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Cómo estudiar y sobrevivir en Moscú: experiencia de una colombiana
Martes, Julio 21, 2015 - 09:51

Margarita Calderón estudió en la Universidad de la Amistad de los Pueblos de Moscú entre 2005 y 2008 e hizo posgrado en la Universidad Estatal de Poligrafia de 2009 a 2010.

Russia Beyond the Headlines. Terminé la universidad en Bogotá y durante varios meses intenté sin éxito conseguir un trabajo. Pronto entendí que había pocas perspectivas de encontrar alguno con mi carrera (estudios literarios), y decidí ir a estudiar a otro país. Pensé que no estaría mal aprender otro idioma y que tuviera, además, un alfabeto distinto del latino. Entre el árabe y el ruso me decidí por este último. La primera razón fue la cercanía desde mi casa hasta el Instituto Tolstoy. La segunda tiene que ver con mi familia e infancia. 

La revista Spútnik y el Lada rojo 

Mi padre, pintor, trabajó como profesor universitario. Entre los años 60 y 80 se recrudeció la represión política en Colombia y la sociedad se polarizó aún más. Muchos artistas y académicos eran comunistas, simpatizaban con los regímenes soviético y cubano y participaban en sindicatos o movimientos de izquierda. Mi padre era uno de ellos, e incluso a finales de los 70 fue expulsado de la universidad, junto con otros profesores, por “actividades revolucionarias”. 

En casa siempre teníamos libros sobre la historia de la URSS de ediciones soviéticas, toda la colección de la revista Spútnik en español, libros con citas de Lenin o escuditos con la hoz y el martillo. De tiempo en tiempo se hacían allanamientos y estas cosas debían esconderse pues podían ser muy peligrosas. Mis preferidos, sin embargo, siempre fueron los libros de Chéjov y Dostoievski que venían incluidos en las colecciones de literatura universal. 

Un poco más tarde, cuando mi hermano empezó la universidad, tomó cursos de lengua rusa en el entonces Instituto Colombo-soviético (actual Tolstoy). Eran gratuitos y les daban material para estudiar por radio, en los programas de enseñanza de Radio Moscú. Mi hermano llevó estos libros a casa. Jugábamos a aprender el alfabeto ruso, los números, escuchábamos los cursos de radio y leíamos las palabras del tablero de nuestro Lada 21-21 rojo.

Por eso, casi 20 años después, no fue muy difícil retomar de nuevo el alfabeto y aprender el idioma. 

Durante la carrera de Literatura, tuve una profesora rusa que llevó el curso de Literatura Universal del siglo XIX y con ella profundizamos en  literatura rusa. Por eso la idea de hacer una maestría en Filología en Rusia surgió de manera natural. Después de un mes y cuatro clases, ya tenía listas mis maletas y estaba rumbo a Moscú para empezar la preparatoria y después la maestría en la Universidad de la Amistad de los Pueblos.

Cocinar con platos prestados

Llegué en 2005. En el aeropuerto me recogieron dos chicos colombianos que me ayudaron con todo lo que necesitaba al principio. Hablaban por mí con la gente de la residencia que no hablaba ni español ni inglés y me explicaron más o menos qué tenía que hacer antes de ubicarme ya en mi habitación definitiva y de empezar a estudiar.

Los primeros días en el bloque de “cuarentena” nos reuníamos algunos latinoamericanos en las tardes para hablar, a veces cocinar juntos. Era bastante complicado pues no teníamos ni ollas ni platos ni nada y cada uno pedía prestado a su “vecino” de otro país. 

Así fue nuestra primera cena preparada juntos: en lugar de platos usamos tapas de ollas y tenedores de aluminio que alguien había robado del comedor estudiantil. Juntos también íbamos al mercado, donde hablaba siempre yo, que ya hablaba un poco pero no entendía lo que me contestaban, así comprábamos algunas frutas “exóticas” para nosotros, comida y ropa. 

Durante mis primeros seis meses comí solo “borsch” porque me gustó y creía que era una sopa de tomate. Antes de eso odiaba la remolacha. Unos años después supe que estaba hecha no de tomate sino de remolacha. Desde entonces la empecé a ver de forma diferente y me gusta. 

“Nunca sentí tanto calor, ni tanto frío en mi vida” 

El primer invierno me recibió con 37 grados bajo cero. La primera vez que bajó la temperatura a menos 20 estaba paseando con una amiga africana y empezó a hacer tanto frío que no pudimos esperar el bus y tomamos un taxi de vuelta a la universidad. 

