Tras casi una década de trabajo, la publicación de la norma ISO para los robots de cuidado y asistencia a las personas abre la puerta a su llegada a los hogares. Varios hitos anuncian la era de los robots personales a pesar de los recelos de los ciudadanos y el lento avance de la tecnología.
Al siglo XXI le faltan los robots. Después de tantos libros y películas de ciencia ficción, nos habíamos imaginado compartiendo estos días con robots mayordomos, robots policías, robots enfermeros y robots repartidores y lo único que tenemos, de momento, son robots aspiradores. Roomba, la aspiradora inteligente, llegó al mercado en 2002 y de momento se han vendido más de 10 millones en todo el mundo pero, más de una década después, no ha llegado la eclosión de la robótica doméstica. Pero hay señales de cambio, como las compras de empresas de robótica que Google ha realizado de un plumazo. Varios hitos se han acumulado en los últimos meses que anuncian la eclosión de la era de los robots.
Uno de los más significativos, aunque ha pasado desapercibido, es la aprobación del primer marco de seguridad pensado para robots de asistencia personal. La Organización Internacional para la Estandarización (ISO, por sus siglas en inglés) ha completado su tarea de definir los parámetros por los que se deben regir los robots pensados para atender y cuidar a personas. Así como la ISO-9001 es la referencia mundial para la gestión de calidad, la norma ISO-13482 aspira a convertirse en lo mismo en el ámbito de los compañeros mecánicos. Elaborada por científicos expertos en robótica, abre la puerta a la fabricación de asistentes seguros en todo el mundo.
Esta norma ISO ha tardado casi una década en completarse, lo que da una idea del complejo calibre de la tarea: sus centenares de artículos son mucho más elaborados que las tres leyes que ideó Isaac Asimov, creadas en torno a la hipotética voluntad de los robots de dañar o no a los humanos. Ni siquiera se han tenido en cuenta, según explica el profesor Gurvinder Virk, coordinador de los 50 expertos de 14 países que han desarrollado estos estándares: ”No, en absoluto, esto es real. Lo propuesto por Asimov no es un problema para los robots en la práctica y no se tuvo en cuenta durante nuestro trabajo”.
El primer gran problema al que se enfrentaron estos especialistas en robótica fue el de delimitar las innumerables posibilidades que implica el concepto: robots para el cuidado y asistencia de personas cubre un espectro tan amplio de aparatos inteligentes que incluye desde un perro lazarillo con ruedas hasta un exoesqueleto para una pierna inmóvil, pasando por un brazo autónomo que dé de comer a un anciano. Tras descartar hacer un catálogo de todas las posibilidades, se optó por englobarlos en tres categorías: sirviente móvil, auxiliar físico y portador de personas.
De momento, ya hay un aparato en el mercado que se ha desarrollado de acuerdo con la leyes de ISO. Se trata de un exoesqueleto —un traje robótico que fortalece las capacidades físicas de las extremidades de quien lo viste— de la firma japonesa Cyberdyne denominado HAL, como el malvado ordenador de 2001: Una odisea del espacio. En el ámbito de la robótica, las referencias a la ciencia ficción son de lo más común: la empresa que fabrica el aspirador Roomba se llama iRobot, en homenaje a la obra de Asimov (Yo, robot, en español) y la compañía que desató los desastres de Skynet en Terminator se llamaba Cyberdyne. HAL es el primero, pero Virk está convencido de que este año llegarán nuevos productos: “Los robots domésticos serán mainstream bastante pronto”, asegura ilusionado.
Peligros cotidianos
(Crédito: Cyberdyne)
“Hacen falta unos estándares, el tejido industrial necesita unas garantías para lanzarse a realizar inversiones millonarias”, asegura Carlos Balaguer, catedrático del Laboratorio de Robótica de la Universidad Carlos III de Madrid. La normativa ISO puede servir de pilar sobre el que asentar la confianza de empresas y consumidores para abrirse a la aventura de meter un robot en casa, según explica Balaguer. De momento, los ciudadanos europeos no quieren ver ni en pintura a los robots haciendo tareas como cuidar de ancianos y niños (leer recuadro).
