Esto no es un texto conspiranoico ni mucho menos tecnófobo, pero a veces es divertido hablar desde esta perspectiva –y hoy es un día tan bueno como cualquier otro (o incluso mejor) para hacerlo.
Por Matheus Passos para ThinkBig. Muchas personas temen a la tecnología, de forma justificada o irracional. Este miedo se puede producir por la propia evolución tecnológica. Al avanzar como un carro desgobernado, la ciencia y la tecnología acaban provocando que aquello que entendemos del mundo se transforme constantemente y de formas, a veces, poco previsibles, lo que origina esa incertidumbre y el temor a llegar a algo que podría destruirnos.
Por otro lado, también puede venir de temas menos filosóficos y más concretos. Olvidemos las prótesis mecánicas o los brazos robóticos que cirujanos pueden utilizar para conseguir mayor precisión y disminuir el riesgo de contaminación durante algunos instantes y pensemos en una marcha de robots uniformizados, soldados dispensables y resistentes controlados a distancia. Petman ha sido creado para rescates en zonas de ataques químicos y vigilancia, pero muy fácilmente podría empuñar (o, por qué no, incorporar) un rifle o una ametralladora como la creación surcoreana Super aEgis II, con sensores térmicos (lo que implica que no importa si es de noche o si la visibilidad es baja) capaces de trabar en objetivos humanos hasta a 3 km de distancia.
Menos agresivos, pero igual de terroríficos, pueden ser los drones de vigilancia. Imaginaos un pequeño enjambre de robots voladores paseándose y recopilando información (vídeos, audios y aún más cosas, a depender de los diversos sensores que lleven incorporados) sobre lo que haces y vertiendo toda esa información en servidores para vete a saber qué organización o gobierno. Lo que nos lleva exactamente a otro posible origen de estos temores: porque no todo tiene por qué venir de los hardwares, las inteligencias artificiales y, más aún, los datos también juegan un papel decisivo a la hora de quitar el sueño a más de uno.
Todo lo que hacemos, no sólo online como también de físicamente, genera información. Obviamente, la cantidad de datos generados hoy en día es muchísimo mayor que en eras precedentes, de ahí el “big” del big data. No sólo eso, sino que ahora también disponemos de medios de recopilar esta información y analizarla, de tal forma que sabemos que si usas una serie de palabras de forma recurrente en tus redes sociales podrías suicidarte en los próximos meses (y podríamos ayudarte) o que, con las compras que has realizado y tu histórico familiar sepamos a qué enfermedades estás más expuesto (y podremos aumentar el valor de tu seguro médico).
La falta de intimidad dentro del mundo online puede favorecer a la despersonalización, haciéndonos olvidar que detrás del monitor existe una persona. Tanto en un extremo como en otro. Pues, a la par que la intimidad se diluye, también aumenta el anonimato y la sensación de despotricar con impunidad puede acabar revelando lo peor de nosotros.
De las máquinas y robots programados con acciones específicas predefinidas y limitadas hemos transcendido a sistemas capaces de derrotar a campeones de Go y aprender con el input que reciben de diversas fuentes. El gran temor proviene exactamente del supuesto de que los procesos de machine learning provoquen que una inteligencia artificial se desboque de tal forma que el software entre en un ciclo detrás de otro de mejora, volviéndose cada vez más inteligente, transformándose en una súper inteligencia que sobrepasa la comprensión humana. Una vez ocurrido esto, lo más probable, al menos según la ciencia ficción, sería que la súper IA, por nuestro propio bien y seguridad, nos coarte la libertad de alguna forma (por la fuerza, como Skynet de Terminator o V.I.K.I. en I Robot; o por engaños, como las Máquinas de Matrix o AUTO, de WALL-E). Lo que nos lleva a nuestra última forma de temor tecnológico y el, quizás, más insidioso de todos: aquello que hacemos con la tecnología para controlarnos a nosotros mismos.
Sí, está bastante relacionado con todo lo que mencionamos antes. Los drones de vigilancia, los soldados robots, el acceso a los datos. Pero va más allá de esto. Hablamos aquí de las diversas distopías que se nos presentaron a través de la literatura, en las que nos vemos dominados por inteligencias humanas que nos manejan como títeres unidos a la fibra óptica.
Tanto 1984 como Un Mundo Feliz nos revelan argumentos que siguen siendo bastante actuales en ese sentido. La censura del pensamiento, el ocultamiento o la manipulación de la verdad o, al contrario, una cantidad de información tan abrumadora que la verdad y lo actual se convierten en irrelevantes.
Ser controlados y destituidos de nuestra humanidad por aquello que odiamos o por aquello que amamos. O ambos, al mismo tiempo. Visto así, realmente da un poco de miedo.