Entramos en un café para comer y calentarnos. Creo que estuvimos en la batería unos quince minutos antes de que nos volviera el calor al cuerpo. Después de eso entendí que había que abrigarse más antes de salir. Mi habitación afortunadamente era nueva. Otras chicas debían tapar las ventanas con algodón, a veces con trapos para que no les hiciera tanto frío. Después el bochorno era un problema porque no se podían abrir las ventanas. También era un lío ir al baño: cierras la ventana, apesta, la abres, te congelas... 

Pero igual como se conoce el frío, se conoce también el calor. El verano golpeó con todo: sol de cuatro de la mañana a doce de la noche. Es una sensación muy extraña salir de casa a las nueve de la noche y ver que te has bronceado. Verdad que nunca había sentido tanto calor en mi vida. 

Todo se puede (por 100 rublos) 

Algunas cosas me parecían extrañas, como la restricción de la entrada en la residencia después de la una de la noche que finalmente todos violaban pagando 100 rublos (actualmente 2,5 dólares), tener que hacer tantas vueltas burocráticas absurdas, la ausencia de computadores en lugares como bancos, y el que la información en general no estuviera sistematizada sino que todo se llevara por escrito en folios y carpetas y carpetas y carpetas... 

Sobre los baños comunes del tipo letrina ya había escuchado, y sobre las duchas también, incluso no me sorprendió que no hubiera sino papel higiénico como lija en las tiendas, o la inexistencia de seda dental y otras cosas de limpieza... La verdad es que no era muy importante, pues estaba la ilusión de aprender tantas cosas nuevas e interesantes.

A los pocos días de llegar, hubo una pelea entre latinos y “sureños” (gente del Cáucaso). Uno de estos últimos resultó muerto. Recuerdo que empezó el pánico entre los latinos, interrogatorios de la policía, incluso a uno de ellos se lo llevaron preso, y tal vez por eso desde el principio no tuve mucho contacto con ellos.

Fue como volver a la primaria

Me preguntaban a menudo:  

- ¿Tienes 27 años y no estás casada ni tienes hijos?
- No, ¿por qué?
- Muy raro. Viniste a Rusia a casarte, seguro...
- No, a estudiar...
Silencio, miradas de desconfianza. 

Durante el año de preparatoria teníamos clases de nueve a dos. Sólo de ruso y sólo en ruso. La primera semana no entendía nada, pero una de mis compañeras, una chica de Croacia me traducía todo al inglés y me ayudaba mucho. Era un grupo avanzado, con una chica de Mongolia, otra de Camerún y otra de Cabo Verde. A veces venían algunos chinos, pero no duraban mucho tiempo. 

Después de clases volvía a casa y hacía todas las tareas atrasadas para igualarme. Poco a poco ya empecé a entender mejor, pero sin embargo la comunicación durante los primeros meses fue básicamente en inglés con otros extranjeros de la “prepa”. Después empezó la maestría. Lo más difícil fue tratar de acostumbrarse a la metodología de estudio, a la que realmente nunca me adapté. Fue como volver a la primaria. 

Era muy difícil tener que pasar casi todo el día sentado escuchando y escribiendo textualmente todo lo que hablara el profesor, sin tiempo para leer por uno mismo las fuentes o los libros de los que se hablaba en clase. 

Y lo peor: repetir después todo de memoria a la hora del examen. Por un lado pensaba que eso facilitaba mi situación, pues al no haber temas nuevos era como repetir todo lo que había estudiado pero en un nuevo idioma. Del otro era frustrante sentir que no aprendía nada nuevo y que tenía que ir a clases de Educación Física y de Computación, además de tener que cumplir requisitos bastante extraños, como llevar una libreta de calificaciones, tener que aprender de memoria las mil y una preguntas de los exámenes con respuestas que el profesor quería escuchar, o el hecho de que todas las compañeras se reunieran para repartirse las preguntas y pagarle a los profesores porque “no tenemos tiempo para estudiar porque tenemos mucho trabajo” (muchas de ellas trabajaban), y el día del examen y de la defensa de la tesis, mutuos elogios y halagos porque todas tan inteligentes sacaron en el examen un “cinco” (la nota máxima en Rusia). 

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Las fotografías pertencen a Margarita Calderón.

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