, “ya se había formado un instituto de biotecnología para intercambio científico-académico en el MERCOSUR [Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay]”.
Esto sentó las bases para el florecimiento de la industria biotecnológica en el país. Hoy en día hay más de 130 empresas biotecnológicas, en su mayoría pequeñas y medianas, que se dedican a salud humana y animal, fertilización asistida de semillas inoculantes para el campo; también en el desarrollo de la industria del biodiesel. El profesor D’Andrea comenta que, por ejemplo, la industria farmacéutica cuenta con unos 400 laboratorios que trabajan con biofármacos.
Este tejido empresarial permitió que, por primera vez, una misión conjunta de empresas público-privadas se trasladara a China a mediados de marzo con el objetivo de buscar alianzas con empresas de este país para abrir el mercado y exportar productos de mayor valor que las materias primas. "No queremos [Argentina] seguir siendo (sólo) productores de soja y materias primas”, aseguró Faustino Siñeriz, director del (CONICET) a la prensa. “El dinero viene por la incorporación del conocimiento a todas las cadenas de valor".
La coordinación público-privada
Uno de los campos en que el sector biotecnológico argentino ya ha logrado grandes avances es el de la agricultura. En concreto, el 25% de las exportaciones de cereales son de origen transgénico, es decir, modificados genéticamente.
La empresa Bioceres, que nació en 2001 por iniciativa de 23 agricultores con el fin de generar proyectos de biotecnología aplicados al agro, es un buen ejemplo del potencial del país en este campo. “Una de las tecnologías más fuertes que se comienza a trabajar en 2005 fue a partir de un descubrimiento de la doctora Raquen Chan, de la Universidad del Litoral, sobre un gen que confiere a los cultivos la propiedad de resistir la sequía y la salinidad”, dice Claudio Dunan, director de Estrategia de Bioceres. El gen fue desarrollado y patentado, por eso Bioceres ya lo ha incorporado en cultivos como el sorgo, la canola y la alfalfa. “El 28 de febrero formamos un acuerdo con la empresa californiana Arcadia Biosciences para comercializar esta tecnología en soja a nivel mundial bajo la marca Verdeca. Estará listo en 2015”, adelanta Dunan. El desarrollo del gen contó con una inversión inicial de U$$20 millones y permitirá aumentar los rindes de las cosechas en 15%.
Dunan destaca que en Bioceres tienen una excelente combinación de sector público y privado porque reciben apoyo del CONICET y los investigadores provienen de universidades nacionales. En opinión del director de Bioceres, “hay que apostar a este tipo de cooperativismo del conocimiento y al desarrollo de tecnología de productos con valor agregado”. Y es que, según dice, “los científicos que tenemos son de primera y no estamos en desventaja con ninguna otra nación”, pero a nivel país, “faltan desarrollos organizacionales de alta envergadura como el nuestro, donde logramos unir a 230 accionistas y que participe el Estado”.
También lo cree así CarlosDupetit, gerente general de Amega Biotech, fundada en 2005 para la producción y comercialización de biomedicamentos, quien sostiene que tanto el ámbito público como el privado deben colaborar para que las posibilidades de la Argentina como productor de biotecnología se sigan incrementando. “Quizás falta coordinación entre el Estado y las empresas. Pero los privados tenemos la responsabilidad de colaborar y ayudar para que la cosas sucedan”.
Amega Biotech, integrada por 210 profesionales, lleva invertidos más de U$$80 millones desde su creación y exporta el 90% de sus productos a 20 países. “Tenemos 15 proteínas en producción de especialidades medicinales en humanos. Las proteínas que trabajamos son para tratar, por ejemplo, la insuficiencia renal, la esclerosis múltiple, enfermedades oncológicas y factores de coagulación”, explica el especialista. “Trabajamos en 3 plantas, 2 en la provincia de Santa Fe y otra en Buenos Aires que estamos construyendo con un subsidio de Banco Mundial que nos otorgaron en 2009”, cuenta Dupetit.
Otra empresa destacada es Kheiron,dedicada a preservar y replicar equinos genéticamente valiosos utilizando las más modernas técnicas de reprogramación celular. La empresa ofrece además terapias de medicina regenerativa y células madres y servicios de determinación de sexo en embriones. “Nuestra línea de negocio principal es la clonación de caballos de polo y de salto. Hay solo dos laboratorios que trabajan en esto: nosotros y otro ubicado en Texas, EE.UU.”, cuenta Matías Buján, director de la empresa radicada en el Parque Austral, un ámbito creado por la Universidad Austral y el grupo inversor Taurus en la provincia de Buenos Aires para la radicación de empresas innovadoras.