Los problemas de seguridad que hay que evitar no se parecen en nada a una sublevación de ejércitos robóticos. Son tan sencillos (y peligrosos) como decirle a un robot que dé un paso a la izquierda y que este se mueva hacia la derecha. O qué debe hacer cuando se le desconecte o se quede sin alimentación eléctrica: dejar lo que esté haciendo ordenadamente (depositar a una persona de forma segura en el suelo y apagarse) o bloquearse de golpe con los riesgos que esto puede suponer. Aunque parezca contraintuitivo, cuanto más autónomo sea el robot, más seguro será.
“Un coche es seguro salvo si lo usas como un arma kamikaze. Un robot, cuanto más autónomo sea más variables estarán controladas, evitando que se le enseñen cosas que no debería hacer. Pero la tecnología está lejos de la autonomía necesaria y ni siquiera tenemos todavía una regulación jurídica que indique de quién es la culpa si se desmadra. ¿Es del programador? ¿Del diseñador? ¿De la industria?”, reflexiona Balaguer, vicerrector de Investigación de la Carlos III.
Una revolución que no llega
“Lo más seguro para todos es mantener a los robots lo más lejos posible de las personas a las que asisten, para minimizar riesgos”, afirma. Balaguer pone como ejemplo un brazo mecánico que desarrollaron en su laboratorio que sirviera para dar de comer a discapacitados. Después de intentar que depositara con cuidado la cuchara en la boca de la persona, decidieron que seguía siendo demasiado peligroso: “Es mejor que acerque la cuchara hasta muy cerca de la boca y que la deje quieta para que sea el usuario el que alargue el cuello para comer”. Cuando dar sopa puede ser un peligro, las leyes de Asimov parecen muy lejanas.
“Hace años que se espera una revolución que no llega”, asegura Balaguer, “y la ausencia de estándares es uno de los motivos”. En 2012, se vendieron cerca de tres millones de robots domésticos, un 20% más que en 2011, pero eran robots de juguete, de limpieza de suelos o para cortar el césped. De los de asistencia a discapacitados, uno de los campos con más futuro a partir de ahora, solo se vendieron 159 unidades en 2012, exactamente tres más que en 2011 (156), según la Federación Internacional de Robótica, que espera que se vendan 6.400 hasta 2016. Son productos como HAL, que necesitan de un importante desarrollo de alta tecnología como el que se está realizando en estos momentos en una gran cantidad de proyectos de investigación en todo el planeta.
El precio aleja a HAL de sus potenciales usuarios: alquilar por un año un equipo de dos piernas que permitan subir escaleras a una persona con movilidad reducida cuesta unos 20.000 euros. Precisamente, buena parte de la investigación actual está centrada en reducir los costes y gastos de los robots: poner en marcha a Atlas, el gran humanoide creado por Boston Dynamics (recién comprada por Google) y DARPA (agencia de investigación de la Defensa de EEUU), exige la misma energía con la que alimentaríamos a una manzana de viviendas en una ciudad.
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“El mayor reto actual es cumplir con requisitos de seguridad complejos y, al mismo tiempo, producir dispositivos que se puedan vender a un precio asequible y competitivo”, defiende el experto holandés Jan Veneman, que se encuentra temporalmente en el centro de investigación aplicada Tecnalia, desde donde aportó la única participación española en la elaboración de la ISO-13482. Para Veneman, los grandes desafíos técnicos suponen lograr que caminen de forma más flexible y eficiente, como animales o humanos, para que puedan moverse sin problemas en entornos humanos y que sean capaces de interactuar físicamente, conversando y comprendiendo emociones de personas.
