Las constantes crisis, falta de apoyo y deficientes condiciones básicas, en vez de ser un obstáculo, se convirtieron en factores de fortaleza para los emprendedores de América Latina, quienes han logrado aprovechar su conocimiento de los desafíos para entregar soluciones a los consumidores locales y, ahora, globales.
Trabajar desde la casa, frente a un computador y comunicar solamente a través de pequeños cuadrados de Zoom ha sido una experiencia frustrante para muchos emprendedores, pero también una ventana de oportunidades para probar en desafíos anteriormente impensables, como en la aventura de salir a explorar a otros países.
Y no fueron pocas las startups latinoamericanas que se enfrentaron al desafío. Durante el período de confinamiento, emprendimientos como la fintech chilena Fintual se expandió a México, el neobanco brasileño Nubank debutó en Colombia y México, la plataforma argentina de comercio electrónico Tiendanube empezó a operar en México y Brasil y busca entrar pronto a Colombia, Chile y Perú… Se podría seguir enumerando ejemplos, pero se necesitaría más que un párrafo para ello.
Más allá de América Latina, Susana García-Robles, senior partner de la firma de venture capital Capria y executive advisor en la Asociación de Inversión Privada en América Latina (LAVCA), comenta que los emprendedores de la región que buscan crecer ya están mirando a otros continentes, especialmente los del sur global, como África o el sudeste asiático, ya que tienen desafíos similares y, por lo tanto, oportunidades parecidas.
“La pandemia ha hecho que el mundo se volviera más accesible. La gente está interesada en ver qué pasa en lugares a los que antes no hubieran imaginado ir porque costaba mucho acceder”, dijo la experta durante el keynote “Cómo encarar el camino del startup al grownup”, realizado por AméricaEconomía en su evento online “Tecnolatinas 2021, de Start-Ups a Grown-Ups”.
Y el ingrediente secreto del éxito de internacionalización de estas startups es la “innovación hecha en Latam”, según García-Robles. Pese a que los modelos tecnológicos y de negocios puedan ser parecidos a los de un país desarrollados (por ejemplo, una plataforma de delivery que se parece a la estadounidense Instacart o un neobanco que se inspira de la británica Revolut), los emprendedores de América Latina son expertos en los retos de la región y son capaces de traducir las tecnologías a las necesidades locales.
“El emprendedor o emprendedora, sea de Brasil, Argentina, Chile o Venezuela, adora a su país y se siente altamente frustrado al ver los problemas que hay. Y solo el que sufre, o ve que las personas alrededor de él sufren, puede entregar la solución”, explica. “Alguien que venga de Suecia, donde el Estado tiene dinero y la salud y educación pública es increíble, podrá venir a darnos muchas cátedras, pero le va a costar entender cómo solucionar nuestros problemas porque no tiene ni idea lo que es vivir en medio de estos desafíos”, añade.
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Rol del inversionista
“Nuestra misión en Sequoia es ayudar a los osados a construir compañías legendarias. Ahora, más que nunca, vemos esa oportunidad en América Latina”, escribió Sequoia Capital, unas de las principales firmas de capital de riesgo de Silicon Valley, en julio de este año en su blog.
Mientras fondos globales de inversión miran con atención a la región y destinan un importante porcentaje de su fondo para emprendedores latinoamericanos, Susana García-Robles critica que “todavía falta que los inversores locales crean más en sus propios emprendedores y sean inversores también en fondos locales y regionales que puedan invertir en esas compañías”.
Y esta desconfianza se ha reflejado en ejemplos como la foodtech chilena NotCo o la autodenominada superapp colombiana Rappi, que son emprendimientos unicornios (con valorización mayores de US$ 1.000 millones), pero que no cuentan con inversionistas de su propio país o son muy pocos.
Por un lado, García-Robles dice que el ecosistema de innovación de la región todavía no está consolidado y solo existen ciertas ciudades que tienen economía de conocimiento. Este hecho, sumado a las numerosas crisis de la región, ha generado que los inversores locales tengan una gran aversión al riesgo.
En consecuencia, los inversores ángeles de América Latina, que quieren experimentar con la inversión en startups, cometen el error de apoyar solo uno o dos emprendimientos al año. “En España, un inversor ángel dijo que en vez de invertir en una o dos compañías, comenzó a invertir en 10 y recién ahí comenzó a tener retornos”, recuerda la experta quien también apunta que existen plataformas como Xcala, la asociación latinoamericana de inversores ángeles, pero que todavía existe problemas culturales y el apetito al riesgo es bajo.
Finalmente, García-Robles comenta que algunos inversionistas pierden la conexión con el ecosistema de su propia ciudad o país “porque quieren hacerlo solo entre amigos por miedo a la falta de seguridad”. “Si se conoce que ellos o su familia tienen dinero, pueden ser blanco de algún tipo de ataque”, añade.
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