El equipo de investigadores de Kheiron tuvo origen en la facultad de Agronomía de la UBA, la primera en clonar un caballo en Latinoamérica. “Nos contratan jugadores de polo ya que la clonación permite la copia exacta de un ejemplar, pero nacido en diferente tiempo. Un caballo tiene valor desde 2 puntos de vista: performance y reproducción. Si la clonación es por performance el caballo que nace tiene toda la potencialidad del donante, pero según su experiencia de vida puede salir mejor o peor. En cambio, en la clonación de una muy buena madre o padrillo reproductor el clon va a ser exactamente igual que el donante. El criador de caballos clona los mejores ejemplares para multiplicar su fábrica de potrillos”, detalla Buján. Este servicio puede tener un costo de U$S 100.000, un valor más competitivo que lo que se cobra en EE.UU, que puede llegar a los U$$160.000.
Recursos humanos, regulaciones y competitividad
De las aulas del país han salido la mayoría de los profesionales del sector y lo seguirán haciendo en el futuro. No en vano, “nuestro país fue pionero en América Latina en cuanto a crear licenciaturas en biotecnología, como en las universidades del Litoral, Quilmes, San Martin y también a nivel privado como en la UADE. Calculo que por año se reciben unos 100 biotecnólogos”, dice el profesor Alberto D’Andrea.
Por otro lado, Mario Aguilar, del IBBM, señala que hay mucha motivación entre los profesionales argentinos porque “nuestros científicos doctorados se ubican bien para hacer experiencia posdoctoral en EE.UU. y Europa. De hecho recibo invitaciones para proponer gente que haga su experiencia afuera y para hacer colaboraciones en proyectos conjuntos. También como país hemos producido publicaciones científicas en el exterior”. Pero el investigador subraya que, si bien la nación tiene muchas potencialidades, “falta un poco de gimnasia para conectar el desarrollo de conocimiento teórico con la aplicación en el sistema empresario. Se ha apuntado a que haya producción científica, pero a lo mejor tendría que haber un nexo para transferir esa información de logros y resultados a posibles targets empresarios”.
Además explica que entrar en un proyecto de biotecnología significa adoptar un producto que tiene cierto componente de riesgo. “Cuando se desarrolla un producto como la soja transgénica, además de lo que se invierte en biología, hay que sumar el proceso de regulaciones, de validar el producto en el mercado. Esto último vale más que el desarrollo mismo”, subraya Aguilar.
Otro de los aspectos que le preocupa a Alberto D’Andrea, de UADE, es la falta de reglamentación de la actividad biotecnológica. “Tenemos que saber quién puede tocar un genoma y quién no. Hay una idea de hacer colegios [profesionales] en todas las provincias para avanzar en este tema. Muchos de los experimentos hay que hacerlos con normas adecuadas y regular la profesión va a ser muy importante”, refiere el profesor de UADE de cara al futuro.
CarlosDupetit, de Amega Biotech, recuerda que en cuanto a competitividad el país está muy bien situado porque los tratamientos para humanos cuestan alrededor de U$$3, mientras que en Europa valen U$S 70. Sin embargo, señala que de cara al futuro “todavía falta por revisar quénormas adoptaremos en el país, falta el debate regulatorio sobre temas sanitarios o comerciales y la Cámara Argentina de Biotecnolgía está trabajando en eso. De hecho, en Amega Biotech hemos estado estudiando las posiciones arancelarias para saber cómo estamos frente a otros países”, señala.
El mundo vive muchos desafíos por los cambios climáticos y las crisis económicas, es por eso que la eficiencia en los recursos resulta clave. “Estamos frente a un cambio de paradigma económico, con un mundo que tiene que ser más eficiente. Hay que apostar al conocimiento y al desarrollo de tecnología de producto de valor agregado y la Argentina será importante si logra seguir este camino”, dice con esperanza Claudio Dunan.
D’Andrea se suma a esta idea: “Es hora de utilizar los millones de genes conocidos para crear una nueva matriz económica, restablecer las pautas perdidas en la naturaleza y hacer posible la vida en la tierra. Sólo hay un plan B. Es tiempo de bioeconomía, biotecnolología y bioempresa”.