La pionera en este ámbito fue la investigadora del MIT Cynthia Breazeal, que (en un laboratorio que recuerda al taller de J.F. Sebastian en Blade Runner) trajo al mundo al primer robot social, Kismet, capaz de intercambiar gestos con humanos en la década de 1990, y a su heredero más avanzado, Leonardo. Desde entonces, las máquinas están mucho más desarrolladas, como Kirobo, el robot espacial que ha volado hasta la Estación Espacial Internacional para dar conversación a los astronautas. Porque su intención es ser un acompañante ideal, ya sea para ancianos, niños o personas solitarias. Pero, como Kismet, todavía no ha logrado entrar en las casas.
Ese era el objetivo de RoboCom, un megaproyecto europeo que aspiraba a diseñar durante la próxima década los robots de los que hablamos. Robots de compañía, capaces de asistir a ancianos, cuidar a enfermos o actuar en misiones de rescate. La Comisión Europea rechazó el proyecto, después de darle 1,5 millones de euros de prueba, y eligió usar los 2.000 millones presupuestados en financiar la investigación del grafeno y del cerebro humano. Una gran frustración para investigadores como Balaguer que tenían puestas sus esperanzas en el impulso que un megaproyecto como ese podía suponer para el estudio de los robots.
El proyecto semisecreto de Google
EEUU, por su parte, ha lanzado la Iniciativa Nacional para la Robótica con un presupuesto de 38 millones de dólares, muy lejos de lo necesario para el momento Sputnik que necesita la robótica. Por tanto, está en manos de un grupo de laboratorios y empresas que van dando pequeños pasos descoordinados. Salvo que Google diga lo contrario: la compañía adquirió en los últimos meses ocho empresas de robótica que estaban desarrollando máquinas increíbles: desde ruedas omnidireccionales hasta robots expresivos, pasando por cerebros inteligentes y la plataforma que rodó Gravity.
Como las compras e intenciones de Google son semisecretas, no podemos más que aventurar lo que pretende. Pero, como señalaba la revista The Economist en un especial reciente titulado El auge de los robots: “Rico, bien dirigido y con la experiencia de líderes mundiales en cloud computing e inteligencia artificial, el programa robótico de Google promete algo espectacular, aunque nadie fuera de la empresa sabe lo que podría ser”. En cualquier caso, por sus conexiones con el poder financiero, que una revista como The Economist dedique un especial a la llegada de la era de los robots significa que la apuesta va en serio.
El miedo de los europeos a los “trabajadores sociales robóticos”
Este mismo mes se publicaron los resultados de un Eurobarómetro destinado a conocer la opinión que tienen los europeos sobre los robots. Resumiendo, los ciudadanos de la UE se muestran aterrados ante la posibilidad de que una máquina con ojos se haga cargo de la asistencia de los más desfavorecidos. A la pregunta “¿Qué deberían estar prohibidas para el uso de robots?” el 60% de los europeos respondió espontáneamente que debía vetarse su uso en el cuidado de niños, ancianos y discapacitados, seguido de un 34% que dijo señaló la Educación y un 27% que indicó la Sanidad.
Noticias que hablan de negligencias de robots usados en cirugía seguramente no ayudan a disipar las dudas de los ciudadanos, acostumbrados a ver robots que se vuelven locos en películas de todo tipo. “Hay que entender este dato en su contexto de los derechos sociales que disfrutan los europeos”, defiende Carlos Balaguer, “no hay una necesidad acuciante de cuidadores robóticos baratos”. Por ejemplo, en España no somos conscientes de lo carísimo que resulta adiestrar un perro lazarillo porque contamos con la ONCE, unos 15.000 dólares en EEUU.
Balaguer, catedrático del laboratorio robótico de la Universidad Carlos III, también ha realizado encuestas en hospitales entre personas con párkinson para conocer su perspectiva sobre la asistencia de un robot: “No les interesaba uno que les diera de comer, decían que alguien lo haría, que no les dejarían morir de hambre. Querían un robot que les maquillara, por ejemplo, cosas sencillas pero que nadie hace por ellos porque no son prioritarias”. Y añade: “En Europa, con los ancianos y los dependientes, tenemos un problema social no resuelto y la tecnología puede ayudar mucho a resolverlo”.
Nota original: esmateria.com